Este mes los lectores de La Cueva del Lobo y del Desafío del Nexus hemos estado de plácemes porque los relatos de este mes han estado geniales. Y Joseín Moros, también responde al reto con uno de los mejores cuentos que le he leído hasta la fecha, una historia que me ha dejado sorprendido y que estoy seguro todos disfrutarán muchísimo:
El Misterio de Mariestrella
Autor: Joseín Moros
Una escena del crimen congelada por diez siglos, en la soledad del vacío espacial.
Un arma asesina difícil de identificar.
Un modus operandi imposible de imaginar por las autoridades.
Un sistema policial corrupto.
Un régimen político totalitario.
Un sospechoso, quien murió en algún lugar del planeta, hace casi mil años.
Una persona conoce qué ocurrió, pero sería la última en revelar el secreto.
El misterio de Mariestrella ocupó los titulares de noticias.
“Apareció Mariestrella, la estación viajera perdida el 11 de Noviembre del 2211. Hoy se cumplen mil años de su desaparición”
Manoa Orinokia miró la palabra “Mariestrella” y su memoria se agitó con los recuerdos de la infancia. En su familia ese nombre siempre fue pronunciado en voz baja.
El texto de la noticia estaba en la pared de su cocina, cuyo aspecto habría decepcionado a muchos autores de literatura de anticipación en los inicios de la era espacial. La única evidencia de alta tecnología es la ausencia de focos luminosos. Las paredes y pisos emiten suave luz y la ropa de Manoa —una bata larga poco ajustada en la cintura— tiene propiedades de control térmico, al igual sus zapatillas de peluche rosado, y ellas combinan con el rojo de su cabellera.
La mujer pronunció órdenes y el texto la siguió por las paredes, mientras caminó hacia su oficina al otro extremo de la vivienda.
Manoa estuvo concentrada mirando las escenas y oyendo declaraciones de los navegantes protagonistas del hallazgo, quienes tuvieron una falla técnica y se tropezaron con la Mariestrella, en un peligroso sector del cinturón de asteroides.
Las manos de Manoa temblaron, los recuerdos infantiles volvían, hizo otro esfuerzo, alisó su cabello rojo, inspiró profundo y continuó mirando la pared frente al escritorio.
—Hay cuarenta cadáveres congelados en diferentes sectores y pasillos de la estación—, decían los comentaristas sin mostrar imágenes perturbadoras—; cada uno de ellos con un agujero en el cuerpo, de 8,8 centímetros de diámetro. El orificio es perfecto, con poca hemorragia sanguínea.
El descubrimiento de la estación espacial viajera, Mariestrella, se convirtió en un caso policial con una escena del crimen congelada por diez siglos.
Los informes continuaron durante semanas, agregando poca información adicional. Durante mil años el misterio fue la repentina desaparición de una estación espacial viajera, con cuarenta tripulantes, cuya misión había sido transportar millones de toneladas de maquinaria hacia una súper estación, la Santaguerrera, en las afueras del sistema solar. Hoy en día —año 3211—, la Santaguerrera alberga quinientos millones de habitantes. El sueño de llegar a planetas similares a la Tierra está muy lejano y la raza humana se contentó con imitaciones metálicas de su mundo, mientras gana terreno en el vacío espacial.
La vieja incógnita de la Mariestrella se oscureció. No hay evidencia de lucha, desconocen el tipo de arma utilizada y lo más complicado: los registros audiovisuales fueron destruidos y las compuertas muestran que su último momento de clausura fue al partir de la órbita terrestre. El móvil al parecer no fue el robo, porque nada falta de acuerdo a los antiguos registros conservados en la Tierra.
Total: la policía tiene un gran reto flotando en el vacío.
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Los investigadores, ahora con la certeza de estar buscando un delito, centraron sus analíticos cerebros en los antecedentes de cada individuo de la tripulación asesinada: todos del llamado “sexo fuerte”. Para la remota fecha del evento, año 2211, y a raíz de la reciente dominación masculina en las empresas espaciales, la selección de personal no pudo ser exigente por falta de mano de obra calificada. En esa época el cuarenta por ciento de la fuerza laboral se quedó en casa, efectuando “trabajos del hogar» o rindiendo labor en los escalafones más bajos de las diferentes profesiones de aquella remota fecha.
Por fortuna, luego de un milenio de opresión extrema, las mujeres comenzaban a recuperar terreno. Muchas de ellas, ahora en el año 3211, podían permanecer solteras y sin hijos, poseer propiedades, e incluso tenían derecho a viajar solas dentro del planeta Tierra. Sin embargo, sólo podían votar las casadas con al menos un hijo y los cargos gubernamentales estaban vedados para todas ellas.
El equipo policial, incrustado en las entrañas de la Mariestrella, escarbando evidencias —y ocultando cualquier asunto comprometedor para el régimen de gobierno—, dijo haber encontrado en los camarotes la fotografía tridimensional de siete jóvenes mujeres, un grave acto delictivo. Fotos femeninas no debían conservarse en las naves de carga, incluso en la actualidad. Aunque los antiguos archivos en la Tierra estaban en obsoletos formatos, pudieron descubrir el nombre de una de ellas: Yajira Orikono y se sospechó fue del equipo de limpieza en los hangares.
Manoa Orinokia se puso de pie cuando oyó el nombre en la voz del narrador de noticieros.
<< No deben haber encontrado sólo una fotografía 3D >>
Si las autoridades policiales lograban conectar aquel lejano acontecimiento —de diez siglos atrás— con la familia de Manoa, la pena de muerte para las mujeres y hombres de su estirpe caería como una tormenta de sangre.
A continuación en la pantalla vio imágenes del interior de la Mariestrella, sin embargo en ningún momento apareció un cadáver.
<< Siento como si hubiese caminado por esos pasillos >>
Luego, los noticieros intercalaron escenas de violencia en ciudades del planeta. Multitudes enfurecidas lanzaban piedras contra la fotografía de Yajira Orikono —aunque su muerte debió ocurrir cerca de diez siglos atrás—, acusándola de terrorista y enarbolaban pancartas enalteciendo el liderazgo masculino. A Manoa no le sorprendió, las personas más iracundas pertenecían a su propio sexo.
<< Las madres son férreas defensoras del dominio de sus hijos varones sobre las mujeres, esto nunca terminará >> y suspiró con desaliento.
Entonces recordó a su propio padre, fallecido un año atrás.
<< Me enseñó a leer y escribir cuando todavía era un asunto casi ilegal y me entregó los cuadernos secretos de Yajira Orikono. Pero él tenía otro punto de vista. Nunca nos pusimos de acuerdo y discutimos durante noches enteras, mientras releíamos el manuscrito >>
Manoa salió de la casa, parte de una granja industrial en un poblado a quince horas de tren de la ciudad capital, donde su explotación de cultivos hidropónicos producía suficiente para vivir en la tranquilidad que ella y sus tres hermanas menores deseaban. La única compañía de Manoa era la permitida para las mujeres solteras al viajar, si podían pagarlo: guardianes robot. Tenían el tamaño de un pastor alemán, incluso un poco de su apariencia, pero desde lejos se evidenciaba su poderosa estructura artificial y el exagerado sexo masculino del artefacto. No existían versiones femeninas de estas máquinas. Sólo la policía contaba con la capacidad técnica para inmovilizarlos a distancia. La posesión de esta herramienta fue un logro a raíz de crecientes agresiones masivas a damas de alta posición social, en los últimos doscientos años.
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Los sobrinos y sobrinas de Manoa no podían comprender por qué su tía iba a matrimonios de personas que ninguno de ellos conocía. Pero Manoa —por herencia paterna—, era el líder comercial de la familia mientras no contrajera matrimonio, y los tres cuñados habían desistido de dominarla, aunque en público todos guardaban las apariencias. La despedida en el andén fue larga con abrazos y palabras hermosas.
El tren era rápido, aunque tenía muchas paradas. Manoa viajaba en un cubículo privado, con un retrete y una ventanilla. Ella y su guardián robot, de nombre Gepa, casi no se podían mover; el perro artificial permanecía inmóvil como una piedra, pero todos sabían que esos robots tenían oído y olfato sensibles, podían ver en la oscuridad y hasta comprendían conversaciones amenazadoras contra su dueña.
Con la cara y el cabello cubiertos con un grueso velo, Manoa miraba pasar los kilómetros de paisaje. Durmió sentada y comió de la pequeña caja tibia del dispensador en la pared. También se entretuvo mirando noticieros, en la pantalla portátil que transportaba debajo de las amplias ropas.
Al llegar a su destino, un taxi robot de tres ruedas, avanzando en congestionadas vías elevadas, la llevó hasta la urbanización donde la boda fue programada: una agencia de festejos muy exclusiva. Las construcciones tenían amplios jardines y fuentes de agua cristalina.
A la mañana siguiente Manoa utilizó una indumentaria que la cubría, de pies a cabeza, con tela y oscuridad. Acompañada de Gepa tomó el mismo taxi del día anterior.
Una hora después llegó a un templo, muy antiguo, dedicado a dioses menores del hogar. Se aproximó a una de las guardianas, también vestida de oscuro y con la cara cubierta. En voz baja intercambiaron murmullos. Entonces Manoa siguió a la religiosa.
La caminata fue larga, entre pasillos y escaleras poco iluminadas con olor a humedad y roca envejecida. Descendieron unos diez niveles.
Y entonces llegó al lugar nunca visitado por Manoa, porque siempre se negó a continuar las tareas de la familia para las que su padre la preparó. Su progenitor le había dado las palabras clave para que las religiosas la condujeran y sabía de memoria el camino, pero no lograba imaginar el escenario final. Su guía se perdió en la penumbra de regreso a la superficie. Al lado de Manoa, Gepa giraba su cabeza casi trescientos sesenta grados, como un ave depredadora observando cada rincón.
Manoa ya se había dado cuenta: Gepa lo consideraba un lugar inseguro, tal vez debido a la historia narrada por su olfato.
La mujer y el perro artificial caminaron por una calle estrecha, donde alguna vez, cuando no tenía por encima tantos metros de acero y plástico, crecieron árboles. La soledad le pareció aterradora.
La memoria de Manoa era maravillosa. Las palabras de su padre sonaban calmadas en su cerebro.
“Catorce puertas dejarás pasar en los primeros cien metros. La número quince es la tuya.”
Resultó ser un oscuro nicho. Sólo permitía el paso de dos personas hombro con hombro y en la parte superior el número fosforescente era bien visible.
—Gepa, vigila aquí.
El robot se puso de frente a la calle, a medio camino del zaguán, pero su cabeza giró ciento ochenta grados para olfatear y mirar entre las sombras. Satisfecho, y como una estatua, quedó bloqueando la entrada.
<< Primero, palmas de las manos hacia adelante, mientras caminas…segundo, sin parpadear mira los ojos de la máscara, está en la reja interior…tercero, sopla, para que salga humedad de tu boca…cuarto, si no se abre la reja, toca las mejillas de la máscara, sentirás dos aguijones, se abrirá la reja…quinto, pronuncia tus nombres en voz baja, la siguiente puerta de acero se deslizará a un lado…sexto, avanza…ya estarás dentro. Las puertas volverán a su lugar >>
La oscuridad disminuyó con lentitud, había candelabros en las paredes, imitando velas de cera con llamas artificiales. Los ojos de Manoa se adaptaron al incremento de iluminación y sintió una corriente de aire más respirable, pero ella continuó sintiendo frío.
<< El aire viene de un tanque a presión, la habitación es enorme y sellada como una tumba dentro de la roca >>
Había una silla de plástico negro, frente a una descomunal mesa circular, también de material sintético oscuro imitación del mármol. El suelo y las paredes eran de piedra natural. El techo parecía copia de vigas y tablones, el recinto estaba ocupado por escaparates cerrados, recordaban el aspecto de ataúdes verticales amenazando con abrir sus puertas.
<< Según mi padre, esta catacumba tiene más de novecientos años con nuestra familia. La compraron por un precio enorme, para garantizar el secreto del cambio de propietario. Él decía: “la riqueza vino del negocio disfrazado de Yajira Orikono”, el mismo que heredé de mi padre y no tiene nada que ver con hidroponía. Las castas más importantes tienen aquí sus santuarios familiares y hay cientos como este en la ciudad, visitados para efectuar peticiones a los ancestros >>
Uno de los ataúdes se abrió.
Manoa dio un pequeño salto de sorpresa. Aunque las instrucciones de su padre mencionaban este evento no esperaba un espectro tan impresionante.
<< Otuba, “el sirviente de los muertos” >>
Era un hombre de piel pálida y verdosa, desnudo por completo. Tenía la epidermis cubierta de tatuajes, cicatrices, collares de hueso, pulseras de piedra y semillas oscuras. La cabellera gris, tejida con cientos de trenzas diminutas, le llegaba hasta la estrecha cintura de hambriento. Brillaba como si el calor lo agobiara y sobre las mejillas había cortadas verticales, rojizas, con sangre fresca.
—Bienvenida, mi nueva dueña…Manoa. Tienes un gran parecido genético con tu abuela Yajira.
Manoa no contestó. Su padre no le había dado importancia a la conversación con el robot Otuba, pero ella intuyó que de su relación con este ser mecánico dependerían cosas importantes.
—Toma asiento, mi dueña. Veo que reanudaremos el trabajo. ¿A quién vamos a asesinar? ¿O sólo mutilaremos al indeseable de alguna familia?
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Ahora la mesa circular estaba ocupada por decenas de objetos y entre ellos repartidas otras tantas velas de cera, de color negro. Sus llamas, de fuego verdadero, sustituyeron los candelabros de las paredes en el trabajo de iluminar el recinto. Extraños dibujos fosforescentes brillaban en el material negro de la mesa.
Otuba, “el sirviente de los muertos”, caminó con lentitud y sus manos temblaron un poco mientras extrajo objetos de los ataúdes.
Manoa, en silencio y sentada en la silla negra lo miraba trabajar.
<< Es la imitación del legendario hechicero que formó a la joven Yajira Orikono, durante sus inicios >>
Los ojos de la mujer recorrieron una vez más la mesa. De nuevo sintió náuseas. Se contuvo y bebió otro trago de una copa de cristal. El licor rojo oscuro le pareció reconfortante y embriagador.
<< El sirviente de los muertos es un buen anfitrión. Imagino a mi padre investigando porqué esto funciona y entrenándolo para barman. Siempre fue un irreverente pero nunca negó la efectividad de los procedimientos >>
Ya no sentía tanto frío a pesar de la total ausencia de ropas —se había desnudado sin mirar a Otuba— y la cabellera roja hacía esfuerzos para cubrir los senos.
Otuba abrió otro ataúd, más ancho que los restantes. En el interior había un enorme artefacto electrónico, no tenía controles o teclado alguno, Otuba era el control inalámbrico.
—Tengo los noticieros— dijo el brujo artificial.
En una pantalla en el interior del ataúd y sobre el artefacto electrónico, apareció la imagen de la estación espacial viajera Mariestrella, en tiempo real, flotando en la cercanía de asteroides tan grandes como la enorme estructura.
—Comencemos el rito, Otuba.
—Sí, mi dueña.
Otro ataúd abrió sus puertas y el sonido de piezas móviles ronroneó. Luego, el repicar de tambores hizo temblar las llamas de los cirios negros y la mesa descendió hasta quedar casi a nivel del suelo.
Manoa y Otuba danzaron sobre la mesa, sin tropezar los objetos ni las velas. Sus voces entonaron una letanía, Manoa la había aprendido del cuaderno escrito por su antepasada Yajira Orikono.
Al cabo de largo rato Manoa regresó a la silla negra y cerró los ojos. Otuba la había estado observando con mucha atención, como evaluando la efectividad de cada paso de danza en el rito secreto. La humedad del vello rojizo de axilas, pubis y piernas de Manoa, emitían reflejos; las gotas de sudor habían salpicado la mesa.
<< Nunca podré olvidar el momento cuando leí las primeras páginas del cuaderno. Yajira Orikono era una niña, iniciándose en los ritos que le enseñaba su maestro asesino >>
“Habíamos terminado el día de faena. Las siete jovencitas corríamos entre los montacargas del espacio puerto para no perder el tren a casa. Pronto nos quedaríamos sin trabajo porque nuestros puestos se los iban a dar a los hombres. Nos emboscaron, a golpes nos metieron en un transportador. Allí nos violaron. Eran muchos, luchábamos pero fue inútil. Quedamos amarradas pero yo logré soltarme. Cuando comencé a liberar a las otras seis llegó otro grupo. Estaban drogados, horas después uno de ellos soltó mis ataduras, puso ropas sobre mi cuerpo y me llevó hasta una compuerta para la basura, me lanzó por allí. Con el frío reaccioné. Corrí en la oscuridad. Un celador del espacio puerto me vio, un hombre viejo; comprendió qué había pasado. En su triciclo me ocultó y al día siguiente llegamos a su casa en un barrio de gente extraña y violenta: los despreciados por todas las castas.”
“Entonces dijo: Yajira, no puedes volver a tu hogar, te rechazarán por haber sido violada, dirán que provocaste a los hombres. Sí quieres vengar la muerte de tus amigas y lo que te pasó, te llevaré donde puedes aprender cómo. Ellas están vivas, le contesté. Él se carcajeó y dijo: se las llevarán en su viaje por el espacio, sí alguna sobrevive hasta el final la arrojarán al vacío. Eso ocurrió con mis tres hijas, no pude salvarlas de ellos, pero los estuve esperando y tú serás mi vengadora. Y lloró”.
“Fue así como ingresé en la secta asesina”
Otuba situó con cuidado un enorme objeto sobre la mesa circular, luego de haberlo sacado del ataúd que había ronroneado con sus mecanismos ocultos. Manoa se maravilló con la escultura de cera, fiel reproducción de la estación espacial Mariestrella.
<< Esta cera es casi incorruptible, aquí en la catacumba se mantendrá igual por eones >>
La mujer miró la pantalla de los noticieros. Un personaje importante, con barba y uniforme, hablaba frente a las cámaras en transmisión directa desde el cinturón de asteroides. A su espalda Manoa reconoció el interior de la Mariestrella.
—Aquí en mis manos —decía el hombre, mostrando un pequeño objeto negro, con aspecto de aceituna—, tengo los registros perdidos. No pudieron destruirlos todos. Vamos a descifrarlos y en las próximas horas procederemos a mostrar las caras de las personas que hace mil años estuvieron en el interior del Mariestrella y cometieron el asesinato de los cuarenta héroes. Rastrearemos sus descendientes, tan culpables como ellos de este crimen y pondremos final a la continuidad de tan despreciable línea genética de terroristas. Los ejecutaremos en las plazas públicas y los buitres comerán sus carnes pecadoras.
Manoa se levantó de la silla y caminó hasta la proximidad de la pantalla. Otuba tomó la bata de la mujer y arropó sus hombros y espalda, ella no se dio cuenta del amable gesto.
<< En una de las últimas páginas del cuaderno, Yajira Orikono dijo así: yo había agotado mis fuerzas y ya no podía seguir buscando. Tal vez algún registro se me escapó y aunque vuelva no sabré dónde buscar. Esa es la misión de ustedes, mis descendientes, vigilar por siempre para evitar la hecatombe >>
Manoa regresó al sillón. El ruido de los mecanismos la hizo mirar a Otuba.
—Estoy fabricando los nuevos objetivos…mi dueña. Hay poco tiempo. Tenemos que destruir ese hombre y el registro antes que lo descifren.
Ella se estremeció y miró la mesa, todavía casi a nivel del suelo. Las velas negras se quemaban con mucha lentitud. Los tétricos objetos, que desde antes había alineado Otuba, estaban allí y parecían mirarla con terror.
<< Mi padre, en su lejana juventud, casi enloqueció cuando pudo comprobar a qué estirpe de asesinos pertenecemos. Tal vez por eso decidió encontrar una explicación y estudió criminología. Sin embargo, cuando me vio crecer, decidió prepararme para la eventualidad que Yajira Orikono había anticipado >>
—No es necesario, Otuba. Creo tener la fuerza para hacer desaparecer los registros ocultos.
Y se quitó la tela de los hombros, bebió una copa de licor y saltó a la mesa. La luz de las velas hizo relumbrar el vello de su cuerpo.
Otuba sonrió y su gruesa voz acompañó la letanía. Los tambores repicaban más y más.
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Cubierta de sudor y escupiendo espuma, Manoa se revolcaba en la mesa. Otuba había alejado las velas y los demás objetos, con igual rapidez también había sacado de uno de los ataúdes las piedras que Manoa pidió.
<< Mi abuela Yajira estuvo allí dentro…casi una niña…haciendo estallar consolas de vigilancia…deben haber otros todavía en buen estado…no tengo tiempo para entrar y buscar, la policía en minutos transmitirá la información hacia la Tierra >>
Luego de otra contorsión, la mujer se levantó con una piedra en cada mano y comenzó a golpear la reproducción en cera de la estación espacial Mariestrella, hasta que la figura perdió su forma y se fragmentó.
En la pantalla, donde mostraban escenas desde el cinturón de asteroides, todo se tornó negro.
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De nuevo Manoa estaba en la silla. Otuba permanecía de pie frente a ella y al otro lado de la mesa circular, con su cuerpo desnudo brillando a la luz de las velas. Los minutos transcurrían con lentitud. Ambos se mantenían callados y de vez en cuando sus miradas se cruzaban.
El audio volvió a la pantalla y después de varios intentos fallidos una imagen se mantuvo estable. Era un oficial de la policía, después de identificarse explicó que se encontraba en un navío a varios miles de kilómetros de la Mariestrella. Su voz temblaba de terror medio controlado.
—Parecía un remolino en el mar. Los asteroides giraban alrededor de la Mariestrella y la golpeaban una y otra vez, las explosiones y más rocas la convirtieron en fragmentos. Fue un milagro que lográramos alejarnos. El alto mando policial, los investigadores científicos, todos, todos murieron. Eran doscientos hombres, sólo ocho nos salvamos porque lejos esperábamos en esta fragata.
Se oyeron las preguntas de los reporteros y la respuesta del oficial.
—No. Toda la información de los registros encontrados estaba en la Mariestrella. Somos personal subalterno y no estábamos autorizados a entrar allí, ni a conocer información de los adelantos en el trabajo de investigación.
Manoa terminó otra copa, unas cuantas gotas rodaron por su cuello hasta el vientre desnudo. Otuba le sirvió más, fingiendo que no oía el llanto de la mujer.
El sirviente de los muertos sonrió. En su cerebro electrónico los pensamientos no llegaron a convertirse en palabras sonoras.
<< Igual que su padre. Primero lloró unas cuantas horas, pero al poco tiempo lo estaba disfrutando >>
Otuba paseó su mirada sobre los objetos regados en la mesa redonda.
Eran cuarenta estatuillas de cera, representando los cuarenta hombres muertos un milenio atrás en el Mariestrella. Las toscas reproducciones, hechas a mano, estaban empaladas en largas agujas de acero.
Otuba las miró una a una.
<< Yajira Orikono titubeó durante noches enteras. Todavía yo estaba en mi cuerpo de carne y hueso y esperé con paciencia, hasta que empaló al primero. Entonces su mente viajó hasta el Mariestrella y terminó el trabajo. Hubo uno al cual trató con piedad y lo mató con rapidez, le atravesó el corazón. A los demás los hizo sufrir durante horas, enterrando la aguja caliente muy poco cada vez, por fin les brotó por los hombros, la espalda o el abdomen >>
Manoa levantó la cabeza. El cabello rojo estaba enmarañado.
—Otuba, mañana tengo que llamar los clientes de mi padre. Hay trabajos pendientes desde que murió.
Y se tendió sobre la mesa.
Otuba se acuclilló muy cerca de ella y le acarició la cabellera.
Fin
Vaya, ese final, creo que le deja los pelos de punta a cualquiera ¿qué hará ahora la protagonista con semejante poder en sus manos?
Felicitaciones a Joseín por un relato tan bueno e interesante. Y a ustedes amigos, recordarles que Joseín está participando en El Desafío del Nexus con este relato, así que recuerden, si disfrutaron leyéndolo, voten pulsando el botón “Me Gusta” de facebook.
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