Retorna a nuestras páginas el autor Gustavo Scattareggia con una nueva historia llena de acción:
Tiempo de guapos
El sargento Matatruenos es un veterano de guerra y oficial de policía. Lleva su experiencia a la ejecución de los procedimientos policiales y es un ejército de uno solo que pelea con el sentimiento de los hombres de acción. Lucha contra la escoria más insignificante de la sociedad, a la que sabe un rival no digno, hasta que se convierte en el blanco de uno de los traficantes más poderosos del planeta.
El acecho
Eusebio Adargho Matatruenos chequea por decimoquinta vez la escopeta Franch apoyada en el asiento; la pistola Mauser bajo el brazo, en ángulo para que casi cayera al desenfundar; el puñal en la cintura baja de la espalda, al modo gaucho pero más horizontal y asegurado por un clip cerámico directamente a la hoja de polímero. Chequea los cargadores y las granadas: una de disrupción electrónica, una de humo y una flas Bang. Chequea la posición de los robots asignados: la unidad Z237 está a mitad de cuadra camuflada entre los cubos de basura compactada. El sargento Matatruenos puede ver como olfatean alrededor suyo los zorros grises. U516 está colgado de una unidad de aire acondicionado y a través suyo tiene una imagen híbrida (térmica y de luz residual ampliada) del blanco, que puede ver en el monitor o directamente en sus anteojos de conexión. Es una misión de vigilancia y asalto, pero en su mente se trata de una cacería. El blanco es Tutúli Manquiafuzzo, uno de los tenientes del traficante Arnaldo Brillante Dokka Fogg. Son las 2:00 de la madrugada en un galpón de un suburbio de Ushuaia cuando el Sargento Matatruenos ve a través de la imagen de U516 que una comitiva de tres vehículos llega al lugar designado. El sistema identifica a Manquiafuzzo y a dos de sus segundos al mando, el Chino Maltrates y José Juan Arístides Bermejo. No hay más que decir. Podría hacer entrar solo a los robots; es más, pudo haber asignado a SWAT y sus mechas tripulados para que arrasen todo como tanques, pero Matatruenos sabe que adentro habrá chicas de la prostitución que no tienen que ver con esto. El sargento es un tipo a la antigua y entra a lo guapo; para que sepan que fue él. Que lo sepan los traficantes y que lo sepan sus compañeros policías de la PFP. Particularmente SWAT.
Luego de que Z237 o Séptimo, como le dice el sargento, se encarga del perímetro de seguridad de Manquiafuzzo (3 tipos con escopetas que aseguran la cuadra y que Séptimo despacha sin problemas con fuego de subfusil silenciado), Matatruenos se baja de la camioneta negra, se acomoda el chaleco antibalas, se arregla el pelo oscuro, desentumece las manos enguantadas y le da estilo a su abrigo de cuero negro: El sargento es un tipo práctico pero tiene cierto gusto por lo escénico y simplemente tocó a la puerta del galpón de la banda de Manquiafuzzo. Le abre un gigante de ojos extraviados: el Sargento Matatruenos lo noquea con un golpe entre los ojos con el filo de una granada flashbang. El gigante cae junto con la granada y en el mismo movimiento Matatruenos cierra la puerta, espera la detonación y entra a un escenario de hombres ciegos y oídos sangrantes. Dispara dos veces al aire con la escopeta y grita como una amenaza — “¡¡¡Quietos todos!!! ¡Policía Federal Patagónica!”: una postura inútil en un escenario de ciegos y sordos.
El asalto
U 516 o Sixto, entra junto con el Sargento y se encarga de maniatar al contingente mientras el Matatruenos aborda el VIP. Entró dando una patada y encuentra a media docena de tipos con subfusiles que detonan al unísono. Matatruenos siente un elefante que lo patea en el pecho y una lanza que le atraviesa el muslo y cae por la escalera. Fue cuando entra Séptimo en modo skirmisher, espada corta en mano, moviéndose como un insecto frenético. Tarda 1.3 segundos en decapitar a tres y despedazar a los restantes. Cubierto de sangre sobre los almohadones de un enorme sofá y rodeado por tres chicas que deben ser menores está Tutuli Manquiafuzzo que levanta las manos y deja caer una Glock a medida que Séptimo lo toma de los cabellos y le apoya la hoja de la katana de polímero en el cuello. Las niñas levantan también las manos. Cojeando llega el Sargento Eusebio Adargho Matatruenos. Administrada por Sixto, en la pierna tiene espuma expansiva orgánica que esterilizó y cerró la herida, además de un analgésico que calma el dolor del trauma en el pecho. “Atá a esta mierda y llevátelo”.
Quedan las tres jóvenes aterradas y Matatruenos se agacha con dolor dirigiéndose a una de ellas: — “Amanecer…; soy el tío Eusebio. Vine a buscarte para que vayamos a casa con mamá”. La joven no habló. Abrazó al policía y ahí se quedó, llorando.
Aftermath
¿Eusebio vos sabés lo que yo te aprecio no?
— Si teniente.
— Dejá de decirme teniente, pajero.
— Si teniente.
— Muy gracioso. En serio boludo, me estás metiendo en problemas. No podés ejecutar un operativo de asalto sin consultarme. Te lo estoy pidiendo por favor. Como amigo; como veterano.
— Amanecer es la hija del teniente Suárez. Vos y yo le debemos la vida desde Pedregosa. Por no hablar que somos padrinos de Amanecer. No deberíamos estar hablando esto.
— Por eso te lo estoy pidiendo por favor. Los dos lo extrañamos a Suárez; era un tipazo…— por un segundo la mirada del teniente Meneteme Epullén se pierde en el recuerdo de mil batallas y mil borracheras cuando él y el Sargento Matatruenos asolaban el sistema solar junto con el regimiento de los Diosesmuertos. Sus ojos claros se enturbian y se recorre la cara y la cabeza calva con las manos para despejar esa nostalgia que lo hace sentir viejo.
— Escucháme huevón, lo hubieses hablado conmigo al menos.
— No quería comprometerte. Ni a vos ni a la misión.
— ¿Comprometer la qué? ¡¿si me contás a mí?! ¡Si serás pelotudo Eusebio! Sabés que eso me ofende; te tengo que suspender. Te saco los robots y una semana sin pago. Andáte a algún lugar tranquilo. ¿La piba está bien?
— Está perfecta. Un poco shockeada, pero su mamá y sus hermanos la contienen.
— Ok, enviale mis saludos a Luna si la ves.
— Mene…
— ¿Qué?
— Perdoname por los quilombos…
— ¡¡¡Ah bueh!!! ¿Nos estamos poniendo viejos, considerados y sensibleros?
— Andá a cagar.
— Chau puto.
El dueño de un alma solitaria
Matatruenos aprovecha esa semana para leer. Una colección de libros sobre guerras antiguas, una heladera con cervezas y sandwichs de jamón crudo. Nada de tecnología. Los anteojos de conexión pero solo en modo teléfono, por las dudas; y la estepa como escenario. Una bolsa de dormir, una silla plegable y la fogata. Se siente casi feliz.
El tercer día una sombra y un zumbido aparecen en el horizonte. Pronto se delinea un helicóptero. Por precaución saca el AK 117 que está debajo del asiento de la camioneta. Y hace bien. El helicóptero hace un rasante y Matatruenos ve al tripulante de la puerta lateral al mando de un lanzagranadas. — Esto no puede ser bueno… — Piensa. Se atrinchera tras la camioneta mientras el helicóptero da la vuelta. La nave se posiciona para darle ángulo al artillero y Eusebio Adargho Matatruenos dispara el cargador completo del AK y ahí el mundo explota. Cae en algún lugar, con el AK todavía aferrado e intenta cambiar de cargador, pero su brazo derecho no lo siente o no está . Busca la Mauser en la cintura con la izquierda y siente que se pierde.
Cuando Matatruenos despierta lo apuntan con subfusiles dos tipos con chaleco blindado y cascos; los tripulantes del helicóptero que no emiten un gesto. Uno le ladra en mal castellano. — Quedate quieto viejo. — Debe ser un mercenario belga. — Reconoce Mataruenos y acude a la Mauser, que no está. Recibe una patada en las costillas por el gesto. —Te dije que te quedaras quieto…
Matatruenos ensaya mentalmente mil formas para salir de esto y son todas absurdas. En minutos otro helicóptero aterriza. Baja un hombre joven de aspecto pulcro y abrigado con ropa de buena calidad. Es Manquiafuzzo. – Sargento, esto es un mensaje de Arnaldo Brillante D`okka Fogg. — le dice y proyecta una pantalla holográfica que llena el campo de visión de Matatruenos. Aparece un hombre de unos 50 o 55 con el ceño fruncido, sentando en un sillón enorme en un despacho lujoso.
— Sargento, quiero que sepa porqué no lo mato. Yo a usted lo respeto porque es un veterano como yo. Sepa que peleé codo a codo con su padre en la guerra Indo-asiática. Pero no se aproveche. Soy un hombre de negocios y entenderá que no le puedo permitir ni a usted ni a nadie que se metan con mis hombres. El helicóptero lo va a dejar en un hospital. Mejórese. Y no joda más.
La pantalla se apaga y Matatruenos se desmaya nuevamente.
Cosas peores que la muerte
Eusebio Adargho Mataruenos entiende que sus ojos están abiertos, pero es más una agonía que un despertar. Una luz blanca lo arrasa. Su mente busca un punto de referencia, sin suerte. Siente el dolor desde mil puntos distintos y lo peor es el sabor en la boca: un estupor amargo de trapo sucio y desinfectante. Lo primero que identifica es a un hombre joven que lo mira con paciencia.
— ¿Donde mierda estoy? Ruge Matatruenos.
— Tranquilo Sargento. Está en el hospital de San Julián. Un helicóptero lo dejó en la azotea, con heridas graves, pero estabilizado.
— Necesito irme…
— Tranquilo… Usted está bien pero necesita unos días para recuperarse. Lo van a venir a buscar de la PFP. Hablé con su jefe, el teniente Epuyén.
Una mano metálica se arremolinó en el cuello del médico. Ahí notó Matatruenos que tenía una prótesis de titanio en lugar de su brazo.
— Explíqueme; y explíqueme rápido. Primero dígame su nombre.
El joven doctor hace una seña a su cuello a medida que se pone azul. Matatruenos entendió que se asfixiaba y el brazo metálico soltó al médico.
— Soy el Doctor Rojo. No sé mucho; sólo lo que le dije. Lo trajo un helicóptero sin insignias. Tenía una herida en el lado izquierdo del cráneo. Le pusimos una placa de boro y reemplazamos su ojo izquierdo por una prótesis digital. No se ve bonita pero funciona de maravillas. Por cierto, ahora tiene visión nocturna y le acoplé un sistema de adquisición de blancos. Asumí que dada la naturaleza de sus heridas y de su trabajo serían oportunas. Además no tenía otra cosa. El brazo derecho estaba destruido. Disculpe que no pude salvarlo; trabajo con medios escasos. Le implanté un modelo desfasado pero fiable de titanio y fibra de carbono. Además tenía múltiples heridas y laceraciones en todo el cuerpo. Le traté una herida reciente en la pierna que solo había sido intervenida con primeros auxilios. Nuevamente, le pido disculpas por la crudeza de las prótesis.
— No se preocupe Doc. Si funcionan me gustan. No tiene que verse lindo. Buen trabajo. — dice Matatruenos mirando como se articulael miembro metálico.
— Como le dije, necesito irme.
— ¿Usted entiende que lleva solo 24 horas desde que lo hirieron gravemente quien sabe con qué clase de armamento pesado y menos de 18 desde que lo intervine?
— ¿Usted entiende que tengo que ir a matar a los que me hicieron esto?
— ¿Me promete que se va a cuidar y que va a tomar los medicamentos que le voy a dar?
— Me voy a cuidar como una nenita Doc.
— Claro…
Los sabores de sentirse traicionado
Meneteme Epuyén, siente como sus dientes se rompen mientras el caño de la .45 de Eusebio Adargho Matatruenos se le mete llegando a la garganta. Se ahoga con el vómito de las milanesas de la cena, mientras los ojos de Matatruenos lo escudriñan y lo atraviesan con una intensidad que solo le vio en la guerra. Traga dientes y vómito, porque no le queda opción e intenta enfocarse en las preguntas que le hace el sargento.
— ¿Hijo de puta vos les dijiste donde estaba?— Le pregunta sabiendo lo que le va a contestar.
El teniente Meneteme asiente.
— ¿Trabajás para ellos?
Otro gesto igual.
— Te voy sacar la pistola de la boca porque necesito datos; pero entendé que te voy a matar.
La pistola sale empapada de saliva, sangre y fluidos inexplicables que Matatruenos limpia con las sábanas de la cama del teniente Meneteme.
— Eusebio a estos tipos no se les puede decir que no. Amenazaron con matar a las nenas; solo para empezar.— dice, mientras se limpia con la manga los labios que son una sola cosa sangrante junto con las encías.
— Vos sabés que en estos casos tenés que recurrir a mí. Lo hubiésemos resuelto.
— Estás loco Eusebio. Miráte. Perdiste un brazo y un ojo y fue solo una advertencia amigable. Son un ejército. Vos y yo somos insectos.
— Vos sos un insecto. — Sentenció y Matatruenos apuntó a la cabeza de su amigo que baja la cara y espera.
— Perdoname Eusebio. En serio. — Lo dice sinceramente, sin buscar piedad.
— Te perdono. En serio. — Y la .45 explota en la habitación esparciendo pedazos de cráneo sanguinolentos.
Todas las cosas por las que vale la pena pelear
Antes de morir el teniente Meneteme Epuyén le detalla a Matatruenos el lugar exacto donde Arnaldo Brillante D´okka Fogg pasa el invierno: una estancia a orillas del río Santa Cruz, donde sale a cazar pumas, a caballo, con perros y a cuchillo. El hombre es guapo, nadie lo va a negar.
Matatruenos considera las posibilidades: Una infiltración sigilosa a través del río o un ataque frontal con todos los medios disponibles de la policía de Ushuaia, que no son pocos, ya que tiene la credencial electrónica del teniente Epuyén. Debe apresurarse antes que encuentren el cadáver. En la mitad de la noche ordena una operación que incluye un Mecha pesado, dos robots (Sixto y Séptimo), un helicóptero de transporte y armas individuales: una ametralladora liviana, una pistola .45 con cargador prolongado y mucha munición.
Todavía no amanece sobre la estepa cuando desembarca por el portón trasero del Sikorsky en la rivera norte del Río Santa Cruz. Los pilotos le hacen una seña con el pulgar y lo dejan en el medio del huracán de los rotores. Ve el casco de la estancia de Dokka Fogg. Un caserón enorme de estilo inglés rodeado de árboles que parece una isla en la inmensidad nevada. La acción del mecka rompe la quietud y el Sargento Eusebio Adargho Mataruenos avanza hacia el objetivo a paso ligero. El mecka es un hermosísimo robot bípedo pintado en naranja y verde de piernas gruesas y estables, no muy rápido pero con armamento pesado. Tiene la elegancia de un tren de carga entrando a un salón de baile y a Matatruenos le encanta. — Lástima que los pilotos de la policía suelen ser unos imbéciles. — Piensa Matatruenos.
No tarda en llegar un vehículo 4×4 para investigar. Percibieron el aterrizaje del helicóptero de transporte. Matatruenos acaba con el vehículo con disparos de 20 mm. No se puede ser sutil si uno llega piloteando un enorme mecka naranja. Paso ligero. Llegando a las puertas de la estancia asciende un helicóptero artillado que dispara misiles. Matatruenos despliega bengalas, chaff y maniobras evasivas y el mecka recibe rasguños insignificantes. Derrumba las paredes exteriores a patadas con el mecka naranja comportándose como un titán inextinguible. Despliega también a Sixto y Séptimo que van guardados en el compartimento de carga útil, para que se encarguen de un par de torretas de ametralladora sobre la puerta principal y de los guardias armados. El helicóptero recibe la atención del sargento Matatruenos con una andanada de cohetes, que funciona como un escopetazo. El helicóptero cae en llamas. Los robots recorren las instalaciones matando guardias con fuego de fusil de asalto y lanzagranadas. Séptimo usa también la katana. Matratruenos escanea las instalaciones buscando una identificación positiva de Dokka Fogg mientras recorre a paso veloz el casco de la estancia. De atrás de un galpón aparece un vehículo blindado de reconocimiento. Un Mowag de ocho ruedas, bellísimo, con cañón de 30 mm que debe tener un dispositivo de ocultamiento, ya que el scanner del mecka no lo detecta. Le hace pasar un mal rato a Matatruenos. El Mowag dispara primero y el mecka pierde movilidad en una pierna. Matatruenos le dispara con el cañón rotativo cargado con balas perforadoras y el Mowag se abre en pedazos de material pirofosfórico. No puede dejar de pensar como este tipo tiene acceso a tanto material militar. Matatruenos abandona el mecka y al dejar el lugar recibe una identificación positiva de Sixto. Dokka Fogg está en el sótano.
Quid pro quo
Mientras Matatruenos recorre las lujosas instalaciones de la estancia entiende también que está metiéndose bajo tierra. En el camino puede ver la faena de Sixto y Séptimo: los cuerpos de los guardias de D´okka Fogg partidos al medio, miembros diseminados y cabezas partidas por sablazos. No necesita el GPS; solo recorre el sendero de destrucción. El modo skirmisher de los robots no tiene márgenes. Se lo puede confundir con crueldad, pero no hay software que pueda replicar tal cosa. Se trata de una búsqueda de eficiencia en el combate que incluye cierto golpe de efecto. Aún así quedan algunos guardias restantes que corren a enfrentar a Matatruenos. La ametralladora liviana hace el trabajo y atraviesa todos los parapetos donde los guardias pretenden guarecerse. El sistema de adquisición de blancos instalado en su ojo por el doctor Rojo hace maravillas. Obtiene imágenes detalladas a través de las paredes. Lo que no hace la ametralladora lo hacen las granadas. Es una panda de criminales inexpertos sin el más mínimo sentido del verdadero combate. Nota también como su brazo prostético soporta la mayor parte del peso del arma y lo ayuda a un fuego preciso que de otra forma sería imposible.
Ya sin munición Matratruenos encuentra a los robots vigilando a un pequeño de 4 años. Es una visión aterradora. El niño junto a dos robots ensangrentados armados con una katana, subfusiles y lanzagranadas, con un rostro serio, pero sin miedo. Cuando apareció Matatruenos, el niño sonríe y el sargento no puede evitar alzarlo en brazos.
— ¡Hola!… ¿Cómo te llamás?
— Guillermo; ¿Vos?
— Eusebio. No tengas miedo.
— No, no tengo.
Matatruenos lee claramente las lecturas: “Dokka Fogg: identificación positiva de ADN.” –La puta madre, es el pendejito de D´okka Fogg. — pensó el Sargento.
Lo interrumpe el sonido inconfundible de un arma antitanque adquiriendo un blanco. Sixto y Séptimo adoptan posición defensiva en torno al Sargento Matatruenos y al niño a la vez que entra otra lectura de identificación de los robots. Es Arnaldo Brillante D´okka Fogg, en persona. Los scanner de ADN de los robots marcan una diferencia mínima que Matatruenos no puede diferenciar.
— Sargento, si suelta a mi hijo le juro que lo dejo ir y acá no pasó nada.
— No voy a ser yo el que use a un nenito de escudo. No se preocupe. Esto es entre usted y yo.
Matatruenos deja al niño en el suelo que camina hacia su padre mirando a Matatruenos. Su padre lo alza en brazos dejando de lado el arma antitanques.
— Yo estoy en un negocio sucio y aunque parezca irónico Sargento, añoro tener a mi lado hombres íntegros como usted. ¿No le interesará un trabajo conmigo, no? Es mucho dinero.
— No va a poder ser…
— Gracias por esto. En serio. — Y hace un gesto con el niño.
— No me agradezca. Ya no iremos a encontrar y entenderá que no habrá gentilezas.
— Igual le agradezco.
Arnaldo Brillante D`okka Fogg desapareció en un pasillo oscuro con su hijo en brazos mientras Matatruenos desactiva las alarmas de identificación de blanco alejándose, que le arrojan Sixto y Séptimo. Dos minutos más tarde un helicóptero ejecutivo despega de un hangar subterráneo y se pierde en el horizonte.
El Sargento Eusebio Adargho Matatruenos pide extracción al helicóptero de transporte; mientras tanto busca la cocina de la casona para hacerse un sandwich. El combate siempre le da hambre.
Fin
Me gusta la forma en la que enlaza Gustavo sus historias, Eusebio le protagonista de esta historia es un veterano de los Diosesmuertos, los protagonistas del primer cuento que Gustavo publicó en nuestro blog. Da la impresión que estamos atendiendo a una mitología mas profunda y compleja de lo que creíamos en un principio.
Gustavo está participando con este relato en el Desafío del Nexus de Enero 2014, así que no olviden, si disfrutaron de esta historia, voten pulsando el botón “Me Gusta” de facebook.
Discover more from La Cueva del Lobo
Subscribe to get the latest posts sent to your email.