Retorna a nuestras páginas Gustavo Scattareggia con un nuevo capítulo en su saga de Ciencia Ficción Militar, pero en esta ocasión la acción da un turno inesperado:
San Valentin
La tela del exotraje, ruda y pegada al cuerpo, es de color lila con detalles oscuros en los refuerzos. El chaleco blindado ajustado, típico de las tripulaciones de blindados, y una pistola de 6mm en la funda bajo el brazo con cargadores adicionales del lado opuesto del correaje. Sobre los cargadores, un cuchillo cerámico invertido, que cae solo a la mano en caso de emergencia. Sobre su cabello azul, el headset de comunicaciones que sincroniza el nervio óptico y la comunican con la oficial al mando en la base y con los sensores de su vehículo Puma de seis ruedas.
La sargento primero Rei Hernández tiene, a sus veinte, cuatro rudos años de experiencia en combate en media docena planetas de la galaxia conocida; siempre en misiones de reconocimiento.
Su segunda al mando es la cabo primero Lisa Bosco. Está vestida en forma análoga, sólo que el exotraje de la cabo primero es celeste oscuro con vivos azul eléctrico y su cuchillo reside horizontal en la espalda baja, donde termina el chaleco blindado. Ambas tienen a la mano un subfusil, también de 6 mm.
La misión de hoy es una más de una serie de infructuosas incursiones en lo que se entiende como territorio enemigo. Los scanners no lograron aun dar con la base de los alien que han hostigado el complejo militar humano y a las mismas unidades de reconocimiento como las de la Sargento Rei Hernández. Hasta ahora el material fisiológico obtenido, (una cabeza y cierta cantidad de miembros mutilados) dan cuenta que los aliens son descendientes de una mutación terrestre; la misma raza pero con características evolucionadas, que fueron objeto de la guerra de los conejos, ejecutada con intensidad por los mercenarios espaciales de las guerras comerciales del siglo XXIII.
Dos siglos más tarde muestran cambios evolutivos adaptativos. Los científicos intentan dar con la clave de la velocidad de estos cambios que caracteriza a la especie, que hasta el descubrimiento de este planeta, se consideraba extinguida.
Mientras el vehículo Puma recorre el desfiladero amarillo, la Sargento primero observa las pantallas virtuales de su conexión. Casi se siente aburrida de que no haya novedades. La frustración empieza a apoderarse de su ánimo cuando un impacto seco golpea el costado del vehículo de seis ruedas que queda sobre su lado derecho. No hay una sola señal en los alrededores de actividad enemiga evidenciada en los instrumentos.
En milisegundos, la computadora del Puma evalúa la situación, desinfla los neumáticos sobre el costado en que está recostado y con la ayuda el brazo mecánico auxiliar lo pone en la posición correcta. Los neumáticos se inflan nuevamente y la sargento primero ordena la retirada, que implica la disposición automática de minas antipersonal y antitanque para dificultar una posible persecución. Si hubiera blancos detectados, el cañón de 20 mm. y el lanzagranadas estarían disparando automáticamente.
— Mi sargento primero, tengo una estela IR. ¿Procedo a la fuente?
—Positivo. No tenemos nada firme.
El trabajo de las unidades recon es ese. El contacto mínimo y la retirada con información sobre la ubicación del enemigo, para atacarlo después con fuerzas superiores. Solo que los instrumentos no detectan nada, excepto el origen del disparo de cohete que puso al vehículo de costado.
El Puma se dirige ahora rumbo a la planicie de los cristales. Una llanura de lodo blando en el que el Puma desinfla las ruedas para disminuir el peso específico. La bestia de 11 toneladas tiene ahora una presión menor sobre el suelo que un infante cargado. Al llegar a una cordillera menor, el suelo se endurece y los instrumentos suenan. Los cañones empiezan a tronar. Se escucha una golpe sobre la cubierta del Puma. Los instrumentos se apagan. La sargento primero y la cabo primero saben que están a ciegas. Ambas toman los subfusiles y esperan. Un sonido metálico las termina de perturbar: las respectivas tapas blindadas de sus puestos saltan con un sonido neumático. Una mano enguantada las arranca de sus puestos arrancando los arneses. La sargento primero Rei Hernández dispara su pistola en la cara de su captor. La cabo primero Lisa Bosco arranca pedazos del estómago de su enemigo con el subfusil. Ambas caen al suelo y son rodeadas. Combaten a la desesperada, hiriendo o matando a varios, hasta que caen inconscientes a golpes de culatazos.
La Base
Ambas están desnudas en una habitación blanca. El suelo y el techo emiten luz y calor. El piso es liso y amortigua los pasos. La sargento primero Rei Hernández siente un diente roto y ve que la cabo primero Lisa Bosco tiene la ceja izquierda surcada por una herida menor con sangre seca. Se miran, se saben prisioneras y desarmadas. Ni siquiera piensan en la desnudez. Una celda. No hay muebles ni artefactos de ningún tipo. La iluminación que primero es cegadora, parece venir de una claraboya electrónica que abarca todo el techo y trae luz de los dos soles de este planeta. Un sonido neumático habilita una puerta por la que entran dos alienígenas.
—Putísima madre; boluda, son conejos. —dice la cabo primero Bosco.
—Sip. Y son hermosos.
La cabo acierta en la apreciación. Lengin Tramos y Burton Herber son dos descendientes de una raza perdida cuyo mejor atributo es la adaptación y la capacidad reproductiva. Tienen miembros musculosos y ágiles. Miden 1, 90 de cuerpo recubierto por una capa fina de pelo suave y brillante. Las orejas caen gráciles tras la cabeza. Lengin es negro con el rostro surcado por sectores blancos. Burton es de color chocolate profundo. Los dos tienen ojos azules. Son en términos de diseño, hermosos.
—Son peludos.
—Mi ex novio, el capitán Vásquez, también.
—Qué lindos son…
Y hay verdades que son como planetas. Lengin abordó a la sargento primero, como el galán que es. La toma de un hombro, clava los dedos en el omóplato con el pulgar peludo en la clavícula, con la otra mano la toma de la cintura y la besa con violencia contenida. La sargento primero entiende así que ha estado demasiado tiempo sola. Lo abraza y lo besa, amándolo.
Tres días pasan desnudas en esa celda que aunque desprovista, es cálida. Los conejos fueron y vinieron comunicándose con señas que apenas importan.
El cuarto día despertaron en el vehículo en la misma planicie donde fueron capturadas. Ha sido reparado y reamunicionado; incluso los arneses del asiento están es su lugar. Los sistemas están funcionando y en línea. La sargento ve a la cabo Bosco reclinada hacia delante con las palmas de las manos enguantadas cubriendo su cara.
—Lisa…
La cabo no responde.
—¡Lisa! … ¡Cabo primero!
—No lo puedo creer boluda. Esto es rarísimo. —Lo dice con la cara hundida en las palmas de las manos; tratando de entender.
—Sep. Volvamos a la base.
—¿No hay lecturas de la ubicación del lugar donde estuvimos?
—Nada. Todo en cero.
—Estuvimos tres días con los conejos.
—No entiendo nada, pero me siento como nueva.
—Yo igual.
El trayecto a la base del escuadrón de exploración 7º Coronel Isidoro Suárez fue en silencio. Al llegar, las suboficiales son sometidas a un exhaustivo debriefing cuya consecuencia directa es una inspección médica completa.
La oficial médico capitán Alana Encortez observa los resultados de los análisis en la pantalla. Las muestras de tejido explican la existencia de una droga de características similares al LSD, usada en la antigüedad para fines recreativos. También señalaron algo que hizo enarcar el ceño de la doctora, que siempre es serio. Se enarcó aún más cuando las examinó con el scanner 3D.
Felicitaciones chicas. Van a ser mamá; y son sixtillizos.
El principio
—¿Vos pensás que realmente dimos el primer paso para que nos dejen de perseguir como raza?
—Nos van a buscar y nos van a exterminar con más razones y con más odio.
—El master Octum dice que hay que parar con la violencia y probar con el amor.
—Históricamente, nunca funcionó.
—Él lo sabe, pero dice que no tenemos que dejar de intentarlo.
—No sé… Yo sentí que podría amar a las mujeres humanas.
—Es el octum apertus. Te hace sentir cosas inmensas que después no caben en ningún lado.
—¿A vos no te pasó?
—¡Obvio que me pasó! ¡Pero lo racionalizo Leng!
—Ya se me va a pasar.
—Obvio. Tenemos entrenamiento de arma blanca por la tarde; con eso se te olvida.
FIN
Muchas gracias a Gustavo por esta historia.
Y ustedes no olviden que está participando en el Desafío del Nexus de Febrero, así que si disfrutaron del relato no olviden darle al botón de facebook.
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