La Búsqueda de lo que No se Ha Perdido

Marte era áspero y frío, ahí estaban las huellas desgastadas de dos razas que habían ido y regresado dejando detrás de sí muy pocas evidencias. Hasta el viento parecía cansado y su silbar ligero era el monótono susurrar de los recuerdos ya casi totalmente borrados.

Roldan Lemus miró hacia el exterior, a las pistas quebradas e invadidas por pequeños cráteres producidos por las astronaves, a estas alturas llenos de arena, y hacia las ruinas de aquella que una vez fue la Gran Estación Espacial del Puerto de Marte, desde el punto de observación del interior de su pequeña nave (reacondicionada en tiempo record en la Tierra).
Su rostro era gris, carente de expresión mientras observaba a la persona que estaba atravesando la desigual extensión arenosa del Espacio-Puerto dirigirse hacia su nave.
Suspiró con tristeza. Durante cuatro siglos un hombre puede aprender a no pensar, pero las emociones y los sentimientos sobreviven. Estaba demasiado cansado. Ni siquiera los tratamientos de rejuvenecimiento habían podido mejorar la situación. Sus espaldas se curvaban ligeramente, confirmando la edad sugerida por sus cabellos grises. Pero cuando se movió para desbloquear la cerradura interna de la nave, para dejar pasar a su visitante, sus ojos lucían todavía más viejos.
Ravel era un hombre de mediana edad pero, cuando se dejó caer sobre la butaca, había algo en su actitud que traicionaba su verdadera ancianidad además, por supuesto, del cansancio que aleteaba sobre su rostro. Su sencillo uniforme de Sub Organizador de la Tierra estaba cubierto de manchas y suciedad. Le brindó un escuálido ensayo de sonrisa a Roldan y extrajo el termo de café del nicho en el cual estaba ubicado.
—¿De manera que la Escorpión, al fin, regresa? —Preguntó Roldan, con indiferencia.
De todas maneras no necesitaba la confirmación de Ravel. Cuando lo habían encontrado en el Centro de Rejuvenecimiento en la Tierra y trasladado al Espacio-Puerto lo había adivinado de inmediato. Solo por razones sumamente importantes interrumpirían el regreso a la juventud de un hombre. A pesar de que los mensajes habían sido muy lacónicos, estaba seguro que debía tratarse de algo gordo cuando le informaron que Ravel estaba esperando su urgente traslado a Marte.
Los ojos de Roldan se fijaron en la suciedad del uniforme del otro.
—Top secret. —Confirmó Ravel—. Tan secreto que tuve que venir yo aquí, el Sub Organizador de la Tierra, para desempeñar la presunta anodina tarea de vigilante… Los robots y yo hemos hecho todo lo posible para lograr algo que pareciera a un aceptable mantenimiento de emergencia… ¡Dios, estoy tan agotado que podría, en este momento, zambullirme en una cama y dormir durante una semana entera!… Pero debo, ineludiblemente, regresar a la Tierra… A propósito, siento haber interrumpido tu rejuvenecimiento, Roldan.
El aludido levantó los hombros restándole importancia a la disculpa. En el pasado, cuando el rejuvenecimiento era una novedad, hubiese podido tener algún valor, pues la gente hacía colas durante días para no perder su turno. Pero, en la actualidad, siempre existía la posibilidad de tomar el lugar de otro que no había acudido a la cita. Más del quince por ciento de la población rechazaba el tratamiento, pues algunos de aquellos que lo hacían eran individuos que disfrutaban el novedoso placer de estar envejeciendo por primera vez. Cada año, el número de personas que defendía la teoría de que la vida valía la pena ser renovada, disminuía aceleradamemente.
— ¿Cómo descubrieron que estaba regresando? —preguntó. — Después de todo tiene un retraso de sesenta años.
Ravel tiró el termos en el recipiente de los deshechos y estiró la mano hacia los cigarrillos de Roldan.
—Creo que los transmisores automáticos de la Escorpión siguen funcionando todavía… “Norman recibió en la oficina una serie de bip-bip que indicaban que algo estaba llegando desde esa dirección con una velocidad superior a la de la luz. Esa es la única nave, con esa característica, que todavía tenemos afuera, por lo que suponemos que debería tratarse de la Escorpión, o…
Dejó la frase inconclusa, pero Roldan comprendió en lo que estaba pensando. O era la Escorpión, o se trataba de otra raza que estaba llegando con una nave capaz de superar la velocidad de la luz. Se puso rígido como si estuviese sufriendo un shock causado por una enorme descarga de adrenalina, pero lo superó de inmediato; al fin y al cabo seguramente solo era esa nave que regresaba retrasada. Esperaba, sin embargo, que no hubiese inconveniente ni para la Escorpión y tampoco para la tripulación, pero…
—No hay razón para abrigar falsas esperanzas. —La voz de Ravel puso punto final a sus pensamientos. — El capitán, si la memoria no me falla, era un individuo muy competente; es perfectamente posible, sin embargo, que haya podido tener algunas dificultades. Y yo también tendré dificultades si no regreso pronto a la Tierra. Te dejaré un robot en el caso que se necesite alguna reparación. ¿Crees que lograrás poner a funcionar todos los aparatos, Roldan?
Este respiró hondo. Había pasado muchos años en la Base de Marte, primero como jefe de Tráfico General y al final como director del proyecto Otras Vidas, durante el período en el cual las grandes naves eran construidas y lanzadas al espacio recién salidas de los astilleros. Treinta y cuatro astronaves en el transcurso de sesenta años, cada una costó más de cuatro mil millones de Astros. La Escorpión era la última de la serie. Todas las demás ya habían regresado, para reportar que la búsqueda de nuevas fronteras había sido un fracaso.
Ambos recogieron sus cascos y atravesaron el compartimiento estanco. Ravel vaciló un momento, luego se dirigió hacia su nave llamando a tres de los robots que estaban esperando órdenes y enviando al cuarto hacia las ruinas del Edificio Administrativo.
Roldan miró la nave de Ravel mientras se elevaba y desaparecía en el cielo. Luego bajó de nuevo la mirada hacia la superficie arruinada del Espacio-Puerto.
Marte estaba eliminando también los últimos vestigios de esta segunda raza que había llegado desde la Tierra mirando hacia las estrellas.
El Espacio-Puerto de Marte estaba en su pleno esplendor cuando Roldan llegó ahí la primera vez, alrededor de tres siglos y medio antes. Dos siglos después, cuando las astronaves estaban comenzando a regresar y desde la Tierra lo nombraron Jefe del Tráfico General, la arena ya estaba comenzando a cubrir los muros externos de los edificios.
Aquellas estructuras ya no existían, habían sido tragadas por el desierto, solo este edificio quedaba en pie con la débil esperanza que alimentaría, eventualmente, la última nave que estaba por regresar. Todo lo que las antiguas ruinas marcianas escondían había sido destruido desde hacía ya muchísimo tiempo. Solo algunos residuos de escombros se asomaban aquí y allá para demostrar que ellos habían existido en un tiempo lejano. En el transcurso de un siglo no quedaría ya ninguna señal que pudiese demostrar que el planeta había sido pisado también por los hombres, a excepción hecha de algunas chatarras de astronaves que hubiesen podido durar hasta un milenio.
Roldan suspiró de nuevo y se dirigió hacia el edificio. Sin embargo sus ojos miraron nuevamente hacia el horizonte, en donde se resistían todavía, una sobre otra, algunas piedras y la columna de bronce al berilio, el símbolo de lo que había sido la desconocida y aparentemente no conocible gente de Marte extinta, quizás, diez millones de años atrás. En el pasado esa gente tuvo que haber sembrado sus estructuras a lo largo y ancho del planeta, pero ahora solo quedaban algunos pocos vestigios, inútiles incluso por los arqueólogos. Todos los elaboradísimos grabados que los cubrían podrían haber tenido un significado alguna vez, pero ningún hombre los descifraría jamás. No había ningún indicio que pudiese revelar su naturaleza, donde y cuando esa raza desapareció y por qué.
Entró en el edificio, con el robot siguiéndole de cerca, echó una mirada bastante rigurosa a su alrededor. Había sido reacondicionada solo la sala en la cual estaban los grandes aparatos de transmisión ultra-onda. El grueso de la arena y polvo había sido removido, de manera que por un buen lapso tiempo hubiese podido aguantar. Efectuó un control para comprobar que el híper-intercomunicador estuviese operativo, antes de dirigirse hacia la única ventana para observar atentamente y con tristeza, una vez más, las ruinas de Marte.
A su lado el robot esperaba… podría decirse impaciente.
— ¿Órdenes? —preguntó.
Roldan giró hacia él de muy mala ganas:
—Ninguna orden, Cron. Estamos en Marte en donde los hombres han renunciado a su dominio. Aquí eres un individuo libre como yo. Puedes hacer lo que quieras.
Cron se agitó de nuevo mostrando su inconformidad metálica por su inutilidad, mientras su extraño cerebro, dotado de una inteligencia casi autónoma, trataba de resolver el problema, en cierto modo implícito, en las palabras de Roldan. Pero tampoco este último robot, el más reciente construido por el hombre, antes de abandonar la idea de seguir haciéndolos, podía comprender eso.
— ¿Órdenes? —Repitió.
Roldan renunció a seguir con el intento de practicar con él la humana educación.
—Toma mi nave y parquéala detrás del edificio, pero lejos de las pistas. Después de que lo hayas hecho retírate hasta que yo te llame.
El robot no gastó palabras para informar que había entendido, giró lentamente y se dirigió hacia el exterior chirriando, mientras la mente de Roldan recomenzó a trabajar. La cerradura silbó ligeramente y un poco de la seca y embotellada atmósfera de Marte entró en la habitación. Cron reapareció en la arcada externa y se dirigió hacia la nave, Lemus lo vio entrar, observó la compuerta rotar y cerró los ojos a la primera aparición de la llamarada de los escapes del motor. La arena rebotó contra la fachada del edificio para ir a parar hasta la columna de los antiguos marcianos alrededor de la cual se depositó, después de quedarse suspendida en el aire por casi un minuto. Pero cuando se inmovilizó, la escena siguió siendo igual a la de antes. Roldan escuchó el ligero ruido de la nave detrás de la Estación.
Automáticamente hizo un gesto tratando de buscar un cigarrillo, preguntándose asombrado si los aspiradores, reacondicionados, del edificio podrían sostener esa enorme sobrecarga de trabajo en el esfuerzo de lograr hacer decentemente respirable la sutilísima atmósfera de Marte.
Manipuló por algunos instantes lo aparatos de ultra-onda. Solo se recibía una señal de la Tierra, lo cual significaba que ya estaban tratando de sintonizarse sobre la banda de las frecuencias en las cuales la Escorpión pudiese recibirlos.
Era siempre la misma insípida historia que Roldan vivió durante demasiados décadas, a pesar de que consideraba que podría tener todavía algún interés para hombres que habían estado alejados durante dos siglos. Por otra parte, todavía no se percibía ninguna señal que demostrara que ya habían entrado en la banda de llamadas.
Se acercó de nuevo a la ventana para observar la lenta bajada del sol, que teñía de rojo una tormenta de arena a lo lejos, hasta que desapareció completamente en el horizonte.
Con la celeridad típica en el planeta, cayó la oscuridad. Las estrellas parecían deslizarse en el cielo, mientras la Tierra se mantenía vanidosamente apartada. Sintió un escalofrío al pensar que era el único hombre que podía verla así.
La luz del cielo era sucia, pero él encontró un banco no muy sólido que, sin embargo, podría tolerar su peso y entonces comenzó a limpiar el cristal de la ventana. Ahora las estrellas se veían diferentes. Unos pocos centenares de años no las habían cambiado mucho y él anotó las respectivas posiciones: puntos calientes que apenas titilaban en la delgada atmósfera de Marte. Júpiter podía verse y él sabía las posiciones exactas de todos los otros inútiles planetas, aunque no los viera.
Hizo una mueca con fatiga, trayendo a la memoria sus recuerdos de muchacho, cuando todos, él y sus amigos, soñaban que cada nuevo mundo podría contener tesoros raros, y el hombre hubiese podido encontrar otras inteligencias y competir con ellas. Nada había sido encontrado excepto la certeza que Mercurio era demasiado caliente, Venus una turbia esfera de polvo bajo los estratos de una atmósfera sucia y venenosa, Marte aprovechado hasta la inutilidad, y los otros planetas demasiados fríos o prohibitivos; en última instancia, hubiesen podido servir, eventualmente, como posibles puntos de apoyo hacia las estrellas que yacían más allá… pero nada más.
Nordson, había encontrado la manera de superar la velocidad de la luz, cuando Roldan todavía era un inexperto joven de apenas treinta años y el Puerto de Marte había sido apenas inaugurado. El planeta fue un punto de despegue ideal para las astronaves que la Tierra no podía hospedar en su propia atmósfera, debido a las radiaciones mortales de sus escapes.
También se consideraron Centauro y Sirio, además de otro millar de soles, algunos con planetas otros sin ninguno. Hubo también un gran momento en el cual un planeta había sido descubierto y colonizado, a una distancia de alrededor mil años luz, antes que los hombres se dieran cuenta de que había algo en las radiaciones de su estrella que era aparentemente letal para cualquier forma de vida terrestre. Así que nadie, ni siquiera el más desconsiderado, hubiese podido pensar que los humanos pudrían vivir en él; de manera que comenzó a consolidarse la duda con respecto a la existencia de cualquier otro tipo de vida fuera del sistema solar.
El universo nos estaba rechazando: así se había declarado, a excepción, claro está, de la Tierra y, quizás, de Marte diez millones de años atrás. Roldan miró de nuevo las ruinas todavía precariamente visibles en la delgada tajada de luz que salía de su ventana. Ellas eran el testimonio de una civilización tan avanzada, por lo menos, como la del hombre. ¿Qué sucedió para que una cultura, capaz de tales construcciones, tuviese un final tan sorprendente y de manera tan imprevista?
El receptor de híper onda emitió un chirrido sin significado y él acudió rápidamente a ajustar la sintonía. Por un breve instante tuvo la esperanza que, en lugar de un código conocido, se oyera un zumbido incomprensible que diera fe de que otra raza estaba descendiendo de las estrellas hacia la Tierra. Pero abandonó de inmediato la esperanza, aún antes de que el dispositivo receptor hablara. Hubo un improviso sonido en código y un instante después, seguido por una voz muy débil emitiendo una sucesión de palabras, transmitidas por las ondas al límite de la audibilidad.
“Astronave Escorpión llegando. ¿Nos reciben? Escorpión llamando al Puerto de Marte. Llegada estimada en dos horas. Desocupen la zona de aterrizaje. No necesitamos tubos de protección. Escorpión llamando a Puerto de Marte.
Roldan controló la sintonía y vio, habida cuenta de la distancia, que estaban al máximo de la sensibilidad.
“Campo despejado para aterrizaje en Puerto de Marte, de acuerdo a los parámetros pedidos. Escorpión, repito: de acuerdo a los parámetros pedidos. Todo en orden. Acusen recibo.
La voz llegó todavía más débil. Templó, se interrumpió con un pitido y desapareció. Solamente una suerte ciega los había gratificados con un sub-espacio bastante limpio para una transmisión completa. Roldan cerró el contacto: no hacía falta informarles que el Espacio Puerto había estado desocupado durante varios lustros. Se darían cuenta muy pronto.
Cuando ellos partieron, Marte era todavía una colonia y había seguido siéndolo todo el tiempo necesario para construir y enviar al espacio otras seis enormes astronaves, con la orden de proceder hasta los límites de la autonomía antes de regresar, o regresar solo después de haber descubierto algo verdaderamente significativo. Roldan había visto, mientras se preparaban para salir, tantos jóvenes y entusiastas voluntarios que estaban seguros de encontrar una nueva especie de vida inteligente, o un mundo que se convertiría en un paraíso para el ser humano. Ahora la última nave estaba por regresar y era razonable que fuese exactamente él quien recibiera a los cansados hombres del espacio frente a la puerta de casa.
Trató de recordarlos, pero había habido demasiadas naves y había transcurrido demasiado tiempo… Sintió un curioso deseo de sacudir el polvo que cubría una pared cuarteada, y descubrió los nombres que habían sido escritos, desacatando el reglamento y que habían quedado ahí porque él mismo había revocado la prohibición. Con enorme sorpresa encontró rápidamente lo que buscaba. El capitán de la Escorpión: Hugo Millán. Roldan ahora ya lo recordaba, un joven de pelo ensortijado, derecho como un obelisco y con una sólida y desafiante voluntad en la mirada. Y el pelirrojo Josué Moreno, guía espiritual, cuyo apodo El Religioso, era más conocido que su propio nombre y quien había jurado que partía para el espacio con el fin de aprenderse toda la Biblia de memoria. Solamente estos dos, después de tantos años, estaban claramente presentes en su memoria.
Sin dudas, de haber sido descubiertos un nuevo lugar para el ser humano o una inteligencia comparable con la del hombre, este grupo sería el depositario de esta buena nueva. Inevitablemente algo tuvo que haber sucedido, durante el lapso de los sesenta años adicionales de su viaje, de lo contrario el combustible no hubiese alcanzado para esta extensión imprevista.
El receptor automático comenzó a balbucear hasta que él decidió desconectar el generador. La carencia de estabilidad indicaba que ellos habían comenzado a luchar para salir del híper espacio, tratando de entrar, con evidente dificultad, en una ruta dentro del espacio normal. La nave estaba empleando más tiempo de lo necesario y Roldan comenzó a preocuparse. Al fin la inestabilidad disminuyó. Ahora él ya estaba seguro de que se estaban desplazando por debajo de la velocidad de la luz.
El receptor automático logró repetir su llamado, señalando que todos los miembros del equipaje estaban ocupados en la tarea para dirigir la nave hacia una trayectoria estable. La señal estaba bastante clara y Roldan alcanzó a oír, en el fondo, las voces de los hombres que sonaban tranquilas y dedujo que no tenían ningún motivo para preocuparse.
—Comunicación reservada —ordenó Roldan.
Se necesitaba mucha potencia para alterar una señal con el fin de no hacerla interceptar por la ultra-onda. Pero ya la nave estaba bastante estabilizada para intentarlo. No quería que el mensaje fuese captado accidentalmente por la Tierra antes de saber cuáles eran las novedades del viaje. El receptor automático ejecutó la orden y a la señal se la interfirió con esa extraña distorsión que la hacía ininteligible.
Roldan gruñó con satisfacción e insertó el decodificador:
—Muy bien, aquí Roldan Lemus, código reservado 16-JK-94-OTB-7- A. Pueden informar.
—Reporte preliminar —comenzó el transmisor automático. — Inspeccionados desde muy cerca 2364 soles y 2915 planetas; examinados a gran distancia por medio de enfoque automático 8827 soles y 29315 planetas, todos no aptos por aspectos diversos… Máxima distancia alcanzada por la ruta automática 110.000 años luz: arco de cobertura…
—Suficiente por ahora. ¿Han encontrado mundos habitados?
El transmisor automático registró lentamente la pregunta y se escuchó un chasquido que indicaba que la comunicación se había interrumpida. Roldan imprecó. Pero inmediatamente después se oyó una voz humana muy débil pero clara:
—¿Lemus? ¿Todavía está ahí? —Era una voz profunda que solo podía pertenecer a Hugo Millán, a pesar de que los años la habían hecho algo más ronca.
La nave, por supuesto, estaba dotada de todo el aparataje para el rejuvenecimiento, sin embargo, ni siquiera el mejor tratamiento lograba borrar del todo las trazas de los años.
—Sentimos el corte, habíamos conectado el transmisor automático y en este momento está casi totalmente descargado. De todos modos ahora estamos a velocidad sub-luz y tengo algún minuto disponible. Obviando las estadísticas hemos estado afuera demasiado tiempo y fuimos quedándonos sin combustible. Habíamos registrado dos planetas sobre los cuales era posible vivir, de modo que decidimos regresar y aterrizar en uno de los dos. Se necesitaron treinta y cinco años para encontrar el combustible, extraerlo de los minerales y purificarlo. Luego decidimos viajar otro poco antes de regresar a casa.
Roldan frunció las cejas y sacudió la cabeza. Trató de imaginar cómo tuvo que haber sido la situación sobre un planeta que a duras penas permitía permanecer vivos y buscar minerales y construir, sin el equipo adecuado, cualquier tipo de instalación para su refinación. Su viejo respeto por Millán creció exponencialmente. Esta clase de hombres hoy en día, duele decirlo, parecen estar en vía de extinción. No hizo ningún comentario; había, probablemente, cosas más importantes y Millán había comenzado a describir los dos planetas.
Uno estaba demasiado lejos de su sol y recorría un órbita excéntrica pasando rápidamente de un corto verano a un invierno tan largo como tres años terrestres. Por otra parte no lucía más acogedor que la Antártida. El otro planeta era una ininterrumpida llanura desolada, con poca agua y una atmósfera enrarecida, un ambiente extremadamente difícil. Era este el mundo sobre el cual pararon Millán y su tripulación.
Roldan arrugó la frente al escuchar esta noticia. Ambos planetas hubiesen creado enormes inconvenientes de abastecimiento durante cien años, por lo menos, antes de lograr hacerlos autosuficientes. Los hombres pueden sufrir por un ideal, pero hay límites. Hacían falta incentivos mucho más grandes de los que hasta el momento parecían haber existido.
—¿Trazas de vida en algún lugar? —preguntó vacilante, cuando el otro concluyó.
La pregunta debía necesariamente hacerse, a pesar de que la respuesta era previsible. También a esa enorme distancia, la posibilidad de estudiar otras especies vivas, hubiese podido inducir a los científicos a establecer una cabeza de puente, y con esta base el planeta podría desarrollarse como punto de arranque para ulteriores exploraciones.
La voz de Millán era indecisa mientras contestaba:
—En el mundo sobre el cual nos encontrábamos (lo hemos llamado Avanzada) habían algunas ruinas que podrían haberse derivadas solo gracias a una actividad inteligente… pero no había ninguna traza de vida. Quizás alguna vez estuvo lo que nosotros llamamos… ¡Voy!
Un grito o una llamada se había escuchado débilmente en el receptor. Se escucharon claramente los pasos de Millán que se alejaban, hasta desaparecer. La nave se preparaba para el aterrizaje y probablemente había demasiado trabajo para todos. Roldan estiró la mano hacia el interruptor y lo apagó.
Ochenta millones de años luz a través de la Galaxia y ¡por fin ruinas que indicaban inteligencia! Sobre cuarenta mil mundos que las naves habían explorado, este era el primer indicio de una posibilidad. No era gran cosa, de acuerdo, pero…
Poco a poco Roldan enderezó las espaldas y se levantó. Ellos habían explorado el universo alrededor de ochenta millones de años luz sin una razón para la esperanza. En todos los reportes precedentes solo se habían anotado tres mundos habitables y ninguna señal de vida a excepción hecha, por supuesto, del sistema solar. Y ahora una astronave estaba regresando y reportaba ¡dos mundos posibles y trazas de vida! Una avanzada y quizás otro lugar, el planeta de origen de aquella forma de vida. Con una promoción adecuada, un notable esfuerzo organizativo y con las pruebas que demostraran que en algún rincón del cosmos existía una posibilidad de vida, ¿hubiese podido el hombre sustraerse a su sed de descubrimientos?
Por un momento se arrulló con la esperanza. Debía ser así. Un solo mundo no podía ser suficiente para una raza que había enviado su corazón hacia las estrellas, que siempre había encontrado una frontera y había llenado su alma de un eterno empuje hacia “algo más allá”. No podría ser bloqueada y encerrada en un recinto sin sentir un malestar profundo por su propia futilidad, el mismo malestar que él estaba probando en ese momento… después de haber recorrido callejuela ciegas durante cuatro siglos.
Con solo una pequeña chispa para alimentar la llama, los hombres hubiesen reactivado sus esfuerzos para proseguir. Y quizás a pocos años luz de los límites de sus exploraciones (los límites inoportunos puestos por el tiempo y el combustible de las naves) podrían existir otras razas que hubiesen revitalizado ese empuje que estaba a punto de extinguirse en la humanidad.
Luego apretó los dientes amargamente y miró fuera de la ventana, donde el único faro rompía la oscuridad. El hombre había encontrado las pruebas de otras vidas en el patio de su casa, y esto lo había sostenido durante siglos, pero no era suficiente para sostenerlo eternamente. No había nada en Avanzada diferente de lo que había aquí, e igual que la misma colonización de Marte, no había tenido larga vida.
Roldan se fregoteó lo ojos mientras observaba nuevamente la columna, fijando la mirada sobre las bizarras y retorcidas decoraciones que la adornaban. Había leído los informes de los científicos quienes al final habían renunciado a resolver el problema. Hacía falta mucho más para empujar a los hombres más allá. La misma voz de Millán se había oído cargada de dudas.
Pero algún indicio de esperanza estaba todavía vivo dentro de él, mientras observaba la noche marciana. Debía esperar para obtener ulteriores informaciones. Mientras tanto solo existía el misterio como el de la desaparecida raza de los marcianos.
¿Cómo sucedió? Conocían el procedimiento para trabajar el tungsteno, y había pruebas que habían recurrido a reacciones nucleares para templar las columnas. Esta era tecnología de elevadísimo nivel. ¿Cómo concluyó? No parecía que el estadio más alto de la civilización hubiese durado mucho tiempo, ya que los pilares sobrevivientes, sobre la superficie del planeta, se parecían como dos gotas de agua con insignificantes cambio con respecto a los más recientes. No hubo tiempo suficiente para la decadencia. Tampoco había pruebas que demostraran que se hubiese desencadenado una guerra con otra raza dotada de aparatos nucleares más potentes: una guerra así hubiese dejado trazas inconfundibles.
No pudieron establecerse sobre la Tierra, por ser esta todavía muy inhóspita. Pero debían tener astronaves. Y ¿qué les había frenado emigrar hacia el exterior, en vez de anularse en su propio planeta después de un corto período de una civilización tan alta? El hilo de sus pensamientos fue interrumpido por el bip de receptor, por lo que activó el radiofaro automático que guiaría a la nave en su descenso. Sobre su cabeza pudo escucharse un ligero ronroneo que se amplificó convirtiéndose en el carraspeo atronador de los escapes de los cohetes sobrecargados y carentes de revestimiento externo, que se había desgastado en demasiados aterrizajes inútiles. De todas maneras el descenso procedía, sin tropiezos, a unos ochocientos metros de Roldan, quien la miró tocar suelo y de inmediato vistió el traje anti radiación.
El terreno fumaba todavía, pero el contador señalaba un nivel bastante bajo de radioactividad. Atravesó el campo rápidamente. Esperó a que se abriese la compuerta externa. Entró por la abertura y comenzó a quitarse el traje mientras la compuerta interna comenzaba a abrirse.
Se encontró frente a cuatro hombres flacos y desgastados. Sus ojos buscaron a los otros… habían salido treinta, pero Millán movió su cabeza gris:
—Cuatro son todos los que quedamos, general. Hemos tenido bajas, pero…
Su brazo indicó el exterior, más allá del campo, ahora iluminado por los faros de la gran nave, y sus ojos se pararon sobre la extensión de los cráteres rellenos de arena, sobre los escombros de los edificios que se perfilaban más allá de las lámparas de la compuerta de entrada. Roldan sacudió la cabeza y buscó los cigarrillos y les ofreció.
—Ya no soy general desde cuando el Puerto de Marte fue abandonado. Estoy aquí solo porque les estaba esperando… Díganme algo acerca de Avanzada.
—Tengo un microfilm en mi cabina.
Millán se apartó mostrando a los otros tres de la tripulación. Por primera vez notó que uno de ellos tenía el cabello rojo como flama que siempre había distinguido a El Religioso Moreno.
Levantó una ceja y Moreno, sacando una Biblia desgastada y mostrando el pulgar y el índice en círculo:
—Toda memorizada —declaró. Pero la mueca en su rostro no era convincente y su hazaña no debía parecerle más muy importante.
Subieron la escalera de caracol. Ya Roldan había olvidado las dimensiones de estas naves. Los ascensores estaban, por supuesto, averiados. Millán subió hasta la cima y entró en una pequeña cabina, abriendo la puerta con una patada. Buscó en un contenedor mal conservado y extrajo una tarjeta y un visor.
—Traté de imaginar algo a partir de lo poco que hemos logrado recibir de las transmisiones terrestres —precisó sin un hilo de emoción, mientras introducía la tarjeta en el visor. — Pero no podía creerlo… hasta que vi Puerto de Marte… supongo… bueno esto te dará una idea de Avanzada. He explorado todos los soles que he logrado alcanzar, en el espacio que nos rodea, pero no he logrado descubrir de donde proviniese esa raza.
Roldan ajustó cuidadosamente los lentes frente al plano ya no muy familiar; habían pasado muchos siglo desde, las proyecciones no estéreo y a dos dimensiones. Al comienzo lucía una tarea ardua pero muy rápidamente su ojo reaprendió el viejo truco de engañarse a sí mismo.
Había varias escenas que mostraban el cielo de un color verde diluido, sobre una delgada arena gris y algo que parecía un montón de bloques de granito desmenuzados. Mientras observaba, comenzó a delinearse un gráfico. Alguna vez algo había sido construido por seres inteligentes. Un examen más cercano demostró que a pesar de los daños del tiempo, las piedras todavía mostraban una forma geométrica.
Desfiló rápidamente una lista de datos estadísticos. Les dedicó una mirada. Luego llegó a la escena final. La voz de Millán sonó de pronto detrás de él, dura, cargada de tensión.
—¿Qué les pasó a las otras naves.
—Todas regresaron… están amontonadas al margen del campo, más allá del alcance de vuestros reflectores. Ahora ya no nos sirven más. Treinta y tres caparazones y con esta treinta y cuatro… Todos los que hemos construido.
Se dedicó de nuevo a la observación de la grabación, pero Millán volvió a interrumpirlo.
—¿Todos? Esperaba… ¿La operación fue un fracaso entonces?
—Peor… Supongo que tú tienes el derecho de saber dónde has regresado. Lo verás muy pronto y mucho mejor de lo que yo pueda describirte con palabras.
Roldan volvió a colocar el viso sobre sus ojos y lo apuntó de nuevo hacia la luz.
—Cuando se fueron todavía existía una razón… Ahora todo es historia pasada.
—Ya veo.
Millán no insistió. Sin dudas notó la tensión de Roldan, y había entendido que no había razón posponer por más tiempo la última escena de la filmación. Roldan la estaba observando atentamente y poco a poco se estaba dando cuenta que la última de sus esperanzas se estaba desvaneciendo.
Apagó el visor y miró a Millán:
—Tú sabes lo que es esto ¿verdad?
Millán afirmó.
—Lo sospechaba. Pero nunca le presté mucha atención a lo que estaba sucediendo aquí, y ha pasado mucho tiempo. Seguía deseando creer que yo estaba loco.
Roldan no contestó. Recogió el visor y se dirigió hacia el cuarto de control, seguido por Millán. Todavía en silencio indicó hacia afuera a través de las claraboyas, más allá de la superficie devastada de Marte, la columna de bronce al berilio, recubierto por las bizarras decoraciones, que brillaba bajo los efecto de la luz de la estación espacial. Luego levantó de nuevo el visor a la altura de los ojos.
El cielo era verde y no negro, la arena era gris y no roja como la de Marte, pero la escena era idéntica. Una columna brillante se erguía en medio de un montón de escombros, adornada con las mismas bizarras decoraciones típicas de las estructuras marcianas. No había duda acerca de cuál civilización había intentado colonizar Avanzada y había fallado.
De pronto una mano áspera le quitó el visor y Roldan giró para mirar a Moreno, El Religioso, y a los otros hombres. Tuvieron que haberles seguido, a él y a Millán, al cuarto de control. Pero no tenía importancia. Seguramente siempre lo habían sospechado. No había trazas de sorpresa mientras se pasaban el visor comparando la imagen con la del exterior.
Casi automáticamente, Roldan, agarró el micrófono de ultra onda y llamó al Edificio Administrativo ordenando al robot Cron transportar su nave al lado de la gran astronave. Reguló con cuidado los cuadrantes y pronunció pocos y claros símbolos en código. Un momento más tarde le contestó la voz de Ravel.
—Traslado a los sobrevivientes con mi nave —anunció Roldan con voz que le sonó absolutamente extraña. — Garantiza una cobertura retenida hasta que hayamos hecho un reporte exhaustivo. Gestiona la posibilidad de rellenar un par de bañeras con buen ron… lo vamos a necesitar.
Pareció que Ravel inspiró profundamente y espiró, pero su voz se oía tranquila y reposada:
—Así que la caja de pandora era solo y nada más que una fábula, después de todo. Bueno, en realidad jamás alimenté muchas esperanzas. Muy bien Roldan, prepararé el brebaje y cuatro tratamientos de rejuvenecimiento… estoy tratando de obtener aquí mismo la instalación para ustedes. Me haré cargo de todos si será necesario.
Roldan miró a los cuatro hombre y después afuera en dirección de la columna, todo lo que había quedado de una raza que buscó nuevas fronteras en las estrellas… Había sido una empresa que involucraba una increíble tenacidad y dureza al instalar las propias colonias a intervalos de espacios tan enormes, en cualquier sitio en el cual existiera una posibilidad de vida… Luego, cuando el experimento de las colonias había fracasado, la raza había regresado a la soledad de su pequeño mundo, al cual las estrella miraban severamente, sin prometer nada. Marte estuvo muerto durante diez millones de años mientras que la columna quedaba en pie como la lápida de un mundo que se había convertido en una prisión. La vieja pregunta de la desaparición de la raza estaba finalmente respondida.
El receptor importunaba con las preguntas de Ravel, mientras Roldan y los otros se miraban las caras sin prestarle la más mínima atención. Moreno, El Religioso, rompió el silencio y comenzó a recitar en tono monótono y reposado:
—Entonces temblarán los guardianes de la casa, y se encorvarán los hombres fuertes; cesarán las moledoras por ser pocas, y se oscurecerán las que miran por las ventanas.
Se cerrarán las puertas que dan a la calle, y se apagará el rumor del molino; cuando se levantará la voz del ave, y todas las hijas del canto serán abatidas.
Temerá a las alturas y tendrá miedo en el camino; florecerá el almendro, la langosta será una carga, y se perderá el apetito; porque se va el hombre a su morada eterna, y andan ya los plañideros por las calles.
Antes de que se rompa el cordón de plata y se quiebre la copa de oro; y el cántaro se haga pedazo en la fuente, y la rueda sea rota sobre el pozo, el polvo vuelve a la Tierra de donde salió, y el espíritu retorna a Dios que le dio el ser
Inspiró profundamente y concluyó diciendo:
— Todo estaba escrito ya en el capítulo 12 del Eclesiastés y nosotros, los humanos, nunca supimos entenderlo, a pesar de que es evidente —y citó muy lentamente destacando cada palabra; — El polvo regresará a la Tierra de donde proviene… es decir que el hombre regresa a su casa de donde salió, y cuando todo se acabe, el espíritu retorna a Dios que le dio el ser.
Roldan aprobó y tomó el micrófono:
—Ravel, prepara solo el ron. Hemos decidido renunciar al rejuvenecimiento.
Colocó con cuidado el micrófono en su receptáculo y comenzó a descender por la escalera de caracol. Los otros le siguieron inmediatamente. Cron ya estaba listo con la nave de Roldan. Entraron en ella y se aseguraron a sus respectivos asientos. Poco después los motores rugieron y los últimos cinco hombres fuera de la Tierra regresaron la casa de donde provenían.

Fin

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Ermanno Fiorucci

Lector empedernido de Ciencia Ficción cuando queda tiempo y Escritor por esa necesidad primaria de decir lo que pienso adaptado en un contexto muchas veces menos extraño que la misma realidad. Admirador sin titubeos de Isaac Asimov y Jean Paul Sartre. También conocido por mis amigos como "El Sire".

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