Gorena Apaizak

¿En qué lugar estaría ubicado ese maldito cementerio? En efecto no existía ni iglesia y tampoco cura, esto es cierto, pero nunca tuve noticias de alguna comunidad que, por muy pequeña que fuera, no tuviese su cementerio.

 

Ermanno Fiorucci nos complace nuevamente este mes con otra historia de su autoría, una historia de Sociedades Secretas para enmarcarla dentro del Desafío del Nexus de Abril:

Gorena Apaizak

Recuerdo que en cierta oportunidad, en el café donde solía reunirme con mis amigos para conversar y, eventualmente, polemizar, beber algo, y en definitiva socializar los fines de semana, estuvimos hablando, entre otras cosas, acerca de las sociedades secretas. No logro recordar, realmente, la razón por la cual se abordó ese tema específico; pero sí recuerdo que todos los contertulios tenían algo que decir al respecto y, como siempre sucede, emitían opiniones que, en su mayoría, no eran coincidentes, y algunas absolutamente peregrinas; en síntesis no se sacó nada en claro. Sin embargo, considerando que el tema, por falta de conocimientos y de referencias sólidas y creíbles, estaba decayendo, aproveché ese bajón como excusa para escabullirme, no sin antes invitar a César, Julio y Luís, los más activos en la tertulia, a continuar el análisis en mi casa el domingo siguiente y, paralelamente, usaríamos la ocasión para conmemorar el día en el cual el mundo disfrutó el placer de presenciar mi advenimiento.

***

El domingo 16, los tres llegaron puntualmente, lo cual no suponía una novedad, ya que la ocasión auguraba la posibilidad cierta de brindar con algún exquisito néctar y además… gloriosamente gratis. César, por su parte, siempre atento, oportuno y detallista, tuvo a bien agasajarme con un regalo: la Historia Universal de las Sociedades Secretasde Jean Charles Pichon. Por supuesto se lo agradecí enormemente y, como era de suponer, esa feliz ocurrencia, nos permitió seguir desglosando la temática que habíamos iniciado el domingo precedente en el café, apoyándonos, ahora, en un amplio documento de referencia, delante de una magnífica botella de buen ron nacional y deliciosos pastelitos hechos en casa, (que en realidad había comprado en la panadería de la esquina), y que, por supuesto, mis educados amigos simularon creerme.

Se habló de los Carbonari, de los Iluminati, de la Mano Negra, de los Rosacruces (los auténticos, no los que en la actualidad ponen anuncios en los periódicos). Una vez desmenuzadas todas esas conocidas fraternidades, de acuerdo a nuestros limitados conocimientos, pero apoyándonos en el reciente y valioso regalo de César, pasamos a las sociedades secretas africanas a los Leopardos, las Hienas… a los Thugs, que comenzaron a florecer en la India en la segunda mitad del siglo XIV (aunque se había reportado un caso que demostraba su vigencia en la actualidad), sin contar con el abanico de sociedades secretas chinas de las cuales los Tong son solo una parte. Concluimos con la Vehmgericht medioeval alemana y los grupos relativamente recientes de los asesinos balcánicos como la organización revolucionaria secreta macedónica IMRO, y, por supuesto el Ku-Klux-Klan.

Antes de abordar esta última fraternidad convenimos que, seguramente, terminaríamos desembocando en la política, así que la obviamos pasando a examinar la Masonería de la Europa Continental, escudriñando, en particular acerca de las, así llamadas, Logias del Gran Oriente, para descubrir si todavía existía un nexo entre estas y las logias de la América Central y de Suramérica.

No me di cuenta, por el absorbente del debate, que mi padre había salido del estudio donde, generalmente, solía instalarse para leer la prensa de la mañana y estaba parado detrás de nosotros… escuchando.

Creo haber leído en alguna parte — dijo, aprovechando una pausa — que, hasta no hace mucho, todos los miembros del Gabinete Mexicano debían ser Masones del Gran Oriente, porque, de esta manera darían fe de no estar dispuestos a dar eventuales concesiones a la Iglesia de Roma. Es del dominio público, por otra parte, que México fue, (desconozco, por supuesto, si en la actualidad sigue en la misma línea), el único país latinoamericano que decretó la libre Iglesia en el libre Estado, siguiendo la misma línea política de Conde de Cavour en Italia en el siglo XIX, sabiendo, como es sabido, que Roma manifiesta una gran aversión por la Masonería..

La razón de nuestra discusión, papá, — expliqué — es tratar de descubrir laedad de las sociedades y confraternidades secretas y cuáles son las más antiguas que todavía estarían funcionando y cuál fue la causalidad que incidió en su génesis.

Sin dudas la Masonería es bastante antigua — acotó, después de haber mirado durante un buen rato a través de la ventana en actitud pensativa. — Sus orígenes no están muy claros, pero podríamos remontarnos en línea directa, por lo menos hasta el siglo XV y, quizás, también antes. Existen algunos datos, al respecto, en el Museo Británico; son indicios que sugieren que los especialistas que fueron enviados a Inglaterra, desde el continente, para la construcción de las monumentales catedrales de ese país, fueron, posiblemente, Masones… pero pareciera que, desafortunadamente, no tuvieron seguidores, de manera que la Masonería inglesa se remonta, oficialmente, al 1717 cuando fue instituida la Primera Gran Logia Británica.

¿Usted es Masón? — le preguntó César a quemarropa.

No —respondió rápidamente mi padre. — Todos estos son datos del dominio público, por lo que no estoy divulgando ningún secreto, te lo aseguro. Pero, si andan buscando sociedades secretas muy antiguas, pueden descartar a la Masonería. Las sociedades secretas chinas, a las cuales se estaban refiriendo anteriormente, tienen más abolengo… algunas se remontan a la Dinastía Han, que incluye el período que va desde el 206 a.C. hasta el 220 d.C., si no me falla la memoria… por lo que se podría inferir, sin temor a equivocarse, que son mucho más antiguas que la Masonería. Suele sostenerse que el mismo Confucio era miembro de una de esas sociedades así como Hoang-Ti y, probablemente, también Hu-Di

¿Y el Medio Oriente? — preguntó Julio. — ¿Algunas sectas modernas no descienden de los Sumerios, o Babilonios, o del Antiguo Egipto?

¿Y qué me dice de la Mafia? — intervino Luis. — ¿No es muy antigua la Mafia?

Cálmense, por favor — sugirió mi padre, sentándose, por fin, con nosotros. — Las sociedades del Medio Oriente — dijo después — son relativamente recientes como la Hermandad Árabe. Generalmente son sectas religiosas de carácter místico como los Wahabi creada por el reformador religioso Sheikh ul IslaamMuhammad ibn ‘Abd al-Wahhab Kirgiz en el siglo XVIII, que son, en definitiva, una suerte de monjes musulmanes. Pero pocas, y quizás ninguna, se remontan más allá de los siglos XVI o XVII. La secta de los Asesinos fue una rama de la secta religiosa chií-ismaelita de los musulmanes en Oriente Medio, activa entre los siglos X y XIII. Se hizo famosa a partir del siglo XI cuando tuvo su máximo poder en la dinastía Fatimí, por su actividad estratégica de asesinatos selectivos contra dirigentes políticos, militares y reyes. Ha perdido, con el tiempo, su significado original, aunque, hasta donde alcanza mi conocimiento, en algunos pequeños pueblos del Irán septentrional todavía hay clanes que usan este nombre. Y, por fin, la Mafia, si bien está todavía activa y peligrosa, tuvo su origen el Sicilia a mediados del siglo XVIII, de manera que tampoco es muy antigua.

Siguió un silencio durante el cual tratamos de descubrir si había algún otro grupo que se nos había escapado, pero no se nos ocurrió ninguno.

Entonces ¿podríamos afirmar que las sociedades secretas más antiguas son las chinas? — pregunté tímidamente buscando consenso.

Mi padre se levantó, volvió a asomarse a la ventana ensimismado como si estuviera observando el tráfico de la tarde… lucía distraído; de tal manera que tuve que repetir mi pregunta.

Eso es relativamente correcto — dijo después. — Porque, en efecto, existe una excepción.

A pesar de que su rostro era, como siempre, absolutamente inexpresivo, había algo en el tono de su voz, una nota intrigante, que advertimos todos. Nos había tendido una trampa y esperaba que la activáramos formulándole alguna pregunta.

César, que es irremediablemente curioso, no pudo resistirse, y simuló morder el anzuelo, no por maldad, más bien porque se estaba divirtiendo, así que le lanzó una recta por el medio del home:

Me imagino que Usted es el único hombre en este mundo que conoce esa excepción.

Sus ojos grises chispearon por un instante, pero el rostro permaneció inmutable.

¡Me asombras! Pues no entiendo como lograste deducirlo, pero es así. Y para ser más precisos, a ese conocimiento está vinculada toda una historia.

Todos dejamos nuestro respectivo trago de ron sobre la mesita central y asumimos la posición del buen escucha. Esa actitud es casi automática, cuando mi padre se apresta a contar alguna de sus historias.

Una vez que comprobó que tenía ya monopolizada nuestra incondicional atención, se sirvió un generoso trago de ron, lo matizó, meticulosamente, con tres gotas de amargo angostura, ni una más, ni una menos, y el zumo de medio limón. Una vez concluido ese rebuscado rito, comenzó su relato con esa voz seca y clara tan característica.

***

—…En la primavera del mil novecientos treinta y nueve decidí tomarme unas vacaciones… un par de semanas nada más, para visitar una localidad de los Pirineos Españoles: un pueblito muy pequeño cuyo nombre no es necesario mencionarlo, rodeado por espesos bosques de pinos y elevadas montañas.

Uno de mis hobbies, como sin dudas sabrán, es la ornitología, me gusta estudiar y observar a los pájaros en su medio ambiente natural. Y se tiene referencia que esa zona es muy rica en aves voladoras. El primer día me entusiasmé con la observación de un águila de cola corta y posteriormente otros muchos ejemplares y especies raras que anidan en esas rocas.

Me había hospedado en una pequeña posada de montaña y, a excepción de unas pocas casuchas desperdigadas, aquel minúsculo conglomerado, consistente en unos pocos centenares de almas, era el único centro poblado a cientos de kilómetros a la redonda.

La espantosa pesadilla de la Guerra Civil acababa de concluir, pero aquella era una zona totalmente aislada, tanto que casi no se percibían los desafortunados efectos de aquellos aciagos acontecimientos. La gente seguía siendo pobre y la vida seguía siendo dura, como desde siempre.

Sus habitantes, por supuesto, eran vascos, pero no los grandes y macizos marineros que se ven por los lados de Bilbao o en la costa asturiana. Estos pertenecían a una raza más pequeña, más morena, de pocas palabras y, por lo menos en apariencia, imperturbables. Debo destacar, sin embargo, que eran muy gentiles y cordiales, pero absoluta y decididamente eficientes en ocuparse solamente de sus propios asuntos.

Yo mastico un poco el euskera que, como se sabe, es un idioma muy complicado… pero tuve la suerte de vivir por algún tiempo en el norte de España, así que logro, no sin cierta dificultad, hacerme entender en esa lengua.

Como estoy seguro que ustedes sabrán (esta era una evidente adulación), el idioma vasco no tiene parentesco con ningún otro idioma en el mundo. Este es uno de los motivos que complica enormemente el aprendizaje del mismo.

Bajo algunos aspectos es una lengua curiosamente rara. Por ejemplo todas las herramientas que son aptas para cortar, como tijeras, (guraizeak), cuchillos (labanak), etc. traducidos literalmente significan la piedra que hace esto o aquello. Lo dicho: es un idioma muy singular… sí señor…

Se apoyó al espaldar de la butaca y levantó los ojos mirando el techo como para reorganizar sus propios pensamientos..

“—Cuando dije que no había trazas de la guerra civil en aquel pueblito, olvidé una cosa — continuó. — Había tres agentes de la Guardia Civil de Franco, que operaban como una policía nacional, destacados allí. Para ser más preciso había dos agentes y un sargento.

Los agentes eran dos buenas personas, pero el sargento era algo disparejo, como dirían ustedes. Era oriundo de Navarra, si mal no recuerdo de Muruzábal, se llamaba Sandoval, era ordinario, duro y no soportaba estar, prácticamente exiliado, en aquel remoto paraje montañoso y, solo era feliz cuando podía descargar su rencor en alguien.

Al comienzo quiso mostrar su prepotencia también conmigo, pero cuando vio que no funcionaba, cambió el tono y quiso usarme como su muro de los lamentos. Por supuesto, yo no me animé a seguir su juego, y terminó por adiarme: lo cual no era nada novedoso ya que su estado natural consistía en odiar a todo el mundo.

En esa época el gobierno español estaba todavía cazando a sus enemigos por todo el territorio nacional. Los franquistas veían comunistas por todas partes, pero los vascos y catalanes eran, particularmente, sospechosos habituales, ya que estas dos grandes minorías habían sido las columnas de la difunta república. Eso explicaba la razón por la cual en aquel caserío remoto, hubiesen enviado dos hombres y un sargento.

Cuando los habitantes se dieron cuenta de que yo podía hablar el vasco y que odiaba a Sandoval tanto como ellos lo detestaban, comenzaron a abrirse un poco más conmigo.

Sucedía, a veces que los muchachos me paraban por la calle para avisarme que habían visto una ahuntza baten (cabra montés), o para preguntarme cuáles eran los pájaros que me interesaran más. Los adultos en cambio me saludaban con un ona goizean (buenos días), acompañándolo con una sonrisa.

El Patriarca y jefe indiscutible del pueblo era un tal Macario Urrutia, propietario de la posada en la cual me hospedaba. No había iglesia y pocos muchachos frecuentaban la escuela, que estaba ubicada a más de 20 kilómetros, en un pequeño valle. Así que no había ni cura, ni maestro, quienes eran, tradicionalmente, las autoridades de los pequeños pueblos; ausencia esta que el posadero Macario suplía.

Sin embargo creo, que aunque hubiesen existido esas personalidades, la autoridad indiscutible seguiría siendo él: era un hombre fuerte, robusto, con las mejillas siempre afeitadas, pómulos anchos y ojos oscuros de forma almendrada. Demostraba unos sesenta años, pero, por lo que a mí se refiere, podría tener hasta más de ochenta años. En estos lugares, la gente suele ser muy longeva. De todas maneras, fuese cual fuere su edad, era, incuestionablemente, fuerte y ágil. Tuve la oportunidad de ver como levantaba, con una facilidad asombrosa, un tonel de vino; por lo que se refiere a la agilidad… bien ya tendré la oportunidad de hablar de eso más adelante.

También Sandoval lo temía de alguna manera, aunque creo que su temor no era físico. Un día el Sargento estaba borracho en la salita de la posada y comenzó a arremeter, a voz en cuello, contra los vascos, calificándolos de traidores y bellacos. Estaba yo a punto de intervenir, cuando apareció Urrutia quien, parándose delante de la mesa en la cual estaba sentado el sargento, solo se limitó a mirarlo fijamente.

Sandoval calló inmediatamente, se levantó y se fue dando tumbos. El posadero no había abierto la boca, no dijo ni una sola palabra, y la cosa no volvió a repetirse. Fue una escena que se me quedó grabada.

Con mi gran sorpresa, aquella misma tarde, Sandoval, ya completamente sobrio, fue a mi encuentro, cuando yo regresaba del casi habitual paseíto de la tarde-noche, antes de ir a dormir:

Señor venezolano — dijo sin preámbulos — no se deje engañar por esta gente. Quizás usted los considera amigos, pero yo, aunque sé que no me soporta, le aseguro que no lo son… Váyase de aquí si no quiere verse involucrado en sus sucias conspiraciones.

Estaba molesto y así se lo hice entender, preguntando con ironía:

Usted, sargento Sandoval, ¿los considera enemigos del estado porque quieren tumbar al Caudillo?

Él no se molestó, y esto también me extrañó

Señor — me contestó con gentileza — usted conoce las provincias del Golfo de Vizcaya y otros lugares de España. ¿Puede decirme en qué lugar está el cementerio de esta gente? — y sin esperar la respuesta dio media vuelta y se alejó.

¡Esto sí era para quedarse con la boca abierta! Pues de todas las acusaciones posibles que hubiese podido escoger contra esas buenas personas, honestas y laboriosas, esta era, por mucho, la más ridícula. Sin embargo el sargento había hablado con la máxima seriedad y su pregunta, para un español, no era después de todo, tan estúpida, como podría parecer. Antes que nada demostraba que me tenía un dossier montado, si consideramos que yo en ningún momento le había dicho en qué lugar o país había visitado, y tampoco, por algún eventual y desafortunado comentario suelto, le había dado a entender que la lengua vasca la había aprendido en la Universidad… Pero esto no tiene nada que ver.

¿En qué lugar estaría ubicado ese maldito cementerio? En efecto no existía ni iglesia y tampoco cura, esto es cierto, pero nunca tuve noticias de alguna comunidad que, por muy pequeña que fuera, no tuviese su cementerio. Decidí preguntárselo a Urrutia, considerando que Sandoval ya comenzaba a tenerme harto.

Cuando regresé a la posada, me lo encontré en la salita sacando cuentas. Se levantó y vino a preguntarme, en vasco, si me apetecía un vinito (¿Litzateke ardo jaunabatzuk gustatuko litzaizuke?)… muy lentamente para que yo pudiese entenderlo.

Al hablar con él yo le dirigía el título Jaun , que es el equivalente a señor y se le dirige a todos los hombres vascos. Así que un poco en euskera, un poco en español logré que entendiera exactamente lo que quería saber. Por supuesto hubiese podido hablar en español corrido, pero me gustaba practicar ese extraño idioma y además me daba cuenta que a ellos también les agradaba.

¿Nuestro cementerio? -*— preguntó cuando terminé de hablar. — Apuesto que ha sido ese animal del sargento que le habló de ese asunto… Pues sí, ese individuo miserable a quien ese remedo de gobierno ha enviado aquí para amargarnos la existencia. Amigo harri handi eta astunak dira zati horiek (las piedras son grandes y pesadas por estos lados)… no hay mucha tierra y cuando llueve el agua se la lleva. Nosotros, como buenos hijos de la Madre Iglesia, enviamos nuestros muertos (y nombró un cementerio que estaba a algunos kilómetros de ese lugar) donde pueden reposar en paz en una tierra suficientemente íntima y profunda para que los elementos no los expongan a los lobos de la montaña y a los perros salvajes. Le digo esto — agregó con un tono de voz que, de pronto, se hizo mucho más duro — porque lo considero un amigo y una persona honesta. ¡Todos los demás pueden pensar lo que les parezca!

Agradecí el cumplido con I am ohore (me siento honrado). Él jamás sonreía, pero me dio un palmadita en el brazo y cuando, poco después, subí a mi habitación, tuve consciencia que me estaba preguntando la razón por la cual el sargento era tan idiota.

Tres días después, ya bien entrada la tarde, estaba yo efectuando una excursión en la montaña situada al este del pueblo, cuando me di cuenta que había perdido el rumbo. Pero, como llevaba conmigo una brújula, no me sentí muy preocupado, pero sí un poco molesto conmigo mismo, porque no me di cuenta cómo fue que, de pronto, me encontré vagando en un laberinto de pequeñas depresiones oscuras y desfiladeros profundos que se extendían hasta los límites con Francia.

Nadie transitaba por esos parajes, pues no había senderos, y hasta Sandoval sostenía que por ahí ni siquiera había contrabandistas. En efecto el relieve era tan abrupto y peligroso que no estimulaba ni siquiera el transporte doloso de platino o diamantes. Los pobladores generalmente evitaban aquella zona y se me dijo que más de uno se había extraviado y jamás pudo ser encontrado.Y, curiosamente, yo había caído exactamente en la zona peligrosa que me habían aconsejado evitar.

Ya estaba oscureciendo, pero todavía no había alcanzado el nivel que podría definirse como preocupación. Matorrales y setos crecían muy apretujados en aquella pequeña depresión en la cual me encontraba en ese momento, así que decidí subir la cuesta a lo largo de una de las laderas para evitar que alguna inesperada crecida de cualquier curso de agua me arrastrara durante la noche. Estaba seguro que por la mañana hubiese estado en condiciones de encontrar el camino de regreso.

Recogí, sin mucho esfuerzo, unas cuantas ramas y hojas secas, y encendí un agradable fogata; me instalé, para pasar la noche, en una pequeña cueva natural, situada más arriba del cauce de un bucólico y sonoro arroyo que fluía alegremente a lo largo de la ladera. Tenía una barra de chocolate y un poco del sabrosísimo jamón local, además de la cantimplora llena; así que estaba bastante bien aprovisionado.

El fuego fue apagándose en un lecho de brasas y me acurruqué cerca de él. Yo había dormido, en otras circunstancias, en condiciones peores… el cielo estaba sereno y plagado de estrellas, así que me dormí sin mucho trabajo.

Hacia la media noche me desperté improvisamente. Las nubes habían tapado las estrellas y el fuego se había apagado completamente, así que ninguna claridad perforaba las tinieblas. Me había despertado un ruido, y estaba seguro de no haber soñado. Provenía de algún lugar cercano y me hizo erizar la piel.

Me quedé escuchando, con los nervios como cuerdas de violín. Pude escuchar el fluir de un arroyo hacia el valle, el viento que respiraba a través de las zarzas y nada más. Ya estaba considerando la posibilidad de haber sufrido una pesadilla, cuando, mientras me disponía a seguir durmiendo, escuché de nuevo ese ruido. Se elevó en un crescendo impresionante, para luego diluirse lentamente… Era el aullido de un lobo que se perdía con el eco en el desfiladero. Cuando el último eco se diluyó, contestó un coro de aullidos. La manada se había reunido y respondía al llamado.

Por la intensidad de los aullidos, me di cuenta que los lobos no estaban muy lejos…quizás a un centenar de metros. Confieso que estaba muy excitado. No le sucede a mucha gente encontrarse tan cerca de una manada de lobos. La verdad es que no corría un gran riesgo, pues en verano los lobos europeos, así como los rusos, son inocuos. Después de una furiosa batalla, o durante la escasez invernal, las cosas podían ser diferentes; pero considerando las circunstancias no me sentía atacado y por lo tanto tampoco con miedo.

Estuve a punto de reactivar el fuego, pues el fresco de la noche comenzaba a resultar molesto, cuando sucedió otra cosa, completamente diferente..

Desde otra dirección, es decir desde el valle, se escuchó un disparo, seguido por otros en rápida sucesión; luego escuché un alarido el cual, me di cuenta con horror, provenía de una garganta humana. Me paré como impulsado por un resorte, mientras escuchaba una voz ronca que gritaba en español:

¡Asqueroso comunista, ya no serás un problema para el gobierno!

¡Era la voz del sargento Sandoval!

Luego regresó el silencio, y, no muy lejos escuché un quejido y la carcajada del sargento. Jamás, a ese insoportable amargado, lo había oído reír exceptuando cuando podía causar algún daño.

Mientras tanto noté un haz de luz producido por una lámpara a unos cincuenta metros más o menos, mientras el sargento de la guardia civil seguía diciendo:

Deja ya de fingir que estás sufriendo, si no quieres que te haga sufrir de verdad… así que trata de responder a mis preguntas… ¡Vamos! ¿qué estabas haciendo por estos lados y de noche? ¡Los he estado siguiendo a todos ustedes! ¿Adónde se dirigen?… ¡Habla animal!… — y seguía con una ristra de indecencias.

La única contestación que oí fue un quejido prolongado. ¡Ya era demasiado, no lo pude soportar!

¡Sandoval! — grité con todo el aire de mis pulmones. — ¡Sargento Sandoval! Soy yo, el señor venezolano. ¡Deje quieto a ese hombre!

Salí corriendo de la cueva y, siguiendo como referencia la luz de la lámpara, me precipité por la ladera, tropezando con la maleza, hasta llegar a un pequeño claro, más allá del arroyito. Gracias a la difusa y tenue luz, distinguí a dos siluetas.

Sandoval había colocado la lámpara en una roca y estaba preparado, con la carabina apuntando a mi estómago y su cara contraída por la ira y la sospecha. Se relajó algo al darse cuenta que estaba solo y desarmado, pero no bajó el arma.

Entre los dos, tendido sobre la tierra desnuda, estaba un joven, uno de los habitantes del pueblo, que reconocí por haberme cruzado con él alguna vez, aunque no recordaba su nombre. La chaqueta de piel de oveja estaba manchada de sangre a la altura del hombro derecho, el desdichado tenía los ojos abiertos de par en par por el dolor y el miedo. Por supuesto, yo desconocía la razón por la cual Sandoval le había disparado, pero estaba decidido a evitar que lo volviera a hacer.

¿Entonces, sargento, quiere decirme que es lo que está pasando? ¡Me despertó con todo ese griterío! ¿Qué ha hecho este muchacho? La verdad es que me parece un tipo inocuo. — mi imitación del autoritario Pukka Shaib, me pareció ser la mejor manera de tratar con el sargento. Sin embargo esa actuación no obtuvo el éxito esperado, por lo menos: no completamente.

Sandoval bajó un poco la carabina y me contestó, no con poca ironía:

A lo mejor el señor turista venezolano sabe lo que está haciendo aquí este sucio vasco… ¿Tendría, quizás, una reunión secreta con el señor? ¿O será que el señor es agente de la policía secreta suramericana?

Sandoval no era estúpido, y conocía muy bien la importancia que el gobierno español le daba a los turistas de otros países en esa época… en consecuencia no le pareció un buen negocio, pensé, tratar de involucrarme en algo ilegal.

No diga esas estupideces, son tan grandes, que ni le caben en la boca, sargento — dije en tono seco. — ¿No ve que estoy desarmado? Si yo fuera un espía o algo parecido, le hubiera disparado, antes que se diera cuenta de mi presencia. Por supuesto no le habría llamado a voz en cuello para luego arrojarme entre sus brazos. ¿No le parece? — traté de ser irónico. — ¡Así que baje ese fusil y vamos a ver que se puede hacer por este pobre hombre! Sigue perdiendo mucha sangre, ¿No se da cuenta?

Era una sugerencia razonable, pero no fue considerada favorablemente. El cañón de la carabina volvió a elevarse para apuntar de nuevo a mi estómago.

Parece que los venezolanos asumen, como acto de fe, que pueden dar órdenes a todo el mundo, ¿cierto? — dijo casi escupiendo. — Está equivocado, señor. Yo tengo otra idea. Fíjese que se me ocurre que este cabrón mató a un pobre e inocente turista venezolano y ha sido capturado in fraganti por mí… por Juan Sandoval de la Guardia Civil quien ha, heroicamente, vengado a la víctima haciendo justicia. ¿No le gusta la idea señor?

Comprendí que hablaba en serio. Ese bastardo tenía todas las intenciones de darme de baja como a una rata, para luego echarle la culpa a ese pobre hombre que estaba tendido en el suelo entre nosotros dos. La luz de la lámpara era suficiente para poder leer claramente en su mirada, mientras continuaba a levantar la carabina hasta poder ver, apuntando a mí cabeza, el orificio del cañón del arma …

Sin embargo todavía me resistía a creerlo. Estaba paralizado, aunque simultáneamente me daba cuenta que en cualquier momento estaría muerto… ¡Mierda!

Fue en ese instante que mis piernas se movieron, como si hubiesen tenido vida propia. Sin tener real consciencia de lo que estaba haciendo, salté hacia su garganta, sentí un fuerte golpe en la cara y luego más nada.

Cuando me desperté, oí cantar. Todo está bien y normal, pensé. ¡Por supuesto estás en el cielo y estos son los coros protocolares!

Pero cuando me di cuenta que tenía un dolor de cabeza infernal y que el coro era cualquier cosa, menos que angelical, descubrí que mi apreciación inicial era incorrecta. Me di cuenta, además, que tenía los ojos cerrados, así que los abrí para volverlos a cerrar inmediatamente… para luego, de apoco, volver a abrirlos. ¡Un lobo me estaba mirando a menos de un metro!

El lobo dijo ah con voz satisfecha, y se fue. En ese momento me desperté del todo e inspeccioné con la mirada mi entorno. Estaba acostado sobre un colchón de pieles, en una pequeña área con paredes y techo de piedra, iluminado por una modesta hoguera en un rincón. Tenía las manos amarradas sobre el estómago y los pies estaban también atados pero con cuerdas no muy apretadas. Podía moverme y, haciendo caso omiso del dolor de cabeza, me sentía bastante bien.

La habitación estaba vacía, pero no por mucho tiempo. Una cortina de piel se movió y dos hombres entraron. ¡Ahí estaba el lobo o, mejor dicho, dos lobos!

Ambos se cubrían con pieles, exceptuando los delantales de cuero trenzado y las cabezas cubiertas con unas máscaras de lobo magníficamente estructuradas y decoradas. Estas máscaras-cascos estaban hechas con cráneos de lobos, a los cuales se les había incorporado, no sé cómo, pedazos de madera. El efecto era asombroso, grotesco y muy realista. A excepción de los pequeños agujeros para los ojos, toda la cara estaba completamente cubierta.

Se me acercaron sin hablar, para ayudar a levantarme. Y, un poco sosteniéndome, un poco arrastrándome, me llevan a una gruta adyacente, muchísimo más amplia. De hecho, donde me habían tenidos acostado se trataba de una pequeña cavidad natural, una especie de alcoba en la pared de una enorme caverna, larga unos sesenta metros, por lo menos y ancha el doble e increíblemente alta. La luz de una enorme pira de madera, situada al centro pero algo desplazada lateralmente con respecto al largo, se perdía en la oscuridad supra yacente.

Alrededor de la fogata central estaban sentadas un medio centenar de figuras que cantaban. Esa era la música que yo había confundido con un coro celestial; era un magnífico canto, profundo, solemne, del cual, sin embargo, no lograba comprender las palabras.. Todas las figuras estaban cubiertas con pieles como mis dos guardianes, pero las caras, o mejor dicho, las máscaras, eran diferentes.

Además de los lobos, que constituían la mayoría, había uno que otro tejón, una cabra montés, dos o tres osos, y otros animales que no logré identificar a causa de la poca luz.

Mientras miraba la escena, se me hizo sentar sobre una piedra plana; mis dos guardianes se sentaron a mi lado y se unieron al coro. Pero a pesar de que, prácticamente, me gritaban las estrofas al oído, seguía sin entender ni una sola palabra.. De todos modos, era un coro verdaderamente imponente.

El fuego ardía a menos de diez metros de mí y advertía que se estaba apagando, pero nadie lo atizaba. A medida que los maderos se consumían y desmenuzaban, la pira descendía, y vi que, detrás de ella, estaba situada una gran plancha de piedra recostada a la pared que también logré ver. Daba la impresión que había sido alisada o pulida, porque estaba cubierta de pintura o diseños; sin embargo la luz era demasiado tenue para poder ver los detalles.

Poco a poco también el coro calló y solo el traqueteo de la leña en el fuego rompía el silencio. Todos, incluyéndome, esperábamos algo. Se podía percibir en el aire, como algo eléctrico.

Luego aparecieron cuatro hombres, todos con máscara de lobo, que trasportaban un gran fardo. Avanzaron con paso solemne y se dirigieron hacia la gran plancha de piedra y depositaron la carga en ella que, como me di cuenta en ese momento, era un altar. Presumí también lo que sucedería a continuación. Alguna cosa o alguien ocuparía aquel altar y ¡yo suponía quién! Y, considerando que hubiese sido absolutamente inútil gritar, me quedé tranquilo. Por otra parte ¿qué otra cosa hubiese podido hacer?

El fardo que esos cuatro habían descargado en el altar era un enorme oso bruno. Ahora que los cargadores se habían alejado, pude observar las enormes patas anteriores que terminaban en robustas garras que colgaban a ambos lados del altar y la mandíbula manchada de saliva seca descansaba con la mueca del rigor mortis. Al darme cuenta que estaba muerto experimenté un extraordinario alivio, ¡Lo confieso!

Una nueva luz apareció en la extremidad más lejana de la caverna y, a medida que se acercaba, se hizo visible otra escena todavía más extraña y curiosa.

La luz la generaba una antorcha, una verdadera antorcha de madera, sostenida por una figura la más extraña de todas. La máscara cubría también el cuello y los hombros y era la de un gran ciervo, con todos los extras, grandes cornamentas incluidas.. El cuerpo de quien la usaba estaba desnudo hasta la cintura y lucía colgando del pecho un gran falo de madera tallada fijado sobre una faldita de piel. Las piernas estaban desnudas y sobre el pecho podían verse extraños dibujos geométricos. Probablemente todavía estaba atontado por el tremendo golpe que había recibido en la cabeza, pero aquella escena me parecía asombrosa, irreal. El ingreso de aquella última e impresionante figura me había sorprendido particularmente.

El coro reinició su antífona, dirigida por el recién llegado, cuya voz poderosa se elevaba por encima de todas las demás. Poco a poco, siempre cantando, los presentes se levantaron y comenzaron a ejecutar curiosas piruetas. Lo mismo hizo el jefe, agitando la antorcha de la cual salía una lluvia de chispas.

Agitando la antorcha de aquella manera, pudo eventualmente iluminar más de una vez la pared detrás del altar, de tal manera que pude distinguir, por momentos y claramente los dibujos. Los había ya vistos con anterioridad, muy parecidos. Ennegrecidos por el humo y el tiempo. El mamut peludo, el reno, el uro ya desaparecido y el caballo salvaje marchaban sobre el muro desde innumerables milenios. Evidentemente aquella caverna venía siendo usada desde una infinidad de tiempo.

Ahora el hombre ciervo sostenía un pesado garrote. Los otros, a excepción de mis guardianes, también estaban armados de garrotes. Y se estaban colocando en fila en dirección al altar, precedidos por el hombre ciervo.

Mientras el cántico poderoso continuaba aumentando su volumen, primero el jefe, luego uno después de otro, todos los demás, desfilaron delante de la carcasa del oso, y cada uno descargaba un poderoso garrotazo, sacudiéndola después de cada golpe; y cuando el desfile terminó, me extrañó ver que un hilo de sangre fluía del oso tiñendo de rojo el altar sobre el cual descansaba. Me lucía imposible que un animal muerto desde tanto tiempo sangrara de aquella manera, quizás los terribles mazazos habían, de alguna manera, removido el flujo sanguíneo.

Luego el hombre ciervo agito la antorcha, cuya luz, a estas alturas, era la única que iluminaba la caverna, y hubo un momento de silencio. Acto seguido uno por uno los otros se acercaron al altar, arrodillándose delante del mismo, mientras el jefe mojaba el dedo índice en la sangre y marcaba con él el hocico de las máscaras.

Una vez concluida la ceremonia, mis guardianes me levantaron en peso y me llevaron hacia el altar. Tuve la oportunidad de mirar por un instante los ojos de la máscara-ciervo, que ardían a través de los agujeros, mientras sentía el dedo humedecido en la sangre marcarme la frente. A partir de ese momento ya no tuve más miedo, porque tenía la absoluta certeza de no estar en peligro. Había sido aceptado en la confraternidad.

Luego se me llevó a los labios una copa cuyo contenido bebí sin temor, hasta que toda la escena se desvaneció y me desmayé

Cuando recuperé los sentidos, el sol de la mañana entraba a borbotones por la ventana de mi habitación en la posada. Estaba acostado en pijama sobre la cama, y me quedé quieto escuchando los ruidos que me llegaban de la calle y a percibir el agradable perfume del estofado que hervía en la cocina.

Al fin me levanté, me afeité y vestí. Mientras me miraba en el espejo, noté la escoriación sobre el parietal derecho, pero el dolor de cabeza había desaparecido.

Bajé a la salita; eran ya casi las nueve y ordené pan y café. Tenía hambre.

El Jefe me trajo una jarra de café y me la colocó en la mesa. Luego, se paró delante de mí mirándome fijamente con su acostumbrada expresión impasible. Yo decidí que ni siquiera abriría la boca, ni para decir hola; finalmente él decidió hablar en vasco:

Sentitzen hobea, gizona? (¿se siente mejor amigo?) — Luego con una sonrisa afable, siguió en español. — Le han encontrado perdido en las montañas, ayer. Parece que se cayó, pero cuando lo hemos traído aquí, mi esposa ha dicho que hubiese sido suficiente una buena noche de descanso para amanecer como nuevo. Arrazoi handi izan, ezta? (¿tenía razón, verdad?) — concluyó guiñándome un ojo.

Aquí estaba, pues, la versión oficial de lo acontecido: Una caída y una buena noche de descanso. Y en ese momento todo regresó muy claro en mi memoria.

Quizás estarán pensando que soy obtuso, pero había olvidado completamente a Sandoval, ¡aquel individuo que antes había tratado de matar a un joven del pueblo, y luego a mí también! ¿Dónde estaba el Sargento? Aquel pensamiento me dio un escalofrío, pero Urrutia apoyó su manota en mi hombro, no sé si fue para calmarme o para impedir que me levantara.

Sucedió una tragedia, Nire lagun(amigo mío) — dijo con su voz rimbombante. —El sargento de la policía gubernamental, desapareció. Todo el mundo salió a buscarlo, también sus dos agentes, naturalmente. Parece que se alejó del pueblo en la tarde de ayer, totalmente borracho, lo cual ha sido muy imprudente de su parte. Usted también, a pesar de conocer las montañas, se ha caído. Y él ni siquiera es experto.

Luego me quitó la mano del hombro y se alejó sin decir más nada.

Me quedé ahí un largo tiempo, mientras el café se enfriaba. ¿Cómo podría explicársele al último Gorena Apaizak (Supremo Sacerdote) del Cromañón que estamos opuestos a los sacrificios humanos? No encontré la manera de hacerlo durante mi permanencia en ese pueblo

***

De todas manera, esto sirve para demostrar que las sociedades secretas chinas no son las más antiguas…

César hizo una pregunta que puso a mi padre pensativo

¿El cementerio? La verdad es que no creo que sepultaran a sus muertos en el pueblo. Eso es lo que pienso — dijo. — Me decanto más por la posibilidad que los llevaran a la caverna. ¿Lógico, verdad?… Bueno, buenas noche a todos y sigan disfrutando la velada.

Y se fue.

Fin

Muchísimas gracias a Ermanno por tan magnífica historia, y ustedes recuerden que la historia está participando en el Desafío del Nexus de Abril, así que no dejen de compartirla con sus amigos con el botón de facebook.

 

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Ermanno Fiorucci

Lector empedernido de Ciencia Ficción cuando queda tiempo y Escritor por esa necesidad primaria de decir lo que pienso adaptado en un contexto muchas veces menos extraño que la misma realidad. Admirador sin titubeos de Isaac Asimov y Jean Paul Sartre. También conocido por mis amigos como "El Sire".

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