Después de mucho tiempo retorna a nuestras páginas nuestro amigo el escritor cubano Alejandro Martín (AKA Salvador Horla). Con una historia de tintes distópicos, post-apocalípticos y cyberpunk como le gustan a él.
En «Fumigador» Alejandro nos presenta un futuro en donde la nanotecnología es una cosa cotidiana que ha llegado al punto de convertirse en una plaga ¿o tal vez no?
Fumigador
Por Alejandro Martín Rojas Medina
“Tecnología dura, para un mundo duro.”
Del filme Maquina Letal
A Dennis Mourdoch
Estaba cansado, hacía calor y trabajar cubierto con la puñetera capa de plástico gris con capucha, no facilitaba las cosas. Apreté mi pequeño silbato de vibración, como si fuese un amuleto mágico capaz de sacarme de aquel lugar. Además, Silvia necesitaba descansar. Con todo lo pesada que era no podía hacerla caminar por gusto.
Una molesta pulsación en mi brazo izquierdo anunció la llamada de la Central de Control. La irritante voz impersonal del ordenador comenzó a chillar en mi oído cuando me encendí el comunicador.
—Fumigador José González, proceda de inmediato con el saneamiento del bloque habitacional “Contenedor 4AT4” para completar su cuota diaria.
Sobra decir que ya estaba posicionado delante de aquel gigante de cerámica para casas.
La pantalla táctil del brazalete mostró los notorios datos que ya conocía sobre el edificio.
El “Contenedor 4AT4” se trataba de una de las primeras moles habitacionales construidas con cualquier tipo de material reciclado, o sea, mierda. Con los apartamentos siempre sobresaturados de gente desesperada, e inaugurado al principio, con el nombre de un mártir olvidado.
—Central, es tarde y ya he realizado diecinueve chequeos. ¿No puedo incluir este saneamiento en mis chequeos de mañana?
— Negativo, Fumigador, proceda con el saneamiento, o perderá la estimulación y se le descontará del importe de su futura pensión.
“Que las dos son la misma mierda como todos los trabajos oficiales”, pensé.
—Además hemos recibido rumores de un contrabandista residente en el contenedor. Chequéalo y en caso afirmativo procese al infractor.
—Ok. ¿Algo más? —pregunté con resignación.
—Proceda con cuidado, como siempre, sin perturbar a la población civil —ordenó aquella voz electrónica antes de concluir la trasmisión.
“¡Cacharro cibernético! ¿Quién coño se cree que es?”, maldije en silencio por unos instantes apretando los dientes. Al final con un suspiro de amargura, descubrí la capucha, y humedecí mis labios.
—¡Fumigación de nanobots! — dije por el comunicador y mi voz fue amplificada por los altavoces de mi traje plástico —¡Se le recomienda a los habitantes de este bloque de apartamentos, que desconecten todos sus equipos eléctricos! ¡Aquellos con prótesis biónicas, se les aconseja el abandono de sus viviendas, durante dos horas! ¡Si no quieren los efectos desagradables de los campos PEM! ¡Las quejas repórtenlas en la Central de Control de Nano Plagas, el teléfono es 7868 67 91!
—¡Carajo, hasta cuando es esto! —protestó alguien, no me importa quién.
—¡No hacen más que joder! — gritó otro inconforme.
De uno de los pisos lanzaron una esfera de metal con dirección a mi cabeza.
La esquivé de chiripa. Conseguí refugiarme en el portal del edificio, antes que la bola de acero explotara contra el pavimento. Segundos después con cautela abandoné mi refugio y contemplé la destrozada olla, con pollo muerto clonado de tercera con plumas, pico y cresta, palos y otros ingredientes típicos de una brujería sintética.
”Debería al final irme para el carajo y dejar tranquilas a las nano máquinas para les comieran el cerebro a todos esos desgraciados”, pensé con la rabia circulándome por dentro hasta que estallé.
—¡Comemierdas!¡Banda de malagradecidos! — le grité al final al edificio — ¡Acaso quieren regresar a la época con los nanobots flotando por las nubes y uno tenía miedo tanto de respirar como de cagar!
La mayoría de la gente no se quiere acordar, los jodidos y duros tiempos de la Primera Hecatombe Nanorobótica.
No los culpo, pero eso no borra las cicatrices de la catástrofe.
Según los rumores (no confirmados claro) en un lugar X, por causa de unos imbéciles (anónimos hasta ahora por supuesto), ocurrió una tremenda fuga de robots moleculares. El desastre nos hizo sufrir otra de nuestras crisis económicas y alimentarias más violentas.
La mierda gris podó la mayor parte de los cultivos y liquidó al casi extinto ganado vacuno del país. Tuvimos mucha suerte de la carga límite de veinticuatro horas de las moléculas, sino el desastre hubiera llegado a escalas internacionales. Aun así como aprendiendo de “nuestros errores” nos aferramos más a la nanotecnología y abrazamos la alimentación sintética como solución primaria.
Solo como medida preventiva surgieron los fumigadores, cuya labor principal ante todo era regular la oleada de productores de nanobots no controlados por el estado.
Estos cuentapropistas solo necesitaban una barata impresora en 3D y la programación adecuada. Pero muchas producciones chapuceras creaban peligrosos residuos de partículas robóticas, causantes de graves daños colaterales.
Con la presión alta silbándome en los oídos; intenté relajarme, usando las técnicas respiratorias del método Buteyko. No quiero tener un infarto y darles el gusto a esos cabrones.
De repente, el detector mostró una señal de alarma. El guantelete se estremeció y escuché la explosión de aleteos sobre mi cabeza. Una gran nube de palomas brotó desde la azotea de la grotesca edificación y se dirigió hacia el norte. Cuatro de las aves se lanzaron hacia mí.
—¡Hijos de puta! — grité, al tiempo que mis manos comenzaron una desesperada búsqueda en los saquillos de mi cinturón. Saqué una bolita plateada y la lancé hacia los pájaros con todas mis fuerzas y me cubrí con mi capa anti PEM (Pulso Electromagnético).
En el aire, la canica comenzó a emitir un zumbido intermitente seguido de un chasquido metálico.
Las palomas de repente dejaron de moverse y se estrellaron en picada cerca de mí, como si algo invisible las hubiese fulminado.
Me acerqué con cautela y mi estómago se revolvió un poco al ver el líquido gris brotando por todos los orificios de los cadáveres de las aves .
—¡Un tipo dos de nano infección orgánica! ¡Coño, este lugar está llenito de mierda gris!— exclamé en voz alta con la vista en la azotea del edificio.
Pero lo jodido era la confirmación de la sospecha de Central. En ese tugurio había un contrabandista y el muy cabrón había intentado aplicármela. Tuve suerte de haber usado mi última granada. Si no, a pesar de mi mascarilla, los nanobots del interior de esas palomas no demorarían en abrirse paso, por mi torrente sanguíneo, hasta tupir mis vías respiratorias e hinchar mi cerebro, y provocarme una embolia.
Me habían lanzado esos condenados bichos desde la azotea y eso me obligaba a subir por su trasero, hasta el último piso. Si lo detenía, eliminaría el principal vector de nanobots.
Después, al día siguiente, cuando me fuera posible o tuviera ganas, me encargaría de los chequeos particulares, por cada apartamento, hasta terminar de purgar el maldito Contenedor.
Como siempre, cobraría por mi discreción ante aquellos casos de infección no graves. De salario no se vive. Si eso no le agradaba a la Central, se podía ir al carajo junto con mi sangrada estimulación.
Pero para eso, requería del resto de mis herramientas si iba a enfrentarme a una mierda tan seria como aquella. Necesitaba a mi Silvia.
Agarré el silbato que colgaba de mi cuello y soplé con delicadeza.
A los pocos segundos comencé a sentir los estruendos de sus pisadas. A pesar de su gran tamaño, Silvia tardó la mitad del tiempo mío en recorrer las tres cuadras.
Al llegar, devoró de un bocado el improvisado proyectil lanzado, en honor a mi llegada. Después procedió con los cadáveres de las palomas.
Al acercarme a ella y acariciar con ambas manos su piel escamosa; me pareció notar un destello de alegría en sus ojos sin párpados, color sangre. Sus hipertrofiadas aletas comenzaron a ondear como si esperaran otra caricia.
Sonreí ante la reacción de la criatura. Silvia pertenecía a la variedad mutante de bagre, conocida como Clarias Omega. Fue un regalo de mi primo Genaro. Visionario como muchos que vieron en la cría y entrenamiento de ese pez híbrido, el futuro del negocio de transporte urbano. Su capacidad de alcanzar enormes tamaños, la habilidad de reptar fuera del agua varios cientos de metros y poder devorar y digerir cualquier materia, la convertía gracias a la prominente suciedad citadina en único vehículo con combustible gratis.
Sin embargo, estas criaturas no podían estar correteando eternamente sin caer en agua; provocando así la aparición de las cisternas o los negocios especializados, según ellos en el cuidado del leviatán urbano. La crisis mundial del agua fresca también dificultó mucho más las cosas y varios dueños de clarias omega no aguantaron el apretón de cinturón, y terminaron por almorzarse su propio animal.
Antes de llamarla, la había dejado en una de esas cisternas. La tarifa por hora era diabólica y el agua no era la mejor pero, bueno, mi Silvia la necesitaba.
A pesar de todo, me sentía muy afortunado por su compañía y además Silvia era el mejor medio para cuidar mis herramientas de trabajo. Nadie en su sano juicio se arriesgaría a recibir un mordisco de mi pez mutante.
Pero la polémica surgida, sobre los supuestos peligros de nuestras armas generadoras de PEM, se hizo vetar, a los fumigadores del uso de todo tipo de transporte motorizado público y privado.
Por eso la mayoría estaban obligados a desplazarse en bicicleta o a pie. Todo por culpa de la estúpida generación Robocop, la propagada y excéntrica moda de prótesis biónicas en referencia al ciborg policía del clásico filme de los ochenta y símbolo oficial de la antigua Detroit.
“¡Mal agradecida que es la gente! Por eso no puedo tener piedad con nadie.”
Silvia de repente soltó un gemido y pegó su enorme cuerpo al sucio pavimento. Al ver esto la pena me retorció por dentro. Ni siquiera sus engrosadas escamas la salvaban del calor. Pobrecita. Había aguantado tantas mierdas mías sin protestar o morder y yo le había fallado en encontrar un lugar decente en donde pudiese poner sus huevos. El agua dentro de las cañerías de esta asquerosa ciudad no le servía ni para abrir las branquias.
Aun así, antes de llamarla no tuve más remedio y la dejé metida en una de esas cisternas, para que se refrescara.
Estaba a punto de sacarla de la provincia o regresarla al criadero de mi primo, quien seguro me reclamaría el derecho sobre las crías.
Volví a acariciarle la cabeza antes de hurgar en los bolsos de su montura, para extraer el resto de mis instrumentos. Reabastecí mis bolsillos de granadas y enfundé mis dos porras generadoras de PEM a ambos lados de la cadera.
Después apliqué sobre la nuca un parche de proteína y otro de cafeína plus para poder o soportar al menos la mitad de la puñetera jornada que me esperaba.
Ajusté los detectores de nanobots de mi guantelete a modo de vibración para evitar, un escándalo cada vez que encontrasen algo.
Recogí la granada del suelo y la guardé en un bolsillo del cinturón separada de las demás.
Me reacomodé la mascarilla antes de dirigirle al inmueble de sesenta y cinco plantas otra mirada de odio y procedí con la inspección.
*****
Al entrar al vestíbulo, mis sensores reaccionaron a un nivel alarmante. Cinco grotescos representantes de la generación robocop se encontraban alrededor de una pequeña mesa cuadrada. Tres hombres y dos mujeres. Un enano y un grandulón jugaban sentados una partida de dominó, junto a la pareja de chicas mientras, el restante esperaba su turno de pie. Este era el más alto y desgarbado del grupo; miraba de manera nerviosa el desarrollo del juego mientras aferraba las manos a su boca, como si intentara contener el vómito.
— “¿Será ese el cabrón o solo otro adicto descontrolado de la nueva versión sintética de la cohoba taína ? ¡Mierda! ¡Justo en la entrada! ¡Por favor carajo , que no sea un tipo nano infección tres!” — pensé preocupado mientras me acercaba a ellos.
Por la cantidad de material artificial dentro de aquellos “individuos“ costaba definir mucho, a simple vista quien era el nano infectado. Desenvainé una de mis porras.
Al percatarse de mi presencia, interrumpieron su juego y todos me miraron con sincera hosquedad.
—Ciudadanos, necesito que evacúen el inmueble por dos horas mientras se realiza la fumigación. — les dije, acercándole los sensores en la palma de mi mano a cada uno. El calambre de estos se agudizaban por la cercanía con el objetivo.
Las muchachas que formaban una pareja de juego me ignoraron, con la vista clavada en sus fichas de juego. Sus extensas cabelleras de fibras de vidrio cambiaron de repente del rosa, al verde fosforescente. Eso me hizo recordar por un momento a Claudia, mi único caso fijo con beneficios cuyo cabello sintético cambiaba de color según la intensidad del orgasmo alcanzado.
Sin embargo, al fijarme en la tosca estructura ósea de sus caras me hizo dudar bastante sobre la pertenencia de esas dos al género femenino.
El jugador más pequeño, hizo ademán de levantarse mientras, sus afilados dientes de metal comenzaron a crecer de una manera desproporcionada.
Una mano maciza se posó de repente en su hombro izquierdo, y lo mantuvo en su puesto.
El enano se volvió y recibió la silenciosa reprimenda de su compañero de juego; una masa oscura de músculos hinchados con piel de fibra de carbono. Este asintió obediente antes volver a mirarme. Trató de forzar una sonrisa con su dentadura de sierra.
— No se preocupe cruzado del arcoiris, quiero decir señor fumigador .Terminaremos este juego antes que usted empiece. — me respondió la masa de músculos.
En ese momento el desgarbado sufrió un violento ataque de convulsiones. Retiró las manos de su boca y de ella, además de gritos y sangre, brotó una lengua grisácea como una boa, rodeada de púas afiladas. El tipo lanzó un chillido y se lanzó como un zombi rabioso sobre mí.
Los parches, por suerte, estimularon mi agotado cuerpo lo suficiente para esquivar la tambaleante embestida y el tentáculo. Solo fue necesario acercar un poco la porra cargada con PEM a su cabeza y los ojos de mi desquiciado atacante se pusieron en blanco y se desplomó al instante en el suelo. Los temblores siguieron azotando su cuerpo mientras la sangre y el líquido gris brotó de sus labios y ojos. Su lengua artificial se movió durante unos instantes más como si fuese una serpiente agonizante en su garganta.
Los nervios incomodaron mi estómago, como cada vez que lidiaba con una situación como esa.
Acerqué el comunicador para solicitar un camión de bio-reciclaje de la Central. Pero me detuve. Seguro que no se trataba del único caso en aquel edificio.
Las emisiones de PEM no afectan los organismos biológicos. Pero no ocurría lo mismo, con los casos de sobredosis de nanobots.
El súbito auge de las máquinas con tamaño celular nos hizo creer a nosotros, un país tercermundista, habíamos dado con el elixir tecnológico de la vida.
Eso fue anterior a los tiempos de la Hecatombe y la “Campaña contra el Nano”.
Cuando mucha gente estúpida, en lugar de enfocarse en la regeneración de nervios, músculos, y neuronas; buscaron nuevas formas chapuceras de perturbación cerebral, además del diseño y creación de prótesis cada vez más excéntricas.
A final, las mentes estimuladas por nanobots se degeneraban de manera permanente a reacciones de puro reflejo. Algunos, los pocos, asumían el comportamiento típico de un árbol. La mayoría, como este desgraciado, caían en un frenesí auto mutilador u homicida.
El temblor de mis sensores se apaciguó. Por lo visto, esa estancia se encontraba por ahora, purgada.
— ¡Bueno, los accidentes pasan! ¿Alguno de ustedes tiene relación con esta basura? — les pregunté por costumbre; ya conocía de antemano la respuesta.
—¡No! — me respondieron todos, como si el asunto no fuese con ellos.
—Creo que llegó antes de usted y se puso a dar vueltas detrás de nosotras — me argumentaron las “chicas”.
—Seguro que solo quería jugar. — me indicó la masa de músculos encogiéndose de hombros.
—¡Evacúen de una vez este lugar ! ¡Ahora! — sentencié blandiendo la porra, pasándoles al grupo por al lado, como los restos de basura que esquivé hasta llegar al elevador.
Mi mano estuvo a punto de presionar el interruptor antes de detenerse por un mal presentimiento azotó mi pecho.
De seguro el contrabandista usaría sus parásitos cibernéticos en el mismo momento de subirme al ascensor. No le dejaría el gusto a ese hijo de puta de convertirme en pasta de carne.
Lancé un suspiro de amargura, al darme cuenta que la alternativa no era tan segura como jodida.
Caminé, hacia la escalera cuadrada cuando sentí las risotadas del grupo de dominó, pinchándome las espaldas.
—¿Tienes miedo fumigador? ¡ Este trabajo ya es demasiado para ti !¡Tenga cuidado con la bruja de los bio-drones ! ¡Mejor te jubilas y te pones a vender maní transgenético como todos los escleróticos! — dijo una voz con tono burlón que asocié al enano con los dientes de hierro.
Mi cuerpo había acumulado el agotamiento de cuarenta y siete sobrecalentados veranos y la mezcla del stress con la alimentación sintética obligatoria parecían agregarme quince años más. Pero no podía tolerar semejante falta de respeto.
— ¡Quizás, por eso como estoy chocheando me ocurren tantos accidentes! —grité en voz alta antes de sacar la granada vacía de mi bolsillo, activarla de nuevo y lanzarla por el pasillo.
Los gritos, maldiciones y el intermitente zumbido me partieron de la risa mientras comenzaba a subir con ánimo los primeros escalones.
*****
Aquel dentudo tenía razón; estaba muy viejo para tanta jodedera.
Mi voluntad laboral terminó por esfumarse cuando el agotamiento terminó por quemarme las fuerzas de las rodillas. Además, la ausencia de iluminación en varios pisos, hicieron mi avance mucho más lento. Debía ser muy cauteloso ante cualquier cosa que brincara de la oscuridad.
Llegué hasta el piso cincuenta y tres. No pude más. Me recosté a la pared y de tan cansado el culo se sembró en el rellano. Empleé de nuevo mis técnicas de respiración para evitar que el esfuerzo no terminara por explotarme el corazón
Eso ocurre cuando tu organismo nace con la maldición de rechazar cualquier tipo de implante interno. ¡Todo un natural, soy un cabrón paria en estos tiempos de plástico en la carne! Con mi edad, ni siquiera con un marcapasos me podía arriesgar. Incluso mi relación íntima de “negocios” con Claudia era un asunto riesgoso con mis alergias y sus pelos camaleónicos.
Fue entonces cuando mis sensores volvieron a azotar con su calambre y reparé en la docena de puntos verdes que me miraban desde la penumbra del descanso del próximo piso.
—¡Bio-drones! ¡ La bruja !¡Mierda! —exclamé y mi mano extrajo de inmediato otra de mis esferas.
Escuché el súbito chillido de los roedores y las luces desaparecieron de repente. Los ojos fosforescentes de esos cadáveres de musarañas con cerebros reanimados por nanobots siempre me ponían los pelos de punta. Pero debía tener cautela al eliminarlos.
Varios de esos engendros biomecánicos, se empleaban como medios de vigilancia audiovisuales por un grupo autorizado de personas. En su mayoría mujeres centenarias, nunca se entendió el motivo de tal exclusividad, encargadas de la seguridad del vecindario.
No era de extrañar que un contrabandista tuviera sus propios bio-drones; pero ¿tantos? En ese momento mi mente se estremeció al recordar las malditas palomas.
Cogí otra bocanada de aire, antes de obligarme a ponerme de pie y seguir subiendo. En mi recorrido me detuve otro par de veces a reposar hasta llegar al último piso.
Fue en el límite de arrastrarme o de mandar todo para el carajo cuando mis detectores volvieron a sacudirme. Mi cabeza por poco se estrella con la enorme puerta de hierro que mordía el último escalón.
El súbito destello de las luces de halógeno sobre mi cabeza del techo me cegó por unos instantes. Me esperaba la muy desgraciada. Cuando mis ojos se entreabrieron sentí un violento estremecimiento castigar cada uno de mis nervios. Empotrado en el hierro en papel mugroso, estaba lo más aterrador a tropezarse con un muerto del más allá.
En el desteñido afiche, había un joven fumigador, con cuerpo de superhéroe y uniforme impecable subido en la cima de una colina. La mano izquierda se apoyaba cerrada en su cintura mientras que la otra señalaba los verdosos campos de caña de azúcar con su porra PEM. La frase “¡No nos rendiremos nunca contra las Nano ilegalidades !” resaltaba en color sangre encima de su cabeza.
Y por supuesto toda la gloriosa escena se encontraba debajo de un esplendoroso arcoíris.
Cuando estás a punto de morirte existe el cliché de que toda tu vida transcurre de nuevo por unos instantes en tus ojos. Pero se pueden revivir las peores partes cuando te tropiezas con cosas como ésta. No pude evitar verme joven de nuevo en aquel uniforme pulcro sin desgastar.
El trabajo ideal y la única oportunidad de vida social para un inadaptado biológico como yo. Además alguien debía frenar a esa gente arrebatada; produciendo esos bichos robóticos en sus propias casas con cualquier cosa.
El diseñador del afiche se hizo el chistoso basándose en los falsos rumores de la capacidad de nuestro armamento para generar pequeñas auroras, debida a la enorme ionización inducida en las capas altas de la atmósfera. Por eso nos ganamos el jodido apodo de los Cruzados del Arcoíris.
Pero sé que durante años de lanzar granadas nunca provoqué ningún puñetero color atmosférico.
De repente el jodido calambre y la voz chillona de Central me sacaron de mi letargo con el pasado.
—Reporte de la situación, Fumigador José González— exigió la conocida voz.
— Frente a la puerta del contrabandista, a punto de procesarlo y eliminar el foco principal. He tardado mucho por escaleras.
— De acuerdo, proceda con la fumigación. Además hemos de informarle que se la suspendido la estimulación. No es su culpa, Fumigador José González, usted es de los compañeros más destacados, pero en su conjunto ninguna de las brigadas ha cumplido con los índices mensuales establecidos por el plan estratégico de la entidad.
Aquello era lo último de los muñequitos.
—¡Coño , no jodan más ! — estallé — Ustedes saben que me paso el día partiéndome el lomo. Yo no tengo nada que ver con esa pandilla de vagos.
— Contrólese, Fumigador José sino quiere ser amonestado por violar el Estatuto de Moralidad Verbal Laboral. Ya se le ha informado de la política de ahorro de fondos y recursos aplicada por el Ministerio de Salud a nuestra Unidad Presupuestaria. Si tiene alguna queja le sugiero que la trasmita por las vías establecidas hacia el Departamento de Recursos Humanos o al de Administración General. Por lo demás, repórtese de inmediato cuando termine la inspección. — me replicó la voz de la condenada computadora antes de cortar de nuevo la comunicación.
A los pocos segundos, con ganas serias de aplastar mi comunicador, escuché el brusco sonido de varios chasquidos metálicos, provenientes de la puerta de metal antes de abrirse.
— ¡Buenas tardes!¡ Control de nanoo patas….! — comencé a decir cuando las palabras se me estancaron en la garganta al ver lo que salió del umbral.
En mis veinte años de experiencia había visto y sufrido todo tipo de cosa y recibido toda clase de soborno. Pero nunca había tenido el caso de una mulata desnuda recibiéndome en la puerta de su casa. Lo desconcertante no era en sí la belleza a nivel atroz de la muchacha sino que mis sensores estaban impasibles frente a ella.
Pero deberían de estar averiados. Eso no podía ser normal, aquel escultural cuerpo de bronce no podía ser cien por ciento natural sin ninguna pizca de plástico adentro.
—Ya puedes recoger tu quijada cuando quieras, fumigador. — me incitó la muchacha con una sonrisa picaresca.
—¡A que se debe esta indecencia suya, ciudadana! ¡Recuerde que está en presencia de un funcionario de la nano sanidad! — le repliqué en un intento desesperado por mantener la compostura.
—El problema es que como vivo en la azotea el sol está muy fuerte y hace tanto calor… —Se excusó ella encogiéndose de hombros.
En mis escasos tiempos libres y privados había visto tramas de holo-pornos con mejores excusas para el relajo que ésa.
—Además, ya sé a lo que viene y sabe en lo que ando. —prosiguió ella— sin embargo, los escáneres biológicos de mis aves sobre usted me dejaron muy curiosa.
—¡Intentaste asesinarme con unas palomas! —Le repliqué.
— Solo para llamarte la atención. —Me interrumpió.— A mí tampoco me gusta usar implantes artificiales. Pero soy muy buena con los nanobots y uno tiene que comer. Además tenía ganas de probar un hombre natural. Están casi extintos.
Con aquella insinuación no supe si alegrarme o deprimirme más.
—Y pensé que esta aproximación directa nos facilitaría llegar a un arreglo entre los dos.
— ¿Arreglo ? Estás jodiendo conmigo muchacha. — exclamé horrorizado, —nunca antes había recibido semejante intento tan descarado, de soborno.
—Así te actualizarías un poco conmigo. El proceso de creación de nano maquinas es más y mucho mas meticuloso y eficiente. Los nuevos softwares e impresoras 3D ya son capaces de eliminar en un noventa y ocho por ciento todos los residuos. Pero para el estado siempre seremos el parasito que envenena a la gente. Sin embargo, ellos exigen altas precios por sus propios nanobots más defectuosos y de corta duración. Mis palomas llevaban en su interior dosis equilibradas para varios de mis clientes. Los necesitan, para soportar las violentas jornadas laborales de veintiséis horas. Otros tantos, para recuperarse de los graves estragos de la alimentación sintética .A veces por la dura situación decido no cobrarle a mi consumidor. Cuatro de mis entregas se han atrasado, por ti. Pero no espero que solo las palabras de una contrabandista te hagan cambiar de parecer. Ya deberías saberlo. Al final lo único que puede esperar un fumigador de la Central será un holograma de reconocimiento laboral por tus años de sacrificio. Piénsalo bien. Además podrías usar mi ascensor cuando quieras —concluyó introduciendo el dedo índice entre los dientes dándole un breve balanceo a sus perfectas caderas — Mi nombre es Ivon y si decides ponerte pesado ; ya veremos qué pasa .¿Acaso me tienes miedo fumigador? —Sentenció ella con una siniestra sonrisa antes de voltearse y meterse con movimientos provocativos en su apartamento.
En el interior toda su piel desnuda era acariciada por los destellos verdosos de innumerables pares de ojos.
Casi por instinto mi mano sacó una de mis granadas. Nada me impedía intentar cocinarle el cerebro a la manada de sus grotescas mascotas, y templarme la contrabandista antes de procesarla a la Central; si de verdad ella deseaba revolcarse con un fósil viviente. Podía intentarlo e incluso lograrlo.
Pero entonces después ¿qué? Levantarme otra vez a las cuatro de la mañana para mi jornada de fumigación. Ahora sin estimulo…
— Cuando te decidas te espero en la piscina de la terraza. — me anunció su melodiosa voz.
—¡ ¿Có..mo tú dices?! ¿De qué carajo estás hablando? — le pregunté a punto de sufrir una isquemia por la estupefacción.
—Que cuando te decidas, vengas a meterte conmigo en la piscina.
—Me estas metiendo cuento, muchacha.
—Ven y prueba. ¿Acaso también le tienes miedo al agua , fumigador ? — repuso la joven con una sonora carcajada.
Mi atormentado cerebro tardó unos minutos en asimilar aquellas palabras.
— Creo que al final, podremos llegar a un arreglo. — me dije para mí con una sonrisa nerviosa. Apreté los puños y entré en el apartamento.
*****
Entre mis manos puedo sentir el latido de su corazón .Todavía funcionaba .La llevé con cuidado hasta el muro de la azotea. Me asomé e ignoré como todos, la decadente vista de la ciudad sobresaturada de desgraciados y sostenida con materiales reciclados .
Un súbito chorro de agua fría me empapó por completo. Por suerte, mis manos reaccionaron y no soltaron ni apretaron más lo que sostenían.
—¡Silvia ! — le gritó y al voltearme vi su aleta sumergirse de nuevo en el estanque.
Al final Ivon tenía dos piscinas. Un jacuzzi y un estanque de un metro de profundidad con cinco de largo. Las había mandado a construir con purificadores incluidos. El agua no podía ser más pura que la de los desaparecidos manantiales.
Con esto, Silvia no podía estar más contenta. Sus aletas se agitaban con alegría dentro de aquellas aguas cristalinas. Pronto estaría lista para poner sus primeros huevos.
Como es obvio, ella no cupo por el ascensor. Pero no pienso contar cómo fue el traumatizante hecho de subirla por la escalera. Solo sé que los vecinos todavía se quejan de la baba que quedó sobre los escalones.
Después de presentar mi reporte, me jubilé por adelantado y mandé al carajo a la Central junto con todos sus puñeteros ordenadores. Admito que después de superar la sensación de vacío y la terrible idea de haber desperdiciado la mejor parte de mi vida aguantándole mierdas al Ministerio, me sentí mucho más liberado y tranquilo. Incluso mi salud mejoró y logré controlar mi problema de presión sin necesidad del método Buteyko.
Ivon me ayudó mucho a llenar el agujero “íntimo” y laboral .Gracias a sus contactos, comencé a dar clases privadas para que los contrabandistas mejoraran la calidad de sus productos. Así aprenderían a evitar los peligrosos residuos de partículas robóticas.
El curso también incluía maneras de evitar las redadas de los fumigadores y su problemático armamento. La cosa prosperó tanto que incluso varios de mis colegas se retiraron y formaron parte de nuestra creciente plantilla laboral.
Entonces miré hacia abajo y lo vi. Le faltaba media cuadra para llegar al Contenedor. Siempre supe que la Central mandaría a alguien a rectificar mi reporte. De manera general, lo hacen con aquellos que están muy apurados por renunciar o jubilarse. Además los informantes que tenía Ivon en el Ministerio me alertaron de su llegada.
Desde donde me encontraba, no pude reconocerlo. No importaba, el infeliz venía a “pie” arrastrando sus piernas como si tuviesen plomo, con los hombros hundidos, por la maldita capa de plástico que de seguro lo asfixiaba.
Con las manos acerqué la cabeza de la paloma a mis labios y le susurre las instrucciones de su trayectoria. Entre sus patas llevaba un parche de limonada alcalina.
Solté al ave y esta planeó bajo el cielo ceniciento antes de lanzarse en picada.
Fin
28 de mayo de 2015
Muchas gracias a Alejandro por compartir su relato con nosotros.
Amigos, amantes de la literatura de Ciencia Ficción, ¿qué han pensado del regreso del Desafío del Nexus? ¿Qué ideas tienen? ¿Qué les gustaría leer? ¿Quienes estarían interesados?
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