Nuestro amigo Ermanno Fiorucci también participa en nuestro Desafío del Nexus con una historia intrigante:
Atrapado
Los periódicos habían destacado muchísimo la noticia de aquel empresario Zuliano contra el cual se procedía judicialmente por quiebra y que, paralelamente, presentaba la solicitud de su tercer divorcio contra el cual se apelaba, pues las pruebas eran poco sólidas y dudosos los testigos que las presentaban. El hacendado de marras había salido del lío de manera no muy distinguida, ya que se comprobó que contrajo enormes deudas, a pesar de estar consciente de que jamás podría honrarlas. Al final surgió algo más. Se hablaba de exóticos festejos secretos, que en Caracas, quizás, hubiesen sido poco evidentes… pero, no se estaba en Caracas…
Uno de los contertulios golpeó con la mano el periódico para llamar la atención sobre lo que estaba leyendo.. Aquella tarde en Los Teques hacía calor, pero el aire acondicionado del club Venit cumplía con su deber y el ambiente, en línea general, era agradable dentro del salón..
—Menos mal — comentó Eduardo, él del periódico, —que esta noche no está Carlitos Pérez para magnificar este escándalo. A él le encanta sacar de quicio, con sus comentarios, al Comisario Eduardo Cardozo. Ya casi lo estoy oyendo: “¡Catajarra de degenerados! ¡Explotadores apátridas! ¡Podridos burgueses! ¡Oligarcas pervertidos!”. En el transcurso de todos estos años, esta hubiese sido, seguramente, la mejor ocasión para tratar de jorobar al Comisario quien, como es del dominio público, pertenece a una familia de prósperos hombres de negocios.
—Veo que destacas acertadamente el término “tratar” — comentó Rodrigo. — Hasta donde me alcanza la memoria, no recuerdo que Carlitos haya logrado irritar a alguien con sus estupideces… y dudo que lo logre alguna vez.
—¿Quién pretende provocarme? — dijo con voz reposada el más estimado socio del club. Había entrado por la puerta de servicio situada al otro extremo de la sala y se ubicó a mi espalda. Se desplazaba siempre silenciosamente, pero no con la intención de ser furtivo, más bien por haber adquirido esa costumbre a lo largo de toda su vida. Cardozo durante los años transcurridos (según se dice) sumergido en los avatares de las pesquisas públicas y secretas al servicio del Estado, había aprendido a moverse como un gato… y de los más silenciosos.
Su aparición nos sorprendió. Siguió luego un momento de silencio incómodo.
Cardozo es un individuo poseedor de una notable intuición. Vio el titular del periódico que Eduardo tenía sobre sus rodillas y largó una carcajada.
—¡Por Dios! ¿Esta es la noticia que debería sacarme de quicio? — Se movió detrás de mí butaca y fue a sentarse en otra desocupada haciendo un guiño.
— Solo para precisar — destacó, — el individuo en cuestión es zuliano y no mirandino. Y esta es una diferencia muy importante. — Él pertenece, en consecuencia, a una categoría de empresarios cuya calidad provinciana reduce notablemente sus atributos. — Dijo todo esto con énfasis pero sin convicción… y todos soltamos la carcajada.
—Sin embargo — continuó con más seriedad, — es un hecho comprobable que las personas en posición de mando, con frecuencia abusan de su poder de la manera más extraña y desagradable. El abanico de caprichos que existen en la mente humana es infinito. Cada vez que la atención pública logra captarlos, para decirlo de alguna manera, aparecen siempre cosas muy extrañas y, eventualmente sórdidas. Si les gustan las analogías, les diré que una vez que se abandona la autopista de la condición humana o, si prefieren, de la humanidad bien entendida, se descubre un universo de desvíos muy raros y misteriosos que, para recorrerlos, sería absolutamente necesario disponer del más imperioso aislamiento y de un gran poder económico o físico…
Luego pareció meditar por un instante… Afuera la espesa neblina lograba diluir y fundir hasta convertir en opresivas y asfixiantes las luminarias de la avenida. Los brillantes avisos luminosos de Los Teques terminaban pareciéndose a tímidos destellos de una linterna portátil… a unas luces de alarma de incendio que ardían débilmente en medio del calor y las tinieblas.
—Creo que en la actualidad esas condiciones, presuntamente propicias para provocar que la humanidad se pierda, son muy difíciles lograrlas… hay mucha gente y poco espacio — arguyó el más joven del grupo. — ¿No le parece Comisario?
Antes de contestar Eduardo se quedó mirando absorto a la pared de enfrente. Al final pareció regresar a la realidad, como si hubiese tomado una decisión.
—Les voy a contar algo — dijo. — Pero se lo voy a narrar a mi manera. Les agradezco que no formulen ningún tipo de preguntas, pues todavía hay personas involucradas que viven y podrían verse afectadas. Trataré de disfrazar algunos detalles o lugares que podrían llevar a la identificación de la familia o de la localidad en cuestión. Ustedes solo tendrán que aceptar lo que les digo, si en verdad les interesa conocer el asunto…
La expresión de las caras del grupo, la mía incluida, mostraba tanta impaciencia que hasta su proverbial impasibilidad se sintió alterada, tanto que casi mostró un atisbo de sonrisa, pero logró controlarse y dijo:
—Cuando todos éramos más jóvenes, al comienzo de lo que fue la restauración de la democracia, yo fui enviado en calidad de Comisionado Juvenil (un híbrido entre relacionista público, promotor político e investigador) a la alcaldía de Punta Parima.
“La parte agradable de mis funciones consistía en participar al máximo en la vida social de los hacendados y de los jóvenes de la zona, coetáneos míos. Una de las maneras de hacerlo era participar en cacerías, reuniones en el club local o paseos sabatinos a caballo.
Muy frecuentemente asistía al único club social del pueblo: la Taberna del Cazador y divirtiéndome, también lograba captar un buen número de amigos. Uno de estos amigos, por ejemplo, era un tipo que llamaré Rolando Casadeval. No es un anagrama, pero es un nombre que se asemeja vagamente al auténtico. Estaba vinculado al poder económico local y nacional, tenía más o menos mi misma edad y resultó ser un magnífico compañero.
“Era evidente que estaba forrado de dinero, al contrario de algunas otras personas que habían sufrido severos descalabros económicos con el cambio de gobierno. Pero, cualquiera que fuese la base financiera de Rol, no había sufrido ningún sacudón. Sus comentarios eran un indicio de ello y también lo era su sorpresa cuando, como sucedía con frecuencia, otros se lamentaban por carecer de fondos para comprar alguna cosa o para emprender algún viaje.
“Desde el punto de vista financiero, él era el más generoso de los hombres, aunque muy distraído; pues sucedía con notable frecuencia, que al despedirse de una reunión en el club, se iba sin pagar su cuota de la cuenta, hecho este que nos obligaba a no descuidarnos y a estar siempre pendientes a la hora de las despedidas.
“Tenía un aspecto agradable: cabellos negros, rostro perfilado y ojos oscuros. Como ya he dicho, su edad excedía de tres o cuatro años las dos décadas. ¡Era un magnífico jinete! Yo también me defiendo bastante bien en ese deporte, bueno… me defendía bastante bien, sin embargo jamás vi a alguien que lo superara. No existía obstáculo capaz de detenerlo y manejaba su montura como si no se diera cuenta del peligro que podría correr. Por supuesto, montaba siempre caballos excelentes, todos animales de reluciente pelo negro, criados en su finca.
“Estimulaba mi curiosidad el hecho que, cada vez que salíamos de paseo o de cacería, vestía de negro. Se lo pregunté una vez y me contestó con desenfado y orgullo que se trataba de una costumbre familiar, era, algo así, como el distintivo de los Casadeval”.
—Nadie, en esta zona, además de nosotros, usa este color… puede parecerte snob, pero es una costumbre que no pensamos cambiar. Norah también piensa lo mismo… Ah, mira, ahí viene… ¿Qué te parece el paseo de hoy, hermanita?
—No muy excitante — contestó ella con calma, mirando a su alrededor.
“Todavía no les he hablado de Norah Casadeval ¿Cierto? A pesar de todos estos años transcurridos, todavía lo hago con dolor.
“Tenía diecinueve años, era muy pálida y el sol solo había podido provocarle una que otra peca en la piel; de ojos casi negros y sus cabellos del color de la noche; poseía una voz dulcísima pero triste. Era tranquila, sonreía muy rara veces y cuando lo hacía, mi corazón se embalaba. Casi siempre sus pensamientos parecían estar a kilómetros de distancia y caminaba como sumergida en un ensueño. También ella cabalgaba a la perfección y casi sin darse cuenta…”
Cardozo suspiró, trenzó las manos sobre su vientre y fijó su mirada en la alfombra del piso.
“Yo era un pobre diablo, con muy pocas perspectivas frente a mí, a excepción del sueldo, por supuesto; pero podía soñar mientras mantuviese la boca cerrada y no tratara de presumir ser el hijo de un buen y honrado ingeniero, luchador político vinculado al partido de gobierno y con relativa influencia en ese medio. Ella también parecía corresponder a mi interés, por lo menos me favorecía con mayores atenciones de las que demostraba tener con los jóvenes de su círculo que la cortejaban… así que albergaba un pequeño… pequeñísimo granito de esperanza” .
—Vamos a invitar a Edu a la casa para que practique el noble deporte de la equitación y disfrute los relajantes paseos a caballo, lejos del mundanal ruido — sugirió de pronto Rolando a Norah.
—¿Cuándo? — preguntó sobresaltada, mirando fijamente a su hermano.
—¿Qué te parece cuando la estación lluviosa esté en pleno proceso… digamos la última semana de octubre? Es la mejor época del año… el clima generalmente se vuelve más fresco y el campo luce reverdecido y en calma. — Me sonrió mientras acariciaba a su caballo. —¿Te gusta la idea, amigo?
“Yo estaba entusiasmado con la invitación y también sorprendido ya que había oído de personas que casi mendigaban una invitación de los Casadeval para cualquier evento y generalmente eran delicadamente rechazados. Yo me había propuesto jamás expresar una aspiración parecida para evitar un eventual rechazo. En ese entonces, recuerdo, rondaban por esos predios, como moscardones, una buena cantidad de cazadores de dote europeos que me hacían sentir en minusvalía.
Me sorprendió y hasta hirió un poco la reacción de Norah.”
—No en esa época Rol — dijo ella mientras su cara lucía más pálida de lo habitual. — ¡No… en… esa… época!
“Repitió la frase lentamente y las palabras salieron de su boca con una fuerza difícil de definir”.
—Como jefe de la familia debo honrar lo que he dicho — dijo Rolando con un tono de voz que nunca le había oído con anterioridad. Era seco y autoritario.
“Mientras yo los miraba asombrado y confundido, vi a Norah reprimir un sollozo y espolear a su caballo para alejarse. Momentos después su grácil silueta negra y su reluciente cabello se diluyeron en la lejanía”.
—Mira hermano — traté de calmar la atmósfera — no sé lo que pasa, pero considerando las circunstancias, no puedo aceptar tu invitación. Es evidente que, tu hermana no aprueba la idea y a mí, ni remotamente me pasa por la imaginación ir en contra de su deseo.
“Hizo avanzar al caballo para acercarse”.
—Tú debes venir Eduardo. Quizás no lo puedas entender. No me gusta divulgar los secretos de la familia, pero esta vez debo hacerlo… El año pasado, precisamente en esa época, Norah fue desairada por un hombre que parecía estar enamorado de ella, pero al final se fue sin decir ni una palabra… Desapareció… Estoy seguro que tú jamás le contarás nada de esto, y sé que ella preferiría morir antes de contártelo. Desde esa vez no he logrado entusiasmarla con nada. Sin embargo, parece que tú eres el primer hombre con el cual ella está a gusto desde entonces, así que debes ayudarme a sacarla de ese estado de depresión. Habrás notado que está… abstraída… abúlica… en apática actitud soñadora. Ella se creó un mundo irreal en el cual vive tratando de mantener alejada la infelicidad. He llegado a la conclusión que lo que necesita es estar cerca de un hombre educado, que sea cortés y atento, precisamente en el mismo entorno en el cual la hicieron infeliz. ¿Entiendes ahora la razón por la que te necesito, amigo? — Resultó ser dramáticamente sincero, y fue imposible no sentirme conmovido.
—Bueno, lo que me dices es enternecedor y sí, diría hasta conmovedor… pero queda el hecho que ella no aprueba la invitación que me hiciste. No puedo ir a tu casa si ella no quiere. Creo haberte oído decir que tú eres el jefe de la familia… ¿Son acaso huérfanos? Porque de ser ese el caso, la anfitriona del hogar sería exactamente Norah. ¡No hermano, no puedo aceptar!
—Escucha — insistió. — No discutamos… Te apuesto a que mañana será ella la que te invitará. Y si eso no sucede, estarás libre de no aceptar. Pero si ella te invita, espero que me ayudes a sacarla del estado anímico en el cual se encuentra. ¿De acuerdo? Por lo que se refiere a tu pregunta, sí, somos huérfanos… solo estamos ella y yo.
“Por supuesto acepté. Tenía un enorme deseo de ir. Obtener el permiso no suponía un problema. En la Alcaldía no había mucho trabajo, además socializar con gente como los Casadeval estaba incluido en el marco de mis deberes.
“Según lo previsto por Rol, a la mañana siguiente, Norah me llamó por teléfono, disculpándose por su comportamiento del día anterior. Se escuchaba cansada pero absolutamente normal. Yo le pregunté un par de veces si estaba absolutamente segura de desear mi compañía y ella, por un par de veces, me dijo que sí, volviéndose a disculpar cada vez por su manera de actuar del día anterior.
“Así que la última semana de octubre me vi paseando, montado en un hermoso corcel, por el valle de los Casadeval. ¡Fue una experiencia muy agradable!
“Durante el día resplandecía el glorioso el sol de octubre y a cada fresca y apacible noche, seguían bellísimos amanecer brumosos. Las tierras de los Casadeval se extendían, casi en su totalidad, en un valle ubicado en medio de una cadena de colinas.
“Se contaba que, uno de los primeros Casadeval, un pionero catalán, durante el siglo XVI, se había adentrado hacia el este en el territorio ocupado por indios Pemones, Yekuana, Sanemá, Panares, Hotis y Piaroas… y, de alguna manera, había logrado adjudicarse todo aquel inmenso territorio. Lo que sí resultaba extraño era que los aborígenes no manifestaran ninguna inconformidad y, por el contrario, consideraron razonable su establecimiento en la zona.
—Nosotros siempre hemos tenido buenas relaciones con nuestros indios — me confesó Rolando un día. — Si no fíjate en las caras de la gente en el valle, incluyendo la mía. En todos nosotros hay algo de sangre india.
“Y era cierto. Mirándoles bien, todos los habitantes del valle tenían cierto parecido, como si fuesen miembros de la misma familia. Las mujeres eran muy pálidas y todas tenían ojos y cabellos oscuros y además, de raros e increíbles semblantes aguileños. Algunos de esos habitantes, medianeros por cierto, participaban en cacerías o en los rutinarios paseos semanales y todos eran estupendos jinetes y montaban caballos de hermosa estampa.
“El valle tenía forma de corazón, con una extensión de nueve mil hectáreas. Los Casadeval habían entregado en alquiler parte a primos y parientes cercanos y explotaban el resto ellos mismos. Poseían otras tierras más allá del valle, pero todas las habían entregadas en alquiler.
“En fin, esa era una familia soberana. Era evidente. A pesar de que, tanto a Norah como a Rolando, se les llamaba por su nombre de pila, todos los habitantes del valle, hombres y mujeres, estaban dispuesto a interrumpir cualquier actividad para ponerse a la orden de los dos hermanos. No era en realidad servilismo, se trataba más bien de esa premura que, en otra época, se les dispensaba a los reyes, cuando estos eran considerados seres sagrados. Le hice notar a Rol ese hecho y él se limitó a encogerse de hombros.
—Es que vivimos aquí desde hace mucho tiempo, eso es todo. Evidentemente se acostumbraron a ser dirigidos por nosotros. Cuando el primer Casadeval se casó, también se unió a un buen número de dependientes… Así que estamos frente a una situación típicamente colonial. —Luego me miró con cansancio. — ¡Espero que tú no nos consideres demasiado anticuados y feudales porque podrías estar creyendo que, por alguna misteriosa conciencia cósmica, Venezuela se ha convertido, de golpe y porrazo, en un ejemplo ecuménico de democracia radical!
—Por supuesto que no — contesté rápidamente y cambiamos de tema. Había usado un extraño tono de voz al decir lo que dijo. Me pareció burlón y, de cierto modo también molesto.
“¡La cacería estuvo magnífica! El grupo de cazadores, siete u ocho personas, eran todos parientes cercanos de Rolando y Norah.
“ Al amanecer, cuando comenzó la batida, sorprendí a todos al exhibir una camisa roja. Un hombre pequeño de cara arrugada, a quien había visto varias veces en La Taberna de Cazador, un tal Maldonado, me pareció el más sorprendido de todos y, por alguna razón, también asustado. Hizo una curiosa observación de la cual solo creí captar dos palabras, “Mandinga Barbudo”, luego hizo un gesto que no me resultó difícil interpretar. El índice y el meñique estirados del puño de una mano siempre ha sido un gesto de buena suerte y protección contra el demonio, o contra cualquier otra influencia espiritual maligna. Al momento no hice ningún comentario, pero durante el almuerzo pregunté a Norah quién era “Mandinga Barbudo” y por qué el viejo Maldonado había mostrado tanto nerviosismo por mi camisa roja. Ella farfulló algo… acerca de ciertos acontecimientos locales que involucraban al color rojo, de tal manera que para los lugareños era un símbolo no muy apreciado. Luego, de sopetón, cambió de argumento.
“Miré a mi entorno y noté que alrededor de la gran mesa había cesado toda conversación. Me impresionó la expresión de todos aquellos rostros, muy similares, de hombres y mujeres, que nos estaban mirando. Eran demacrados, pálidos, con ojos oscuros y ásperos cabellos negros. Por un momento tuve la extraña sensación de haber caído en la cueva de peligrosas creaturas, en medio de una manada de animales parecidos, quizás, a lobos feroces.
“Luego Casadeval, que ocupaba la cabeza de mesa, soltó una carcajada, y la conversación se
reanudó. La ilusión se rompió como se rompe un espejo de agua con el lanzamiento de una piedra, y yo de inmediato olvidé todo.
“Los días maravillosos pasaron y llegamos al final de octubre. Siempre entrábamos en acción al amanecer y a veces se cazaba en el gran valle hasta el mediodía. En algunas zonas habían dejado grandes franjas boscosas para que sirviesen de santuario silvestre.
“Nunca había disfrutado un período mejor. Yo estaba de pláceme con Norah y ella también lucía feliz. De todas maneras, a pesar de que se recorría con frecuencia todo el valle, había un sitio que no se abordaba jamás. El hecho me dejó perplejo, tanto que una mañana le pregunté a Rol.
“Inmediatamente detrás de la Casa Grande (no tenía otro nombre), el terreno trepaba abrupto hacia las altas colinas azules a su espalda. Una elevada cerca, enredada y silvestre, trancaba el paso hacia toda aquella pendiente. Las colinas más altas bajaban, para decirlo de alguna manera, para rodear la casa y todo el terreno circundante. Formaban dos brazos de paredes rocosas que se extendían hasta el nivel de los dos flancos. Era, de todas maneras, evidente que un área de considerables dimensiones, una suerte de pequeña meseta se extendía inmediatamente detrás de la casa entre el edificio y la pendiente de la colina, una suerte de promontorio rocoso. Y la gran cerca podía existir solo para trancar el acceso a aquel particular pedazo de tierra.
—Es un santuario — respondió Rol a mi pregunta. — Ahí está el cementerio de la familia, y nosotros vamos siempre en… en ciertos días. Cuando llegamos aquí, ya existía. Entre otras cosas también hay hermosos árboles robustos de alto tronco y es nuestro deseo conservar la zona así como está. Antes de que regreses a tus habituales quehaceres, si en verdad te interesa, te la mostraré.
“Su voz era indiferente y plana, pero tuve la sensación, un sexto sentido si prefieren, que lo había incomodado y, curiosamente, también divertido. Cambié argumento y comenzamos a hablar del programa de actividad previsto para el siguiente día.
“Ya entrada la tarde de aquel mismo día, sucedió algo muy extraño. Norah y yo habíamos quedado algo rezagado de los demás, hecho al cual no le había dado ninguna importancia, y estábamos también a cierta distancia de la estrecha embocadura del valle. Mientras cabalgábamos hacia la Casa Grande, bajo el cálido sol de la tarde, noté que estábamos pasando cerca de una pequeña iglesia rural, blanca y algo descuidada. Mientras la observaba, el ministro, el cura, el párroco o lo que fuera, apareció debajo del pórtico y se quedó mirándonos fijamente. Estábamos a unos diez metros del camino polvoriento, una especie de sendero que llevaba a la iglesia. El cura era un hombre con expresión cansada cuya edad rondaba el medio siglo, vestía un traje normal pero con el collarín romano blanco.
“¡Su expresión era un poema! Jamás me dirigió la mirada. Se concentró a mirar fijamente a Norah sin moverse, ni hablar y podía verse claramente el veneno que emitían sus ojos. Odio, desprecio y repulsión.
“Nuestros caballos se habían parado y estaban pateando el suelo en el silencio. Miré a Norah y vi
en su rostro una expresión de dolor, pero no dijo nada y tampoco se movió. Decidí romper el silencio.
—Buenas tardes padre — saludé en tono jovial. — Tiene una capilla muy linda en verdad. En un lindo lugar rodeada de hermosos árboles y de la naturaleza.
“Él me dirigió la mirada y su actitud cambió radicalmente. El odio desapareció y su cara asumió la expresión de una persona educada y cortés, pero también incómoda. Levantó una mano y por un momento pensé que quería bendecirme, pero al final, probablemente decidió no hacerlo. Pero habló con calma dirigiéndose a mí solamente:
—Durante las próximas cuarenta y ocho horas la iglesia permanecerá abierta. Y yo estaré aquí.
Dicho esto dio media vuelta y entró en la iglesia cerrando la puerta a su espalda.
—Un tipo raro ese cura — le comenté a Norah. — A juzgar por sus miradas pareciera que no les tiene ninguna simpatía. Creo que sería conveniente hablar con Rolando al respecto. ¿No te parece?
—No — contestó ella rápidamente apoyando su mano en mi brazo. — No debes hacerlo. Prométeme que no referirás ni una sola palabra de lo que sucedió aquí.
—Tus deseos son órdenes para mí. No diré nada pero ¿qué diantre le sucede a ese tipo? ¿Por qué armó todo ese teatro para decir que su iglesia está abierta?
—Eduardo… lo que sucede es que a él no le gusta nadie de nuestra familia. Posiblemente tendrá sus razones. De hecho mucha gente que vive fuera del valle no mira con buen ojo a los Casadeval. ¿La razón? Cualquiera… envidia… rivalidad… celos… en fin, cualquiera de esos sentimientos o todos ellos. Mejor no hablar más del asunto. Será mejor irnos, ya los caballos están descansados y quiero salir en carrera para alcanzar a los demás.
“Los caballos no estaban en absoluto descansados y eso lo sabíamos ambos. Pero yo era incapaz de rehusarme a cualquier cosa que a ella se le ocurriera.
“El día siguiente era el último día de octubre y ya solo me quedaría dos días más y no lograba soportar la idea del regreso a la aburrida rutina diaria de la Alcaldía. Pero también estaba contento. La noche anterior, al levantar las sábanas para acostarme, descubrí una pequeña cajita en la cual había un cruz bastante vieja y una cadenita, ambas de plata. También había una pequeña nota escrita con delicada caligrafía que yo ya conocía muy bien, pues guardaba todos los mensajes que la muchacha me había enviado con anterioridad: Llévala siempre, por mí, y no digas nada a nadie.
“Pueden imaginar lo maravilloso que la vida me parecía. El día siguiente la cabalgata fue maravillosa. Llevaba escondido debajo de la camisa el emblema, que presumo perteneciente a la familia de Norah y que ella misma me había enviado. Yo deseaba cantar a todo gañote. Ella no me dijo nada, excepto las acostumbradas banalidades de cortesía y lucía muy cansada como si no hubiese podido dormir bien. A esa altura yo estaba comenzando a preguntarme si todo ese aislamiento podía ser beneficioso para la gente.
“Rolando y Norah daban muestra de un creciente mal humor y, para ser sincero, también todos los otros parecían sufrir un extraño estado de ánimo.
“Pensé que podría tratarse de algo congénito y que sería conveniente sacar a Beatriz de ese lugar. Quizás fuera algo vinculado a la fecha… recordé la actitud de ella cuando objetó la invitación que Rol me hizo destacando la inconveniencia de esa época específica… y no se me ocurrió nada que pudiese relacionarse con esa inconveniencia. Era el último día de octubre, vigilia de la inocente conmemoración cristiana de todos los santos… nada extraordinario.
“Olvidé todo el asunto cuando Rolando se me acercó para informarme que esa tarde tendríamos un banquete.
—Es una reunión especial en tu honor, Eduardo — me dijo, — algo más bien informal. Es una vieja costumbre de la zona… tendremos una suerte de baile por la cacería.
“Yo no había visto preparativos especiales y tampoco ningún grupo musical por los alrededores… aunque la Casa Grande era realmente tan grande que podía esconderse en cualquier rincón de ella toda la Orquesta Sinfónica Municipal de Caracas.
“El gong, para anunciar la cena, sonó en el preciso momento en el cual yo estaba terminando de vestirme, y cuando bajé al salón principal ya estaban todos allí. Para mi sorpresa vi que había también algunos niños, no muy pequeños, todos bien arregladitos y con los ojos chispeantes de felicidad. Norah lucía deliciosa en su vestido de noche, pero su rostro reflejaba turbación y su mirada jamás se cruzó con la mía. Una vez más me invadió el tremendo deseo de protegerla y de llevármela para alejarla de aquel extravagante y extraño clan.
“Rolando se abrió paso en medio de los presentes y vino a tomarme del brazo.
—Ven Eduardo, queremos hacer un brindis en tu honor ya que eres el único invitado especial — dijo sonriendo. — Tenemos el coctel de la familia y la copa ritual del coctel de nuestro linaje. Es algo que muy pocas personas han presenciado.
“Sobre una gran mesa en un nicho lateral había una copa asombrosa. Un enorme cáliz de piedra con unas runas grabadas a lo largo de todo el borde de ella. Detrás de la mesa estaba Maldonado, el pequeño cazador de cara arrugada. Fue él que me llenó el cáliz pero al hacerlo y al entregármelo, susurró algo que por el ruido que había a mi espaldas no logré captar totalmente. Me pareció que decía: “¡Pon atención!”
“Me puse en guardia y en el momento en el cual me entregaba un curioso cáliz, también de piedra, comprendí a qué debía poner atención. Debajo de la base de la copa había un papelito doblado. Lo agarre con el cáliz. Rol que estaba a mis espaldas no pudo darse cuenta de la maniobra.
“Con disimulo, pasándome la mano por la frente, pude leer la notita: No beba nada. Eso era todo, pero fue suficiente para hacerme comprender que estaba en peligro. Estaba seguro que Maldonado jamás tomaría una decisión como esa espontáneamente y que detrás del asunto estaba Norah. Así que ahora se hacía evidente que toda esa sensación de incomodidad y que siempre trataba de apagar durante mi estadía en la Casa Grande, esas miradas particulares, esos comentarios crípticos, la extraña actitud del sacerdote de la capilla rural se fundían en una sensación siniestra apenas insinuada pero amenazante.
“Miré distraídamente a mí alrededor, fingí beber un sorbo de la copa. Presumo que mi huésped y todos los demás creyeron mi actuación, pues levantaron con satisfacción la copa hacia mí. Disimulé mi ira y comencé a pensar en serio.
“Me giré, le di la copa a Maldonado simulando pedir que la volviese a llenar. Él, sin pestañear y con enorme disimulo, la vació simulando escurrir las últimas gotas y la volvió a llenar. El viejito era diestro y mañoso. Me llevé de nuevo la copa a los labios como había hecho antes y otra vez vi aparecer la sonrisa en los labios de Rol. Oí en ese momento a Maldonado murmurar algo, casi sin mover los labios, pero entendí claramente lo que decía:
—Después de la cena quédese como paralizado, inmóvil y rígido en la silla. No puede moverse, ¿entendió?
“Le hice un guiño muy discreto para manifestarle que el mensaje había sido recibido y me separé de la mesa para ir al encuentro de Casadeval que se estaba dirigiendo hacia mí.
—No te quedes pegado a la mesa de la copa todo el tiempo — dijo, riendo. — Todavía tienes a tu disposición toda una larga noche.
“Su voz y su risa, esta vez tenían un tono de burla, su cara perfilada, aparentemente delicada, se transformó en una máscara de crueldad, un rostro siniestro. Ahora sí pude notar que las caras y las actitudes de todos los demás, hombres, mujeres, niños y sirvientes eran idénticas… Ahí no había amigos. Ellos conocían mi destino y yo lo conocería solo cuando las puertas del matadero se cerrarían a mis espaldas. Pero la víctima tenía todavía alguna esperanza y las puertas no estaban cerradas del todo aun.
“Noté que Norah había abandonado el salón y al preguntarle a Rol la razón me informó riendo que, como buena anfitriona, había ido a revisar los preparativos para la cena. Maldonado, cuando estábamos solos, fingía llenarme con frecuencia la copa, y yo traté de mostrarme excitado lleno de joie de vivre, ¿entienden?
“Alrededor de las nueve, creo, nos dirigimos hacia el gran comedor que era un destello de luz, cristales y plata. Se me instaló en la extremidad de una larga mesa, cerca de Norah. Rolando se acomodó al otro extremo. Los camareros comenzaron a servir el vino y la cena inició. Al comienzo las conversaciones y las risas y el jolgorio, observadas desde afuera, lucían absolutamente normales. Sin embargo, una vez más y con mayor fuerza, tuve la sensación que me encontraba en la cueva de animales salvajes y feroces… y esta vez la impresión no se desvaneció.
“Norah, a mi lado era la única excepción. Su rostro lucía más hermoso iluminado por aquel festival de luces… reposado, tranquilo como si todas las preocupaciones de poco antes hubiesen desaparecido. No habló mucho, pero sus ojos me miraban con franqueza y yo sentí que tenía en ella una aliada.
“Debo acotar que a medida que la cena se acercaba a su epilogo, el ruido se iba aplacando. Dirigiéndome a una muchacha sentada a mi derecha le hablé en voz baja y lentamente simulando estar borracho.
—¡Dios aquel ponche debía estar bien cargado! Sabe, casi no puedo ni mover la mano. Por suerte esta noche no hay cabalgadas.
“Todavía no tengo claro lo que me impulsó a hacer ese comentario. Pero mi vecina me observó por un momento y luego soltó una carcajada fría. El hombre que estaba a su lado y que me había escuchado repitió a los otros lo que yo había dicho y de pronto todos los comensales formaron un coro de carcajadas siniestras y vi a Rol, al otro extremo de la mesa que reía satisfecho mostrando sus dientes blanquísimos. Giré lentamente la cabeza fingiendo asombro y las carcajadas aumentaron. En un rincón, en el lugar más alejado de la sala había dos camareros. También ellos reían. Luego todo terminó.
“De una campana no muy lejana salieron unos tañidos y, como por arte de magia se hizo un silencio absoluto. Rol se puso de pie y levantó los brazos al cielo en actitud invocadora.
—Las horas regresan —gritó, — El Santísimo Banquete está sobre nosotros. El Banquete de Ma’ndiga. ¡Súbditos míos, abandonen sus deberes por sus túnicas, por el jardín sagrado de Bar’udo! ¡Vayan ya, porque las horas llegan y pasan!
“Resultaba un trabajo titánico quedarse escuchando estoicamente aquella jerigonza, pero recordé la advertencia de Maldonado y me quedé en mi lugar inmóvil pestañeando estúpidamente… fue ese el movimiento correcto porque cuatro sirvientes, los cuatro bien fornidos, llegaron para situarse detrás y a los lados de mi silla. En un instante la sala se vació. Se quedaron los cuatro y mi anfitrión quien se acercó mirándome con ojos llenos de odio y de desprecio. Antes de hacer ningún movimiento azotó mi cara con una sonora bofetada.
—Tú, despreciable hombre ordinario has tenido el atrevimiento de levantar tu mirada sobre la última Reina, descendiente directa de Othea y Ulutiu, estirpe esta que usaba a tus antepasados como animales para el matadero, que es lo que en realidad eran y siguen siendo, cuando Roma era todavía una aldea.
“Volvió a carcajearse de manera salvaje y me abofeteó de nuevo. Debo confesarles, amigos, que en aquel momento aprendí el auténtico autocontrol. Jamás me moví. Me limité a mirarlo con ojos vacíos, como los de un idiota.
—La pradera de Annam conserva todavía su poder — dijo. — Ustedes cuatro llévense eso. ¡La Gran Ora pasa!
“Fingí no tener fuerza y me dejé levantar y transportar fuera de la sala. Atravesaron la casa oscura siguiendo a mi falso amigo, su amo, luego subimos una amplia escalinata y salimos a cielo abierto bajo la cúpula estrellada de la fresca noche de octubre. Delante de nosotros se extendía la alta cerca y, en aquel momento comprendí el secreto. Una gran reja, completamente recubierta de hojas y ramas que la hacían invisible cuando estaba cerrada y ahora estaba abierta de par en par. Delante de mí se extendía la zona secreta de la casa de los Casadeval y fue esto lo que vi:
“Un amplio camino flanqueado por samanes y apamates que conducía a un claro circular en medio del cual se elevaban grandes túmulos de piedra negra que se recortaban contra el cielo nocturno. Mientras me transportaban hacia los monolitos, a los dos lados del vial se encendían hogueras de cuyas llamas se desprendía un humo agrio y hediondo que me afectó la garganta. Alrededor de las hogueras y sobre ella comenzaron a saltar mis compañeros de cena y los camareros. Todos, jóvenes y viejos, vestían unas cortas túnicas violetas y sus voces se elevaron en una suerte de canto salvaje incomprensible, pero monótono y rítmico. Rolando Casadeval había desaparecido momentáneamente, poco después, desde un punto delante de nosotros nos llegó su voz. Estaba en el claro circular frente a la fogata más grande y a su lado estaba Norah, ambos con los brazos levantados entonando el mismo cántico salvaje de los demás.
“Mis guardianes me soltaron y yo me quedé parado inmóvil para poder observar mejor a los dos herederos de una de las familias más notorias de la nueva Venezuela. Ambos con los pies descalzos y vestían túnicas violetas largas. La de Rolando debía ser de lana y la de Norah de seda o algo parecido y dejaba translucir su cuerpo de marfil hasta parecer casi desnuda.
“El coro ronco a mi espalda subió de volumen y comprendí que el resto de la manada, así era como ya la consideraba, se estaba acercando. De improviso callaron. Rolando Casadeval levantó de nuevo la mano e inició un canto en el mismo idioma desconocido de antes, mientras todos callaban. Fue breve. Cuando calló, se acercó Norah, sostenía en la mano izquierda un cetro y me pellizco la frente tres veces en sitios diferentes luego exclamó:
—¡Que comience la ceremonia del sacrificio y que los Caballos de la Noche la cumplan!
“En ese momento escuché un ruido de cascos. Desde uno de los lados fue traído hasta la luz de la fogata un gran caballo negro. El animal se empinó relinchando y al muchacho que lo traía de la brida le costó bastante trabajo controlarlo… al fin lo logró. Estaba completamente ensillado y lo reconocí, era Rayo, el animal que había montado durante toda la semana de mi estadía. Detrás de él escuché otros caballos.
—¡Monta! — me ordenó Rolando Casadeval.
Me levantaron y me colocaron en la cabalgadura. Me bambolee y fingí estar mareado. De inmediato me amarraron los pulsos con un lazo de cuero y las extremidades del mismo a la silla dejándome una libertad de movimiento muy reducida y lo mismo hicieron con las riendas.
A este punto mi anfitrión se acercó y levantó la cabeza sonriendo para mirarme.
—La Cacería Salvaje comienza. Tú eres la presa y tienes dos posibilidades, ambas concluyen con la muerte. Pues si somos nosotros a cazarte morirás por esta — y me mostró un curiosa espada corta pero muy ancha. — Pero hay otros cazadores… Los Que Cazan sin Caballos, si son esos los que te encuentran, desearás que sea esta la que te mate — volvió a mostrar esa curiosa espada.
“En ese instante alguien le dio un fuetazo al caballo que empezó a correr y casi me tumba. Dos jinetes guiaron la carrera de mi montura hasta desembocar en un claro y me dejaron solo. Uno de los hombres me gritó:
—Corre duro, tequeño, dos tipos de muerte siguen tu pista — Dicho esto regresaron por donde habían venido.
“En ese mismo instante, a lo lejos se escucharon relinchos de caballos y más cerca el sonido de un cuerno de caza claro y amenazador que logró erizarme la piel.
“Desde el momento en el cual me habían montado sobre el caballo, algo puntiagudo me estaba molestando la pierna izquierda. A la luz de las estrellas vi de qué se trataba. La empuñadura de un gran cuchillo, evidentemente introducido en la silla. Doblé el cuerpo para tomarlo y corté los lazos que me tenían amarrado a la silla. Hecho esto espoleé a Rayo con las rodillas y giré a la derecha para mantenerme al reparo en la arboleda que crecía a los pies de la colina. Sabía que no podía perder tiempo pues ya podía oírse el característico ruido del galopar de los caballos. Todavía lejos pero se estaban acercando.
“Más allá del valle podía sostenerse que existía el siglo veinte, pero si aquella manada de maniáticos vestidos con tuniquitas violetas lograba alcanzarme, sería mi fin. A ese punto la Cacería Salvaje ya no era un juego.
“Analizando los hechos, tenía tres puntos secretos a mi favor. Un cuchillo con una sólida y afilada hoja de veinticinco centímetros. Lo estaba sosteniendo con los dientes y trataba de liberar mis pulsos. El otro consistía en el hecho que poseo buena memoria y por tanto recordaba perfectamente el valle recorrido, a lo ancho y largo, durante toda una semana. Aunque no la conociera tan bien como aquellos que estaban tratando de cazarme como a un conejo, abrigaba serias esperanzas de encontrar una salida. Mi tercer as en la manca era Norah. No tenía la más mínima idea de lo que ella pudiese hacer, pero estaba seguro que algo haría. Me resulto casi imposible cortar los lazos con Rayo en movimiento. Así que me vi obligado a pararme con lo cual logré cortar las amarras inmediatamente. Me encontraba en una zona de sombra y me dedique a escuchar y mientras aproveché para soltar las riendas.
“Frente a mí, entre las plantas se estaba moviendo algo. En ese mismo instante a mis espaldas y no muy lejos, me llegó el ruido de muchos cascos, luego el cuerno hizo oír de nuevo su voz. Así que decidí dirigirme hacia el bosque. Luego cuando entré en un pequeño claro en medio de los árboles vi mover una sombra. Paré el caballo y observé atentamente ya con el cuchillo empuñado.
—¿Eduardo?— susurró una voz y en el claro avanzó Norah. Montaba un caballo negro como el mío, su yegua preferida. Espolee el caballo para ir a su encuentro. — Te estoy buscando desde hace más de una hora — susurró soplando su aliento cálido sobre mi mejilla. La abracé feliz.
—Suéltame Eduardo o nos matarán a los dos. Tenemos una pequeña posibilidad de salvarnos si hacemos lo que he planificado.
“Se liberó del abrazo y se quedó sentada en su silla mirándome. Yo soy capaz de ver bastante bien en la oscuridad y noté que se había mudado de ropa y vestía una falda pantalón y un par de botas que la protegían hasta las rodillas. En la cintura tenía una de esas cortas y pesadas espadas. Estiré el brazo y la tomé. Tenerla en mi mano me hizo sentir mejor.
—Apúrate, ven — espoleó el caballo a lo largo de la vía por la cual había venido.
“Yo la seguí sin hacer objeciones y pronto llegamos a las márgenes del bosque. Atravesamos una extensión arenosa y luego los caballos comenzaron a trotar por un camino en el cual no levantaban polvo. Atravesamos un arroyuelo y apenas lejos del ruido de la corriente, el silencio de la noche fue roto por otro estruendo, una mezcla de relincho y grito humano.
—Corre debemos poner a salvo nuestras vidas — susurró Norah. — Soltaron el Caballo de la Muerte.
“Dicho esto lanzó su caballo al galope y yo hice lo propio. De pronto el camino terminó, Norah paró su cabalgadura y reconsideramos nuestras posición. En ese mismo instante el cuerno sonó pero lanzó sonidos diferentes cortos y agudos y gritos salvajes se escucharon en la noche. ¡Nos habían descubierto!
“Norah lanzó su yegua al galope desenfrenado, Rayo estaba cansado pero seguía corriendo valientemente. De improviso Norah frenó su montura tan de repente que la yegua se encabritó. La alcancé y vi porque lo había hecho. Habíamos llegado muy cerca del ingreso del valle y delante de nosotros a menos de tres cientos metros se extendía una línea de fogatas alrededor de las cuales se movían muchas figuras formando un cordón frente a la capilla rural que ya conocía. Incluso desde aquella distancia, mirando los cabellos y las armas que tenían comprendí que era gente del mundo externo que había decidido entrar en el valle o, por lo menos, llegar hasta la capilla situada al ingreso del mismo para conmemorar el día de todos los santos.
“La muchacha estaba parada a una docena de metros de mí y miraba hacia algo que estaba avanzando lentamente. Ella lo había llamado el Caballo de la Muerte, y debo decir que por momentos parecía en verdad a un monstruoso caballo pero inmediatamente después semejaba a un cerdo enorme y deforme. Cualquier cosa que eso fuese no tenía lugar en el orden normal de las cosas. Sentí un frío terrible y tuve la sensación que el tiempo se había detenido. No podía ni moverme y tampoco hablar.
“Fue la querida amiga la que rompió el encanto. Solo Dios sabe lo que le costaría desafiar a una cosa como esa. Gritó algo que yo no logré entender. Probablemente usó ese idioma ancestral que usaban entre ellos, y levantó un brazo como queriendo golpear al monstruo. En ese mismo instante él saltó hacia la muchacha. Hubo una confusión de sonidos una suerte de zumbido que me atormentaba los oídos y de pronto se me nubló la vista.
“Cuando logré sacudirme, estaba doblado hacia adelante agarrado al cuello de Rayo para no caerme. Norah estaba tendida en el claro polvo del camino, a un par de metros de ella estaba su yegua también inmóvil. Alrededor no había más nada. Desmonté del caballo y cuando la levanté en mis brazos comprendí que estaba muerta como lo estaba también su yegua.
“Había mantenido alejada esa cosa del Más Allá para mantenerla apartada de mí y esa cosa había cobrado su precio. Sin embargo su rostro era plácido y sonriente. Norah parecía dormir.
Había una gran confusión de voces, como en un sueño. Al final me di cuenta que alguien me tocaba la rodilla y me estaba hablando con insistencia, era el párroco que me pedía que le entregara a Norah, cosa que hice como un niño obediente.
—Me ha salvado — le dije. — El Caballo de la Muerte la ha alcanzado. Era solo una muchacha y no podía luchar ella sola contra eso.
“Cuando el día siguiente me desperté en la cama de la casa parroquial el cura estaba a mi lado. Le pregunté dónde estaba Norah,
—Abajo, en el cuarto de huéspedes. Intento darle cristiana sepultura. Creo que se ha salvado.
—¿Qué le pasó a los otros? — pregunté. — ¿No se puede hacer nada por ellos?
Él me miró con calma.
—Murieron todos. Desde hace tres años queríamos hacer algo parecido. Esa generación infernal ha dominado esta zona desde los tiempos de la última dictadura. Gobernadores, diputados, generales todos del entorno de los Casadeval y todo el mundo a templar, y a tener miedo hasta para decir una sola palabra. — Hizo una pausa. — tampoco los muchachos se salvaron. Jóvenes y viejos están todos sobre aquel espacio detrás de la casa. Hemos recogido solo su ropa de la Casa Grande. Ahora hay un gran incendio… se está quemando todo, casa, bosques y todo lo que sea combustible. Está llegando la policía. Pero se han derrumbado varios puentes así que tardará algo para llegar.
“Di el último adiós a Norah y regresé a Los Teques. La policía jamás descubrió algo, y yo me mostré asombrado, igual que los demás, al enterarme de que una gran banda de narcotraficantes de Colombia había masacrado todos los miembros de una de las familias más conocidas de Venezuela y que habían logrado escapar. Se habló del asunto durante seis días luego todo se olvidó. Yo todavía llevo aquella pequeña cruz y ustedes lo saben.”
Todos quedamos en silencio, al fin y l cabo esta historia rebasaba la credibilidad humana y sin embargo… sin embargo.
Fin
Muchas gracias a Ermanno por esta historia y nuestros lectores recuerden votarpara El Desafío del Nexus con el botón compartir de facebook.
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