El primer relato del Desafío del Nexus de Marzo nos llega de la mano de nuestro amigo Guillermo Moreno que nos trae un excelente representante del Grimdark:
El Ascenso de la Serpiente
“Dijo Platón que los buenos son los que se contentan con soñar aquello que los malos hacen realidad”
Sigmund Freud
I
Una cacofonía de voces inundó el gran parlamento de Fuerte Lanza. El hecho de que este tuviese forma de anfiteatro solo servía para incrementar el barullo de los supuestos “Grandes de Fuerte Lanza y Vristenia” quienes luchando a viva voz y con gestos grandilocuentes trataban de elegir un nuevo Estarosta para la Ciudad.
En aquel momento los intereses particulares y las viejas rencillas estaban ganando fuerza, como una suerte de marea carmín se imponían al bienestar del pueblo. Aquellas disputas estaban causando gran consternación, y eso que quienes se encontraban reunidos en aquel lugar “tan sagrado” eran los senadores y no la Asamblea en su totalidad. La vieja sangre era la única, con derecho en toda la confederación vristenia, para elegir a un jefe de Estado.
Aquella batalla ya había superado el tiempo estimado, y se acercaba a la media tarde —todo esto con su respectivas pausas para el almuerzo, la infusión de la tarde o el vodka de la media tarde previo a la cena— y amenazaba con extenderse a la noche, y tal vez, si los Dioses no eran benevolentes, esta situación les tomaría varios días. Mientras tanto, el pueblo llano, presa de la incertidumbre, amenazaba con hacer de las suyas; y así habría sido si el Voivoda Yegor no hubiese dispuesto a sus hombres de forma estratégica por toda la ciudad para evitar cualquier tipo de alzamiento.
Con esta última idea en mente, muchos de los senadores debatían con toda confianza; se sabían y sentían seguros. Con aquella calidez que embargaba a sus espíritus, muchos se arrojaron al ruedo, con el pecho desnudo, el corazón dispuesto y las afiladas dagas que llamaban lenguas. Enceguecidos por esa aparente seguridad, no se percataron, hasta último momento, que los hombres del Voivoda tomaron el hemiciclo, para hacerle espacio a su líder que entraba como un conquistador de los de antaño.
Iba presto a la batalla, con una armadura de cuero, tachones y láminas de acero. Con un yelmo sencillo que cubría sus ojos azules, dejando al descubierto el resto del rostro, un escudo de cometa y una lanza. Tras él, venia cargado de cadenas un hombretón rubicundo y vestido con harapos.
— ¿Qué demonios está pasando aquí?— gritó uno de los senadores a viva voz para hacerse escuchar sobre el barullo. La acción del legislador dio resultado pues logró atraer la atención del Capitán del Pueblo y el Jefe de facción, quienes llamaron al silencio y exigieron al voivoda que explicase menudo atrevimiento.
—He venido ante este noble consejo— señaló el símbolo de la ciudad que se encontraba sobre el estrado: la red, el barco, el tridente y la lanza, todos ellos unidos por una serie de cuerdas— y los númenes que representan a traeros un presente…
—Voivoda, violentáis todas nuestras tradiciones, y empañáis la palabra sagrada al presentaros aquí armado y sin ser convocado— le atajó el Capitán del Pueblo.
—Es cierto, donde impera la ley las armas deben callar, no hay espacio….
—Para el canto de la Espada— intervino Yegor con una sonrisa— he venido a traerles un presente— entregó el escudo a uno de sus soldados, mientras otro le tendía las cadenas. Yegor las jaló con saña atrayendo hacia él al hombretón rubio, que vapuleado apenas se resistió— ante ustedes esta el azote de las costas vristenias, Yerrick, el sanguinario.
—Mi señor, vuestro regalo, podrías haber aguardado otro momento para entregarlo— soltó el mismo legislador, que con aquel grito inicial había sacado al senado de sus ensoñaciones.
—No, mí querido Otón. Este es el momento idóneo— volvió a jalar las cadenas, esta vez logró que el hombre cayera al piso— he capturado a este pirata harbión y con ello le he dado un fuerte golpe a la temporada de saqueos. Este era el perro mayor, y fuera de la…
— ¿Y acaso deseas una compensación por haber hecho el trabajo para el cual fuiste elegido?— soltó una voz sin rostro.
—En efecto, dado que lo he capturado os exhorto a que me propongáis para Estarosta… pues yo he ido más allá de mi labor y he capturado a este hijo de la tormenta…
— ¿Lo habéis capturado vos, seguro? No será mejor que digas: lo ha capturado Radoslav, el tullido. Radoslav, la serpiente.
II
—No tenéis nada a que temer, mi señor— le dijo Radoslav con su forma amable de hablar. Aquel tono de voz, y la forma como entonaba las palabras le recordaban a un padre o abuelo gentil.
—Aun así,…
—El plan irá como fue acordado. ¡No tenemos tres días haciendo esto!— era cierto, aquello le había tomado varios meses, se dijo Yegor, y no pudo evitar preguntarse ¿Cuánto tiempo tendría Radoslav trabajando en aquellas maquinaciones? En ese momento sintió escalofríos y la duda comenzó a empañarle el rostro—. Recuerda tu parte, si no te sales de ella nada pasara. Vas acompañado de tus hombres, además de los míos. Lo único importante es que derrotes al Sanguinario y lo captures vivo.
— ¿Cómo sabes que Yerrick mordió el señuelo?— Radoslav guardó silencio un momento, a Yegor le dio la impresión de que por fin había hecho dudar al líder de la compañía mercenaria conocida como Los Hermanos de la Serpiente.
—Los dioses me lo revelaron— soltó ameno, pero serio—De nuevo, no hay nada que temer, hay poco que perder y mucho que ganar.
—Sí, ya lo habéis dicho. Pero siempre me he preguntado ¿Qué ganareis vos?
—Quiero a Yerrick, nada más y nada menos.
—Pero… — Radoslav le interrumpió con un gesto, y Yegor prefirió no insistir. Era por todos sabido, que el mercenario odiaba a los harbiones con todo su ser. No había hombre en toda la confederación que los odiase tanto. Hasta donde él estaba enterado, Radoslav era superviviente de un asalto harbión. Uno decían que había perdido a su familia, otros a su mujer e hijos, y otros, los más atrevidos, que su honra. Lo que nadie sabía, con certeza, es cuál de las tres razones era cierta. Yegor decantaba por la primera, pues un odio tan intenso y denso solo puede ser de vieja data, solo se alcanza después de años de añejamiento.
—Le sacaré, a fuerza de palos, la ruta secreta para llegar a su isla. Una vez que sepa cómo llegar a la tierra de los harbiones, ajustaré cuentas en nombre de toda la sangre vristenia que esos perros han derramados. La puta de las tormentas no podrá detener mi ira.
Yegor se preparaba para replicar que aquello se trataba de un gesto loable, pero de nuevo el mercenario lo cortaba en seco, para señalarle que los barcos que se aproximaban.
—Indicad a los hombres en tierra que preparen el señuelo— ordenó a uno de sus hombres.
III
—Lo he capturado yo— rugió Yegor mientras se quitaba el yelmo—. Vuestra duda ofende, pero sé que tras tanta cizaña se esconde la envidia. Queréis ensuciar mi logro, porque mi plan tuvo éxito. Plan que vos adversasteis con vehemencia.
—Ha enloquecido voivoda.
—Nada de eso, Otón. Sé que estas molesto porque este año perdiste la oportunidad de implementar el impuesto de la cabecita: Una cabeza refugiada, un centavo. También porque este invierno toda la comida que pensabas vender a sobreprecio a los refugiados seguro se te pudrirá.
— ¿Habéis visto hermanos?— El aludido avanzó al voivoda. Yegor se mantuvo impertérrito ante el hombre de mediana edad que se le acercaba. Lo desafió con una gélida mirada, mientras oraba a los dioses que Otón alzara su puño contra él, pues esa sería la excusa idónea para darle muerte. En vez de ello, el senador hizo un gesto para espantar el mal de ojo—. Este desubicado de baja extracción, en vez de estar agradecido por el puesto preeminente que le dimos en su momento, se vuelve, como el perro malagradecido que es, contra la mano que le calmo el hambre y le quito el frio. No sabes nada, desgraciado. Eres un juguete.
—Todos los hombres somos juguetes en las manos de los dioses, y para mí ha llegado el momento de ser el preferido— replicó Yegor—. De nuevo os exhorto, nobles señores de Fuerte Lanza, dadme el puesto de Estarosta, el primero entre vosotros y yo pondré fin, de una vez por todas, a este azote—. Jaló con fuerzas las cadenas y arrastró al harbión por el suelo.
—El perro se cree digno de sentarse a la mesa de su amo— replicó otro senador.
— ¿Estáis seguro que sois el juguete preferido del Señor de la Luz y no una pieza en la partida de ajedrez que la Serpiente juega con la Fortuna?
III
<<Ese maldito está tocado por Garad>> pensó Yegor mientras que con sus hombres saltaba al navío de Yerrick. <<Debe ser cierto que es un demonio del inframundo, que nació de una bruja>> pensaba una y otra vez a medida que se abría camino entre los soldados harbiones; el capitán de aquel barco coincidía con la descripción del sanguinario pirata. Además los colores en la vela y los escudos de los marinos coincidían con las coloraciones del Sanguinario: carnación, dorado y sable.
Fuese lo que fuese, Radoslav había acertado en todo. Yerrick había seguido la coca mercante, hasta aquella villa a varias leguas de Fuerte Lanza ¿Cómo se llamaba? ¿Villa Paraíso, Villa Verde? y seguro mordió el anzuelo porque de alguna forma vigiló la ruta que aquella coca —y otros navíos de menor calado, pero con mayor velocidad que Radoslav había conseguido— tenia meses cubriendo de Piloforio al sur, pasando por Miramar y la villa. Seguro que en la mente del harbion se consolidó una idea: Esta ruta no está vigilada, esos barcos comercian muchos productos con el imperio de Lysan y la villa debe ser rica… pero sobretodo, debe estar poco defendida; al fin y al cabo los vristenios dejan el campo cuando la temporada de pillaje se acerca a finales del verano. Creen que somos cobardes, creen que somos perros a los que de tantos patearlos, han olvidado como pelear.
Aquellos eran los pensamientos que nublaron el entendimiento de Yegor y le permitieron concentrarse en su tarea. Ignoró a los hombres que luchaban a su alrededor, los soldados harbiones y vristenios que caían. Tampoco le prestó atención a la lucha que se estaba llevando en los otros navíos, que algunos ardían ya. Y, mucho menos, estuvo pendiente de la lucha que se estaba desarrollando en la villa. Lo único que sabía es que, él y sus hombres salieron en pequeños botes ocultos dentro de un promontorio cerca del puerto, que tomaron por la retaguardia a los barcos de Yerrick, una vez que este habían mandado a la mitad de sus fuerzas a tierra, y le estaban propinando una buena paliza.
El Sanguinario era rubio y muy alto, como la mayoría de los harbiones, pero eso no detuvo al moreno Yegor. Tampoco lo acobardó cuando su espada tuvo que hacerle frente al hacha del marinero; mucho menos se dejó afectar, mientras este rugía como un oso. Hombres de menor valía habrían retrocedido, pero no él, no el voivoda de Fuerte Lanza.
Su espada cantó y el siguió el ritmo, hasta el punto que el cansancio comenzó a hacer acto de presencia. En ese momento algo ocurrió, en los ojos de Yerrick hizo acto de presencia un extraño fuego, era como si el salvaje hubiese tomado un segundo aire ¿O lo había estado engañando todo ese momento? Esta última idea cruzó la mente de Yegor, y oscureció sus bríos. El pirata ahora tomaba la iniciativa y lo obligó a ponerse a la defensiva; el vristenio intentó hacer acopio de voluntad, pero no pudo. La fortuna ya no le sonreía.
Se preparaba para encontrarse con sus antepasados, cuando algo hizo tambalear al hombre. Yerrick cayó de rodillas, con un sonoro aullido de dolor, el cual fue acompañado por otro, cuando un nudoso bastón de roble le golpeaba con fuerza en la espalda baja.
—Está hecho— Yegor levantó la vista y se encontró frente a frente con Radoslav. En ese momento lo vio tal como era: un hombre no muy alto, con el cabello negro como una noche sin luna, una sonrisa ladina, una perilla oscura como la brea, y unos ojos verdes, que lejos de acompañar la calidez de sus palabras, rezumaban una frialdad inhumana. En ese momento comprendió porque todos lo llamaban la Serpiente—. Solo es cuestión de que pruebes esto, pequeñín— agregó mientras cubría el rostro de Yerrick con un pañuelo, y este perdía el conocimiento.
IV
—Me habéis hartado, Otón — hizo un gesto y sus hombres se dividieron, unos se acercaron al senador, mientras que otros amenazaron a los demás parlamentarios— Vosotros, comenzad a votar ya. No me obliguéis a repetir la instrucción.
A modo de respuesta Otón realizó el gesto apotropaico de nuevo. Esta vez tuvo una respuesta, pues como salidos del averno hicieron acto de presencia unos soldados. En cuestión de segundos, el hemiciclo se vio envuelto en una refriega, y Otón salía por la misma puerta secreta que sus hombres habían entrado.
Una vez que recuperó la compostura Yegor salió del anfiteatro, allí encontró a sus hombres y los de Otón en plena refriega, mientras que este último salía disparado, como alma que lleva Garad, hacia sus mansiones.
—Elegiste el mal, Otón. Si la sangre ha de correr, correrá—. Se volteó y se encontró a su segundo al mando— reunid a los hombres. Dejad un destacamento aquí, que los nobles senadores no abandonen el recinto, y si alguno intenta algo, matadlo. También dad la señal para que Los Hermanos de la Serpiente entre en la ciudad y se sumen al resto. Sitiaremos la mansión de Lord Otón.
V
La puerta de roble cedió por fin, salió disparada de sus goznes y se estrelló contra el suelo. Aquel sonido se le antojó hermoso a un demacrado y enloquecido Yegor, quien junto a sus hombres encabezó el asalto a la mansión de Otón.
Habían sido varias semanas ¿o meses? de asedio y luchas en las calles de Fuerte Lanza. Una pelea desesperada tras otra, que debió enfrentar solo. Los Hermanos de la Serpiente lo traicionaron alejándose de la ciudad; Nadie vino a su rescate, pero tampoco vinieron a ayudar a los nobles. Sin duda los tornadizos hombres de armas, habían creado un cerco invisible para que la batalla se limitara a los muros de la ciudad. Si bien repudió la traición, dio gracias a los mercenarios porque no dejaron que nadie más se inmiscuyera.
—Esta victoria será toda mía— se repetía una y otra vez mientras que recorría las salas de aquella mansión. Y vociferó a viva voz cuando llegaron a la sala principal. Tumbar aquella puerta de doble paño le resultó aun más satisfactorio que la primera, casi orgásmica. Se preparaba para replicar de forma ingeniosa a Otón, cuando se encontró con la escena más inverosímil.
Allí, en el centro de aquella sala, sentado en un sillón de respaldo alto se encontraba la Serpiente, con su bastón en mano y su sonrisa ladina. A su lado el gigantón rubio y bocón que lo acompañaba desde su tierna infancia, o eso decían. Y, a sus pies, un Otón encadenado, con claro signos de haber recibido la paliza de su vida.
— ¿Tu? ¡Maldito tullido!
—Yo— replicó con una sonrisa en los labios y la gélida indiferencia en los ojos— el tullido. Bueno, cojo… uno tiene la desdicha de cojear desde la tierna infancia, y la desgracia de vivir entre una cultura guerrera e inmediatamente te vuelves un tullido. Mal, pero mis piernas funcionan— se puso de pie con ayuda de su sempiterno bastón.
Rápidamente el guardaespaldas se ubicó al lado de Otón, como si desease proteger al noble.
— ¿Qué haces aquí? Tullido
—Te he traído un presente. Porque estoy orgulloso de tus logros.
—Lo tomaré, y luego me hare con tu cabeza. Decorara las almenas, cubierta de brea.
— ¿Crees que es Otón? Nada que ver. Es otra cosa. En cuanto a mi cabeza ¿Cómo la tomaras?
—Somos más
— ¿Seguro?— Yegor se preparaba para replicar que sí, cuando observó cómo algunos de sus hombres se volvían con rapidez contra sus camaradas, y con una eficacia asombrosa les daban muerte.
— ¿Decías?— el antiguo voivoda se preparó para atacar a la serpiente, cuando sintió la mordida del acero en sus piernas, y terminó hincando la rodilla—. Nosotros somos más. Y tu comportamiento es inaceptable.
—No deberías darle los presentes que trajisteis.
—Tienes razón Igor. Yegor es un malagradecido. “Perro que muerde la mano de su amo, solo merece la muerte”— a un gesto del cojo, los hombres lo tomaron por los brazos— aun así te dares los regalos ¿Quieres saber cuáles son?
Yegor negó con la cabeza, pero uno de los soldados le dio un golpe en la cabeza.
—Sí, lo deseo.
—El primero es este— se apartó de la vista de Yegor mientras hacia un gesto a Igor. El hombretón desenvaino su espada, y con un movimiento fluido y certero decapitó a Otón— se que habrías disfrutado más si tu hubieses rebanado su cuello. Pero créeme, no querrías, ni mereces tener su sangre en tus manos—. Volvió a tapar la vista del voivoda mientras desenvainaba su daga— el segundo regalo será una explicación ¿La quieres? Te la debo.
—Si— respondió para evitar un nuevo golpe.
—Verás, lo que pasó fue parte de un elaborado plan. Sí, siempre fuiste una pieza de ajedrez. Una medio insignificante, con una percepción distorsionada de sí misma. ¿Nunca te preguntaste porque apoyaba tus ambiciones. Tus aspiraciones y nunca exigí nada a cambio, salvo a Yerrick? Si, te lo preguntaste muchas veces. Antes de mi traición, seguro lo hiciste. Y, espero por el poco respeto que siento por ti, no te hubieses creído todo el cuento que te conté. Una vez que te traicioné, Seguro tuviste la respuesta. Pensaste que deseaba hacerme con el poder, y que os dejé para que vos y Otón se mataran entre sí, y yo me haría cargo del más débil ¿Cierto?— Yegor asintió y Radoslav sonrió— pues es una verdad a medias. Si deseaba que se mataran entre sí. Si daría cuenta del más débil, si establecí un cerco, pero nunca me fui, todo lo contrario, siempre estuve presente, y no deseo hacer con el poder. No, no me mires así. El poder para mi, a diferencia de ti, no es un fin… es un medio. Sí quiero vengarme, sí deseo llevar la guerra hasta los perros harbiones. Sí quiero quemar sus casas, matar a sus hijos, violar a sus mujeres y vender a sus hijas como esclavas a los perros perfumados de Sidonia.
>> Pero para eso necesito más poder y recursos de lo que me pueden ofrecer mis hermanos. Para esa tarea, que no es sencilla, hacen falta más patrimonios que los que pueda extraer de una región. Para mi venganza necesito toda la fuerza de una nación. Para llevar la muerte a los Hijos de la Tormenta, necesito toda la potencia de Vristenia. Pero también necesito una cosa, una sola cosa ¿Sabrás cual? Niegas, que tristeza, esperaba más de ti. Necesito que Vristenia tenga una sola voz, siendo una confederación, somos muchas voces, muchas voluntades a conciliar, muchas rencillas y viejas sangre, mucha anarquía. Y eso no es bueno cuando se trata de la guerra. Dime, Igor ¿Qué es lo que hace falta para hacer la guerra?
—Dinero, Dinero y más dinero— replicaron los hombres.
—Un solo comando, un solo ejercito y un solo pueblo— agregó Igor, a quien parecía no molestarle que sus hermanos se adelantaran.
—Para eso quería un Fuerte Lanza endeble, para tomarla. Y con ella proyectarme. Tenía un deseo parecido al tuyo, pero yo no quiero que unos nobles de rancio abolengo me acepten. No quería humillarlos al imponerme a la fuerza, no quería someterlos y obligarlos a ver cómo me bebo su vino, devoro sus vituallas y me follo a sus esposas e hijas. No, nada de eso. En vez de eso hare que ellos me ofrezcan todo eso, a lo único que los obligaré será a que cumplan mi sueño. Yegor, tu trajiste la anarquía, yo el Orden. Sí, yo te ayude y algunos lo saben, soy culpable; pero son pocas sus opciones. Todo, al final se reduce a elegir entre la barbarie y el orden que les ofrezco. Ya veras, yo seré salvador de Fuerte Lanza; y el Señor de Toda Vristenia.
—Estás loco… te pasará lo mismo que a mi.
—No— soltó sin perder la compostura— yo triunfaré donde tu fallaste… porque yo cuento con mis propias fuerzas. Vos te apoyaste en mercenarios y fuerzas auxiliares, te encegueciste, o tal vez te hiciste de la vista gorda, pensaste también que tus hombres eran fieles. Pues te diré que no…. Dos de cada uno de tus hombres, era un Hermano de la Serpiente. Los más disciplinados y eficiente. Y los más jovenes, y dispuestos, eran aspirantes. Nunca tuviste hombres, porque solo te interesaba el mando y la fama; la construcción de una imagen… en eso tengo yo culpa, no me mires así.
>> Como sea, yo no me he dormido en los laureles. Yo he hecho de estos hombres, mis hermanos. He comido lo que ellos comen, he dormido en el suelo con ellos, he libado con ellos, he sudado y sangrado con ellos… son sangre de mi sangre…. Son mis colmillos…. Y ascenderán conmigo hasta la gloria.
—Maldito loco. Maldito tullido.
—Pobre ingenuo. Te revelo mi plan maestro. Te educo para que no vuelvas a errar, pero no aprendes. No mereces el tercer regalo.
—Ya te dije Radoslav, no se los des.
—Tienes razón, hermanito. No se lo merece— con un movimiento rápido, propio del animal que le otorga su apodo, Radoslav, el tullido cercenó la garganta del Voivoda Yegor— duerme mi pequeño príncipe, sueña con tu amada Fuerte Lanza, de flores y miel. Sueña con los coños de las hijas de Vristenia… pues yo tengo que hacer…. Yo tengo un nuevo mundo que construir, uno que te perderás.
Radoslav observó como Yegor se desangró, en su rostro no se veía signo alguno de rabia o tristeza, solo frialdad. Con la parsimonia que le caracterizaba ordenó a sus hombres que saquearan todo y luego incendiaran la mansión, no sin antes solicitar las cabezas de Otón y Yegor.
—No puedo llegar al trono con las manos vacías— se le escuchó decir mientras partía hacia el centro de la ciudad, silbando una alegre tonadita.
Fin
Guillermo Moreno
Muchas gracias a Gurillermo por compartir esta historia con nosotros.
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