Más Allá de la Heliopausa – Primeros Encuentros

Así inicia Más Allá de la Helipausa, una historia que comienza con un personaje común, viviendo un acontecimiento sobrenatural

La ciudad se veía hermosa aquella mañana, los pájaros trinaban a medida que caminaba por el costado del parque.

Pero debo admitir que estaba un poco deprimido. Mi perro, que siempre me acompañaba a caminar había muerto una semana atrás, y en la noche anterior encontramos a mi gata muerta también. Sospechaba que era algo en la comida. Lamentablemente nunca podría probar nada adecuadamente.

A pesar de todo me obligaba a caminar y a ejercitarme para mantenerme activo. Ya había pasado por varios terribles cuadros depresivos en mi pasado, y no quería repetirlos, así que mantenerme en movimiento era una prioridad.

No obstante solía caminar por los mismos caminos por donde solía pasear con mi perro. El parque estaba solo, pero había muchas casas en las calles aledañas.

Me sorprendió el grito desesperado de una niña. Levanté la vista instintivamente, y lo que vi me dio un vuelco al estómago, y me paralizó de miedo.

Parpadeé varias veces atónito, incapaz de creer lo que mis ojos estaban viendo. O mejor dicho incapaz de entender siquiera lo que estaba viendo. ¿Qué era aquello? La niña pelirroja tirada en el piso, y un engendro que parecía hecho de puros dientes le mordía la pierna. ¿Qué animal era aquel? ¿Una cucaracha gigante? ¿Con dientes?…

Un segundo grito desesperado de la niña me sacó de mi estupor.

¡La niña! ¿Piensas dejar morir a la niña? Pensé en el momento.

Sin saber cómo ni por qué, corrí hacia la escena. Habían otras personas en las cercanías. Pero al igual que estuve yo momentos antes, se encontraban paralizados por el horror. Los comprendí perfectamente. ¿Entonces por qué me arriesgaba yo en aquella grotesca y absurda situación? No lo sé, debo admitir. ¿Quizá un instinto paterno? ¿No tenía yo también unas hijas? ¿Querría verlas morir a manos de aquella criatura dantesca?

—¡Déjala en paz! —Grité a todo pulmón cuando solo estaba a unos pasos.

La atención del monstruo se dirigió hacia mi. Soltó la pierna de aquella pequeña niña, y enfocó su mirada de múltiples ojos en mi, y arrancó a atacarme. Pero yo venía en loca carrera, y con una patada lo envié lejos. Y en ese momento ocurrió algo inverosímil, la criatura lanzó un quejido lastimero como el de un pequeño perro.

Mis ojos se abrieron grandes como platos.

¿Aquello era un perro? No, era imposible, totalmente imposible.

No obstante, a pesar de mi nerviosismo, conseguí enfocarme en lo que era verdaderamente importante.

—¡La niña! ¡Llévenla al hospital! ¡Rápido!

Mis gritos consiguieron sacar a los vecinos de la zona de su estupor, y alguien rescató a la niña del charco de sangre en el que estaba, la subió a algún vehículo, y salió disparado con ella.

Mientras tanto, yo tenía otra prioridad, ¿Qué era aquello? ¿Qué era aquella monstruosidad?

Me acerqué lentamente, verdaderamente, lo había lanzado lejos.

¿Estaba muerto?

Conté…

Tres, cuatro, cinco, seis patas llenas de un pelo corto y marrón. Tres bocas de diferente tamaño y con dientes creciendo en todas direcciones. Demasiados ojos para contar. Y dos pares de alas como los de un insecto.

Yo no era ningún experto en biología, pero algo había estudiado en mi juventud. Y aquello no tenía sentido, no tenía ni el más mínimo sentido.

¿Qué era aquella cosa? ¿Un engendro escapado de algún laboratorio? Pero rápidamente comprendí que ninguna ciencia que conociéramos podría dar como resultado aquel engendro. Y entonces la comprensión me golpeó como un tren de carga; estaba en presencia de un hecho sobrenatural. Aquella cosa no había sido producida por los fenómenos de este universo.

Mi corazón dio un salto al comprender, y en mi mente se formó una palabra clara:

“Infernal”.

Como percibiendo mi terror la criatura recobró la consciencia y brincó sobre mí. Pero de nuevo actuando de forma casi automática, la estampé contra el suelo con mi pie. Una sangre rojiza, negruzca, cubrió mis pantalones casi hasta la rodilla. Y allí en medio de la calle se encontraba lo que parecía ser una grotesca ensalada de chihuahuas, cucarachas gigantes, y serpientes.

La monstruosidad estaba muerta sin ninguna duda. Pero entonces, ¿por qué no sentía que había pasado la amenaza? Aún me sentía asustado y al borde de una crisis nerviosa.

Alguien me estaba observando, me volteé y en efecto los vecinos de la zona habían salido a revisar ¿Qué había sido todo aquel escándalo? Y por supuesto, todas las miradas se posaban en mi y en el desastre incomprensible que tenía a mis pies. Pero la amenaza no venía de ellos, había algo más.

Quizá por la intensidad de la mirada los descubrí. Allá en la esquina del parque, entre las hojas secas y las briznas de hierba. Dos ojos mirándome directamente y sin parpadear.

Sin poder evitarlo comencé a acercarme, cada vez más rápido, todavía chorreando la sangre del monstruo.

A medida que me acercaba podía verlo con más claridad, dos grandes ojos, ojos humanos, como a 20 centímetros del suelo, ocultos entre la vegetación del parque, sostenidos por un par de pequeñas patas como los de un perro o algo similar.

—¡¿Qué eres tú?! ¡¿Qué se supone que son ustedes?! ¡¿Qué son ustedes?!

Y cuando ya casi estaba sobre ellos, los ojos desaparecieron súbitamente. Desesperado di una vuelta alrededor del lugar donde los vi por última vez. Pero no logré encontrar nada.

¿Me estaba volviendo loco?

—¡¿Ustedes los vieron?! ¡¿Vieron los ojos?! —Le pregunté a los vecinos, que asustados apenas se atrevían a salir de sus casas.

Pero antes de que ninguno me pudiera responder, se escucharon sobre nuestras cabezas, unas risas terribles que nos helaron la sangre.

Persignándose y exclamando oraciones a la Virgen de Coromoto, los vecinos se precipitaron al interior de sus casas.

Confieso que en el momento tuve todo el deseo de huir a la carrera también. Mi propia casa no estaba demasiado lejos. Pero una vez terminaron la risas, sentí que la amenaza había pasado.

Intenté regresar a donde había dejado los desechos del primer monstruo. Pero no encontré nada. Incluso las gotas de sangre que había dejado atrás al correr habían desaparecido.

No obstante mis zapatos y mis pantalones todavía estaban cubiertos del asqueroso líquido. Me limpié con algunas hojas secas del parque. Pero una intuición me dijo que aquella era la única prueba que tenía de que aquello había ocurrido realmente alguna vez.

Me alejé del lugar de regreso hacia mi casa, deseando fervientemente no volver a saber nada de todo aquello. Pero con la sombría predicción de que mi deseo no se cumpliría.

Considerar que me había vuelto loco, estuvo entre las opciones. Pero ese mismo día y los días subsiguientes los medios y las redes sociales explotaron con múltiples acontecimientos de las criaturas y el daño que habían hecho.

Una de las cosas que más me asombró fue que no fue un hecho aislado de Barquisimeto, o de Venezuela siquiera. Se trataba de un fenómeno mundial. Desde Finlandia hasta Argentina.

Para despejar aún más las duda, no solo habían testigos presenciales, sino que incluso habían videos de las criaturas atacando a personas inocentes, y además también podían verse desaparecer en medio de la nada.

Por supuesto las especulaciones estaban a la orden del día. La gente pensaba que se trataba de algún monstruo bíblico del fin de los tiempos, o de algún desastre salido de un laboratorio. Justo como había pensado yo. Pero después de enfrentar a una de aquellas criaturas frente a frente, no me cabían dudas que aquello no podía ser natural en ninguna forma. Aunque debo admitir que la opción religiosa tampoco me convencía.

Mentiría si dijera que no me invadió el miedo, y la ansiedad durante aquellos días. Pero intentaba aparentar cierta calma frente a mi familia para no hacer las cosas peor.

Mi esposa Christina, y nuestras dos hijas estaban aterrorizadas, y no se podían creer que yo me había enfrentado a una de aquellas criaturas.

Resultó que en medio de todo corrí con suerte. Había recuentos en donde la gente se enfrentó con grupos de cinco y seis de aquellos monstruos en ciudades como Shanghai, Lagos y Mumbai. No quiero ni imaginarme la magnitud del horror en tales circunstancias.

En mi casa las chicas decidieron no volver a salir hasta que se aclararan las cosas. Yo intenté ejercitarme en el patio por un tiempo. Pero podía sentir la depresión y la ansiedad acumularse en mi cerebro gracias al encierro.

Una mañana me encontré de nuevo en la calle. Mis niñas me miraron asombradas, pero no abrieron la boca. Mi señora en cambio no se limitó demasiado. Me etiquetó de demente para arriba. No estaba demasiado lejos de la verdad, he de admitir.

En la puerta del edificio me encontré con uno de mis vecinos que también iba de salida.

—¿y qué piensas hacer si te encuentras con otro bicho de esos? —Me preguntó.

—No lo sé, pero al menos ahora voy armado. —Le mostré el par de cuchillos que había afilado la noche anterior.

—Bien pensado —me dijo y del interior de su chaqueta sacó un pequeño revolver—. Era de mi abuelo, nunca pensé en usarlo, pero en este caso…

Nos despedimos asintiendo silenciosamente.

La ciudad estaba vacía, era un miércoles a pleno mediodía, pero por el silencio parecía un domingo de madrugada. Mis pasos resonaban sobre la acera. Los pocos vehículos que recorrían la avenida Morán, iban lentamente y sin armar demasiado escándalo. Hasta los pájaros se habían tomado vacaciones aquella tarde.

No es de extrañar que mis pasos me condujeran al lugar de los acontecimientos. Solía visitar aquel parque con frecuencia, y por supuesto deseaba revisar todo lo ocurrido aquella mañana.

Me aproximaba a los arbustos en donde vi desaparecer a los ojos, cuando un sujeto se me acercó.

—Buenas tardes señor, disculpe. ¿No fue usted quien mató al monstruo días atrás?

—Sí, ¿usted era uno de los vecinos de la zona? ¿Lo presenció todo? Una completa locura ¿no es cierto?

—Totalmente —se llevó la mano a la cara—. Y queremos darle muchas gracias, nosotros, toda la gente de aquí. Pero especialmente el padre de la niña, el señor Enrico Tadeus —Me miró haciendo énfasis en el apellido, sin embargo yo en mi infinita ignorancia no tenía ni idea de quien era aquel señor, ni el significado de su apellido.

—Siempre a la orden, y dígale que yo también soy padre.

—No usted no entiende, el señor Tadeus —y volvió a hacer énfasis en el apellido—. El presidente de la corporación Tadeus, quiere agradecerle en persona. —Y me hizo el gesto clásico frotando los dedos que quería significar dinero.

Pero en mi vida había escuchado yo sobre la tal corporación, y no iba a cobrar por un acto que hice casi por instinto.

—No amigo, dígale que no se preocupe, no es necesario ningún tipo de agradecimiento, lo que hice, lo hice como padre. —Y procedí a marcharme del lugar.

—¡No no no! Usted no entiende, si no le interesa el dinero, entonces hágalo por mi, me han prometido una recompensa si consigo hacer que usted se presente ante el Señor Tadeus, suficiente dinero como para alimentar a mi familia por una semana. Quizá para usted no sea la gran cosa, pero no le negaría a mis hijos el alimento ¿o si?

Ciertamente la situación lucía un tanto descabellada. Pero ¿no se había enloquecido todo desde el momento en que aparecieron aquellas criaturas?

Desde afuera las oficinas de la corporación Tadeus no aparentaban mucho. Un modesto edificio de tres o cuatro pisos en el centro de la ciudad. En cambio por dentro podía observarse una enorme sofisticación en la distribución del mobiliario, la selección y orientación de la iluminación, y hasta en los uniformes del personal.

Parecía como si hubiese salido de Barquisimeto y cruzado a las oficinas de la sucursal de alguna megacorporación en California, Tokyo o Nueva Delhi.

Imaginé que nos harían esperar en la recepción por una eternidad, pero mi acompañante de seguro tenía amigos en las altas esferas pues entramos de inmediato.

Me llamaron la atención dos cosas. Primero nadie requisó el par de cuchillos que llevaba en mis bolsillos (debían sentirse tremendamente seguros, o eran muy inocentes). Y segundo el elevador no nos “elevó” a ningún lado, sino que comenzó a descender a una multitud de sótanos.

No tenía ni la más mínima idea que en mi humilde ciudad había un edificio con “Sótano 7” de hecho debo admitir que me puso algo nervioso.

Al salir del elevador, nos encontramos con una multitud de hombres y mujeres de diferentes edades, con la mayoría uniformados en colores claros, grises y azulados. Todos estaban de pie mirándome con los ojos muy abiertos.

Mi acompañante dio un paso a mi lado y apuntándome con un ademán, declaró:

—Damas y caballeros, ¡el héroe de la Moran!

De inmediato todos comenzaron a aplaudir y muchos incluso se atrevieron a acercarse y estrechar mi mano.

A mi lado se plantó un hombre, calvo, bastante moreno, con un rostro receloso y vestido casi por completo de blanco, que no paraba de estudiarme detenidamente.

Yo aún no salía de mi asombro y apenas podía articular palabra. Pero eventualmente la multitud se fue calmando y recobraban lo que parecía un ritmo de trabajo más habitual. No obstante el hombre de blanco no se apartaba de mi lado, y fue el último en estrechar mi mano y presentarse.

—Mi nombre es Enrico Tadeus, es un gusto conocerle. Y le agradezco enormemente lo que hizo por mi hija.

—Soy Roberto Fernandez señor Tadeus, me complace haber podido ayudar a su niña. Lamento no haber podido reaccionar con mayor celeridad. —Me toqué el pecho un tanto avergonzado—. Pero esas criaturas ejercieron en mi una suerte de miedo irracional que no puedo explicar.

—¡Ja! Que curioso que lo mencione, pero vamos a conversar a mi oficina.

Antes de entrar a la oficina observé que le entregó un jugoso fajo de billetes al vecino del parque quien me había convencido a venir. Al menos sé que se fue contento.

—¿Cómo sigue su hija? ¿Qué dijeron los médicos? —Le pregunté mientras me guiaba a la oficina.

—Siguen haciéndole estudios —me miró con ojos preocupados—. La mordió una cosa que no entendemos, mis médicos no se quedan tranquilos. Pero al menos ya recuperó la consciencia, y dicen que en pocos días recuperará el andar. Aunque las cicatrices requerirán una multitud de cirugías, lamentablemente.

—Cuanto lamento no haber actuado con mayor celeridad.

—Le salvó usted la vida que es lo esencial, las cicatrices pueden sanar.

La oficina resultó menos ostentosa de lo que esperaba, y también más moderna. En el escritorio principal ni siquiera observé una pantalla formal, en cambio detallé que usaba un diminuto dispositivo de realidad virtual que nunca antes había visto.

No obstante no nos dirigimos a ese escritorio, sino a un espacio más informal con unas poltronas, una mesa bajita, y un sofá amplio. Detrás estaba iluminado por un enorme ventanal que daba a la ciudad. Y de pronto recordé que estábamos en el “Sótano 7” ¿Entonces aquello era una enorme pantalla?

—Es usted detallista según veo —me dijo notando mi perpleja mirada—. se trata de una proyección de unas cámaras en el tope del edificio. —Atravesó su mano en el haz del proyector para demostrarme, solo entonces se rompió la ilusión. Tomamos asiento.— ¿Puedo ofrecerle algún trago?

—No bebo ni café —le dije con una sonrisa intentando no parecer pedante.

—¡Ja! No deja usted de sorprenderme señor Fernandez. ¿Puedo llamarlo Roberto?

—Por supuesto —Aquel era un hombre unos diez años más joven que yo, si prefería dejar caer la formalidad, ¿Quién era yo para imponérsela?

—Entonces llámame Enrico por favor Roberto, y ¿prefieres un jugo? ¿Un té? ¿Un refresco?

—¿Puedo pedir un chocolate? —Estaba intentando juzgar la opulencia de la corporación. No es que el cacao fuese un gran lujo, pero su precio no había parado de subir en los últimos años.

—Será un placer —Murmuró algo a un botón de su chaqueta, y casi al momento una ayudante apareció por un rincón y comenzó a preparar los refrigerios. —Cuéntame sobre ti ¿Quién es Roberto Fernandez?

—Soy un aficionado a las redes sociales que hace dinero promocionando a diversas empresas.

—¿Eres un influencer entonces?

—No precisamente, no utilizo mi imagen, sino que administro los recursos de las propias empresas para que desarrollen y mantengan una presencia positiva en las redes sociales, y en la Internet en general. Podríamos describir mi trabajo como marketing de redes sociales en esteroides.

—Oh te entiendo, ¿y es un buen negocio?

—En un principio lo fue, en la actualidad las redes sociales se han cerrado bastante, y las ganancias han disminuido considerablemente.

—Lamento escuchar eso.

—Y ¿Cuál es el negocio de la Corporación Tadeus? —Pregunté.

—¡Ja! ¿Cómo explicarlo? Hmmm, antes de la burbuja de las criptomonedas se me ocurrió la peregrina idea de crear un clon de Ethereum, una de las principales criptomonedas del momento.

—La conozco, ¿y le fue bien a ese clon? Creo que no he escuchado nada de eso.

—Pues durante la burbuja un par de peces gordos decidieron inflar mi moneda hasta la luna, yo vendí todo cuando el precio estaba en las nubes, y conseguí un montón de dinero. Así que digamos que en el momento me puedo dar el lujo de jugar con un montón de opciones. Bienes raíces, ingeniería genética, inteligencia artificial, y un largo etc. Estoy sacando un poco de dinero de todas partes.

—¡Felicidades! Me encanta saber que la gente está triunfando en esta ciudad.

—Barquisimeto ha visto tiempos mejores sin duda, no creo poder levantarla yo solo. Pero se hace lo que se puede. —Se notaba que era un tema que lo contrariaba—. Pero vamos al grano. Hay algo que me intriga, ¿Cómo fuiste capaz de acabar con aquella criatura?

—Una vez conseguí sacudirme del miedo, fue relativamente fácil, las criaturas no era demasiado fuertes.

—¡¿LASSS CRIATURASSS?! ¿Así en plural? ¿Pensé que había sido una sola? —Se puso de pie.

—Sí, primero la criatura que destruí, y escondida entre la vegetación del parque también descubrí un segundo monstruo que era solo un par de ojos con unas pequeñas piernas. Pero desapareció en la nada antes de que pudiera acabar con él también.

—Nadie más me mencionó a la segunda criatura —Caminaba con énfasis de un lado al otro de la oficina. Se notaba molesto de no estar al tanto de todos los detalles.— Pero me distraigo del punto, lo que en realidad quiero saber, es ¿Cómo te “sacudiste del miedo”?

—Bueno, en el primer momento quedé paralizado, pero el grito de tu hija me sacó de aquel estado, y recordé que yo también tengo un par de hijas.

Enrico se llevó una mano a la frente, se detuvo detrás de la poltrona y me miró con ojos asombrados.

—Por supuesto, tú no lo entiendes.

—¿No entiendo que?

Procedió a sentarse nuevamente y miraba a todos lados como intentando encontrar las palabras.

—Durante el ataque de las criaturas, yo estaba de viaje de negocios en San Salvador.

—La capital de Salvador, continúan los negocios con criptomonedas según veo.

—Por supuesto. El caso es que me encontraba en la calle cuando aquellas monstruosidades surgieron de la nada. Y TODA la calle se paralizó, el terror era palpable. De inmediato comenzaron a devorar a un desafortunado, allí mismo ante nuestros ojos, y NADIE hizo nada, nadie pudo hacer nada. Luego comenzaron a atacar a una pobre anciana. Y recuerdo claramente que me decía que debía hacer algo que era indispensable que hiciera algo. Pero el miedo me paralizaba. Incluso recuerdo pensar que sí, la apariencia de aquellas criaturas era terrible en verdad. Pero no lo suficiente para hacerme sentir aquel temor. Y a pesar de eso, no conseguí reaccionar, nadie lo consiguió. —Me miró a los ojos como esperando una respuesta, pero yo no tenía ni idea de qué decir—. ¿Eres consciente que estás entre las muy pocas personas que fueron capaces de reaccionar?

—No tenía ni idea, he visto un montón de noticias en los medios. Pero ninguna menciona ese detalle.

—Quizá porque se enfocan en los acontecimientos de las grandes capitales, que fueron auténticamente desastrosos. No obstante hubo algunas pequeñas ciudades como la nuestra en donde también ocurrieron momentos terribles. Pero hemos localizado otros dos casos aparte del tuyo, de gente que fue capaz de reaccionar, y salvar vidas ¡como tú salvaste a mi hija!

—Sinceramente, no tengo idea de cómo lo hice. —le dije con sinceridad.— Tenía miedo sí, pero tenía más miedo de que tu niña sufriera más daño. El único detalle que se me ocurre es que quizá reaccioné diferente porque soy autista.

—¿Eres autista? No pareces autista.

—Tenemos que quitarnos de encima aquella visión antigua del autismo. Hoy en día el “espectro autista” abarca a una amplia variedad de personas. De hecho me atrevería a decir que es una etiqueta demasiado amplia que necesita definirse mejor, y quizá dar origen a un montón de nuevas definiciones.

—Interesante, no sabía eso. Pero ¿por qué piensas que el autismo te ayudó a superar el miedo cuando los otros no pudieron hacerlo?

—No es que el autismo me haga más valiente ni nada por el estilo. Pero en efecto los autistas solemos tener una visión de las relaciones sociales muy distinta a los demás. Pienso que quizá eso me ayudó a reaccionar mejor al peligro que estaba sufriendo tu niña. ¿Una reacción más instintiva? ¿Más primitiva? No creo haber estado haciendo muchas reflexiones en el momento.

—No tengo ni la más mínima idea, pero es una pista, es la mejor pista que tenemos en el momento. —Volvió a ponerse de pie—. Estudiar todo esto puede costarme un montón de dinero, pero me parece prioritario.

—¿También piensas que podría repetirse un nuevo ataque?

—Estoy casi seguro de ello, sea lo que sea debemos estar preparados.

—Bueno pienso lo mismo y en ese caso creo que podría volver a ayudar. Tengo un par de botas y un pantalón empapados en la sangre de estas criaturas en un refrigerador en mi casa…

Se me quedó mirando con la boca muy abierta.

Huelga decir que me contrató bajo unos excelentes términos.

Mi familia y yo nos mudamos a un nuevo complejo habitacional, más lujoso. Se supone que también más seguro. Pero bajo las circunstancias del momento no sentía que nada fuese seguro.

Mi trabajo principal era el de proveer seguridad. No obstante dado que no teníamos ni idea a lo que nos estábamos enfrentando, me dedicaba a entrenar.

Dado que que la mayor fortaleza de nuestros enemigos se encontraba en su habilidad para provocar nuestro miedo. Mi entrenamiento se centraba en desensibilizarme del miedo.

Nunca en mi vida analicé mis propios miedos en tanta variedad, y en tanta profundidad.

También conocí a algunos de los otros “héroes”, quienes se habían enfrentado a las criaturas y habían podido reaccionar al igual que yo.

No soy un experto en psicología, pero mi primera impresión fue que los chicos también eran autistas en mayor o menor medida. Por supuesto el autismo se ha convertido en un espectro muy amplio, y lamentablemente el estigma todavía existía, así que no podía preguntar con suficiente libertad para estar más seguro.

Algo que me sorprendió fue la presencia de nuestro contratista, el señor Enrico Tadeus, quien no estaba allí solo para supervisar nuestros entrenamiento, sino también para someterse a él.

Mentiría si digo que fueron tiempos agradables, pero tampoco fue el infierno. Era difícil, encontrarse con un nuevo susto en cada vuelta de esquina, en cada momento momento del día.

Tadeus incluso convenció a mi esposa para que me diera un susto de muerte en nuestra propia habitación. En el momento me lo tomé bastante a mal, y me molesté mucho. Pero poco a poco fui entendiendo que era necesario.

Casi sin darme cuenta el “respira profundo y cálmate” se me convirtió en un mantra subconsciente.

El siguiente ataque ocurrió de manera similar al anterior.

No encontrábamos entrenando nuestra puntería y el uso de armas en general, cuando escuchamos la alarma. Los chicos que me acompañaban (todos unos 20 años más jóvenes que yo), pensaron que se trataba de otro simulacro. Pero yo no estaba tan seguro.

Ya estábamos en uniformes así que corrimos hacia los helicópteros. Cuando las máquinas despegaron supimos que de simulacro no había nada. Pude notar el nerviosismo en el rostro de mis compañeros de inmediato. Empecé a respirar profundamente de manera muy visible. De inmediato comenzaron a imitarme.

Nuestro principal acuerdo con Tadeus había sido que Barquisimeto sería prioridad. En esta ocasión el ataque no fue en alguna urbanización, sino en pleno centro de la ciudad. A medida que los vehículos se aproximaban podíamos notar el absoluto caos.

Salté del helicóptero al techo de uno de los pocos edificios bajos de la avenida 20. La avenida comercial de la ciudad. A nuestros pies la gente corría despavorida y exclamando alaridos de terror. Pero ni idea de donde se originaba el desastre.

Bajamos de los techos con cierta facilidad y nos pareció que la mejor idea era correr en dirección contraria a donde huía la mayoría de la gente.

Las calles se estaban vaciando con asombrosa rapidez. Por supuesto sabíamos que las criaturas inspiraban temor. Pero también se sumaba la angustia y la ansiedad acumulada por meses. No era de extrañar la reacción de la gente.

Íbamos en un trote suave por unas calles absolutamente silenciosas. Era tan extraño escuchar nuestros pasos en aquellas esquinas habitualmente tan bulliciosas.

Una mujer que venía corriendo a trompicones al voltear una esquina nos advirtió:

—¡Lo está matando! ¡Lo está matando!

—¡¿Dónde señora?! ¿Donde?

—Ahí a la izquierda —No se detuvo, pero siguió diciendo—. Tengan cuidado ¡es enorme!

¿Enorme? ¿Cómo enorme? ¿El miedo la estaba haciendo sacar aquello de proporción?

Y entonces lo vi, si, era enorme. Una horrenda cruza entre un tigre, una araña y un komodo, tenía ojos por todos lados, además de garras y dientes al por mayor.

Sentí que el corazón me desfallecía, y el rifle casi se me cae de las manos. Pero entonces recordé todo mi entrenamiento.

Respira profundo y cálmate.

Me aferré al rifle y disparé. Por supuesto en cuanto la bala lo golpeó, el monstruo abandono a su presa y se lanzó hacia mi. Pero yo no paré de disparar.

Cuando pensé que terminaría por alcanzarme antes de morir, lo vi caer a mis pies.

Mire a mi alrededor y me di cuenta que mis compañeros de armas no habían hecho un solo disparo. Estaban de pie allí con los ojos muy abiertos, pero paralizados. No los culpé. Pude entenderlos completamente.

Pero antes de que pudiera decirles nada, observé que en la siguiente calle, venían otras dos criaturas, tan horrendas o incluso peores que la anterior. comencé a disparar de inmediato, pero me quedó claro que al igual que la primera vez, apenas podría encargarme de una de ellas. La otra me alcanzaría.

—¡Respiren profundo y cálmense! —les grité a mis compañeros con todos mis pulmones—. Ya nos deshicimos del primero, podemos acabar con otros dos.

Fue como si aquello los hiciera salir del trance, y de inmediato comenzaron a disparar junto a mi, y así conseguimos eliminar a los nuevos dos monstruos.

Pero igual que en la primera ocasión, la sensación de amenaza no pasaba. Pero esta vez ya sabía lo que estaba buscando. Miré a mi alrededor y no costó encontrarlos, un par de ojos enormes sobre unas extrañas patas, observándome desde lo alto de una terraza.

Apunté con cuidado y lo volé en pedazos.

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Lobo7922

Creador de La Cueva del Lobo.

Desde muy joven me sentí fascinado por la Ciencia Ficción y la Fantasía en todas sus vertientes, bien sea en literatura, videojuegos, cómics, cine, etc. Por eso es que he dedicado este blog a la creación y promoción de esos dos géneros en todas sus formas.

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