Una nueva participación para nuestro Sexto Concurso de Relatos de parte de la autora Mexicana, Gloria Fernanda Angel Spanopoulos también conocida como «FERAS G».
Doble
Una sirena policíaca me despertó abruptamente, del sueño ó estado de inconsciencia en el que me encontraba. Una humedad irregular cubría parte de mi cuerpo mezclándose con la usual humedad del sudor y un poco de agua que, seguramente, provenía de algún alcantarillado.
Era noche y casi no podía ver, pero estaba seguro de que aquel lugar en el que había despertado era un callejón.
Él había salido de nuevo.
“¿Hasta cuándo?”, pregunté a la nada mientras me levantaba del frío asfalto.
Las sombras daban protección y abrigo al pecado marcado en mis ropas y mi carne.
La sirena disminuía y aumentaba su sonido. Seguramente, estaban recorriendo las calles aledañas.
Para mí, todo sonido era lejano. Me sentía, nuevamente, ajeno al mundo.
El eco de mis pasos era un constante retumbar en mis oídos. Me parecía sorprendente lograr escucharlos a tan alto volumen. ¿Un juego de mi cerebro? No, una broma suya. Una burla que hacía hervir mi sangre.
Podía ver su sonrisa. Esa sonrisa que tantas ganas tenía de borrar a golpes. Pero no podía. Simplemente, no podía.
La impotencia es un arma vil.
Entré al edificio viejo en el que se hallaba mi departamento aún oyendo la sirena policiaca. Nadie se percató de mi estado. Nadie se percató de mi llegada.
Me adentré a mi departamento sintiendo que iba directo al infierno. Mi propio infierno.
Todo espejo u objeto en el que pudiera darse un reflejo estaba cubierto con periódico ó pintura. En las ventanas colgaban gruesas mantas que no permitían la entrada de ningún tipo de luz. Algunos papeles estaban desperdigados por el área del lugar; otros, se apilaban recargados en una pared o un sillón. El aspecto del lugar podía dar la impresión de una terrible falta de higiene, pero eso no pasaba. Fuera de lo descrito, el lugar estaba limpio y ordenado. Eran virtudes mías de las que me sentía enorgullecido.
La cálida luz amarilla del bombillo que iluminaba gran parte del lugar, me abrazó dándome la bienvenida y consuelo. Él conocía mi desgracia.
Caminé directamente, a la ducha dispuesto a cumplir otra rutina de lavado minucioso. Otro encubrimiento.
Quité mis ropas y las metí en una bolsa de basura evitando poner la menor atención posible. Hacerlo significaría meses de pesadillas y noches en vela.
Coloqué el corcho en el agujero del desagüe del lavamanos y encendí la llave. El agua comenzó su apoderamiento del volumen. Una pequeña inundación que traía recuerdos viejos a mi mente.
Su rostro tomó lugar frente a mis ojos. La sonrisa burlona seguía presente.
—Hola, hermano—, pronunció.
—¿Qué quieres?— Exigí saber. Siempre hacía la misma pregunta, pero jamás obtenía la respuesta que deseaba.
—Sólo quería darte las gracias por dejarme salir esta noche. Fue muy generoso de tu parte—. Su tono de voz hacía hervir mi sangre.
—¡¿Por qué no me dejas en paz!?
—Tampoco es placentero para mí tener que compartir cuerpo, pero la mediocridad de nuestros padres no les permitió hacer más.
Arrojé un golpe al agua intentando, inútilmente, hacer a mi reflejo viviente desaparecer.
Una risa grave me indicó la despedida.
¿Cuándo regresaría? No lo sabía. Nada era claro. Nada era cierto cuando se trataba de él.
El usual ruido de la ciudad parecía una tranquila melodía. Era relajante.
La sirena de policía seguía siendo audible. Cada vez más lejos.
Me dormí abrazando un puñado de papeles que se apilaban en un sofá. La cálida luz amarilla del bombillo, me abrazó.
La luz de la mañana cubría mi rostro. Me recordaba todas las veces que me quedaba bajo los árboles, cuando era niño, sólo para contemplar los matices de colores que provocaba el sol al pasar entre los follajes.
No me percaté de que me había perdido en mis recuerdos, hasta que sentí la cátsup de mi hamburguesa escurriendo por mi barbilla. Solía pasarme muy seguido. Él lo sabía.
Un día de campo escolar podía fácilmente, terminar en un homicidio.
¿Una condena?, ¿un castigo? No lo sabía.
“Existen ciertos casos en los que dos cigotos fecundados se fusionan, originando un feto con dos cargas genéticas diferentes. La fusión puede presentarse en forma de un miembro extra, una protuberancia ó una doble personalidad. Dos personas con diferentes características comparten un solo cuerpo. Un hermano vive dentro del otro.”
Estar “atento” no sirve de nada cuando tú eres tu agresor.
Me levanté del sillón clasificado como mi “lugar de siempre” para comer. Al menos, en aquel restaurante.
No confiaba en cocinar yo mismo desde la vez en que casi soy envenenado por mi querido hermano. Para evitar situaciones como ésa, preferí acudir a restaurantes no muy costosos para suplir mi necesidad alimenticia.
La camarera con el gafete que decía “Jeannette” se acercó para recoger mis sobras y cobrar la comida que había consumido. Me dirigió una tímida sonrisa que devolví gentilmente, provocando que sus mejillas se sonrojaran ligeramente. Era la nueva camarera.
No presté más atención que la necesaria.
Si mi situación hubiera sido diferente, la hubiera cortejado, hubiera pedido su número y quizá hubiéramos salido un par de veces. Pero mi situación no era diferente.
Vi su sonrisa cobrar vida.
—Lamento decepcionarte, pero aquella chica es indiferente para mí—, me adelanté a decir.
—Jeannette…—, lo escuché repetir dentro de mi mente.
Nuevo día. Nueva oportunidad… ¿A quién engaño? Sólo era el comienzo de otra cuenta regresiva y, ésta vez, algo me decía que las cosas serían diferentes.
Mientras caminaba para llegar a mi trabajo, la voz del vendedor de periódicos se abrió paso entre los demás sonidos de la vida cotidiana. Para él, sólo era una estrategia de publicidad. Para mí, pregonaba mi vergüenza.
Preferí seguir mi camino sin prestar atención.
“La policía sigue buscando al culpable…”, escuché.
Aunque me doliera tener que aceptarlo, haría lo que fuera para que nunca lo encontraran.
Un sueño. Un rostro. Un asesinato.
Desperté sobresaltado. Estaba completamente, bañado en sudor y mi respiración era irregular.
Era común que tuviera pesadillas, ya no me afectaba; pero esta vez fue diferente. No era él quien mataba, sino yo. Y la víctima era Jeannette.
—¿Qué ganas con atormentarme?—, pregunté intentando regular mi respiración.
—Vivo dentro de ti, conozco hasta tu secreto más escondido. Me doy la libertad de tomar ello como entretenimiento. Ya sabes, no hay mucho que pueda hacer desde aquí para no aburrirme.
—Sólo déjame dormir.
—Claro… Ve a soñar con la camarera—, pronunció con una grave carcajada.
Cuando era pequeño, solía acariciar la posibilidad de que mi “invasor” y yo hubiéramos sido buenos hermanos. Muchas veces, fantaseé con la vida juntos, de otra manera. Me ilusionaba tener un hermano. Para mi desgracia, mi hermano tenía un problema mental que afectaba también mi vida.
Y ahora, estaba Jeannette. No había estado enamorado desde el segundo grado. ¿Por qué tenía que suceder esto justo ahora?, ¿en qué momento bajé la guardia y la dejé penetrar mi barrera? ¡Sólo fue una sonrisa, por Dios!
—No quiero nada con ella—, dije abrazando mi almohada. El bombillo volvió a darme abrigo.
Cuando duermes, el tiempo parece detenerse. Realizas un viaje directo a tu subconsciente que te da la impresión de ir en un cohete a otra galaxia. Todo cambia.
Tu mente dirige un tren en varias rutas. Cada destino tiene su propio cartel que, dependiendo del lugar, adopta ciertos colores y letras que pueden o no llamar tu atención. Al dormir, sin decidirlo, visitas algún lugar inesperado.
Lo curioso de los sueños es que, mayormente, no te muestran las cosas tal y como son. Debes aprender a descifrarlos y, cada que tu habilidad para descifrar qué significan aumenta, la dificultad de los sueños lo hace también. ¿Por qué? Porque a los cerebros también les gusta jugar.
Mi maldición era que, así como mi cerebro gozaba de jugar, el parásito que vivía dentro de mí lo hacía también.
Mucho movimiento. Fatiga. Dolor.
Abrí los ojos y mi panorama no fue mejor. Había oscuridad por todas partes.
Escuchaba voces hablando y ruidos de algún ¿restaurante? La única idea coherente que tuve fue haber sido encerrado en una bodega.
Los sonidos más claros que tenía eran lo que parecía ser una conversación entre una chica risueña y… ¿yo?
Intenté levantarme, pero estaba inmovilizado. No sentía ninguna parte de mi cuerpo. Era como si fuera sólo etéreo. Un pensamiento. ¿Qué estaba sucediendo?
Intenté con todas mis fuerzas conectar mi cerebro a mi cuerpo, pero no podía. Algo me lo impedía.
Poco a poco, logré comenzar a ver una imagen.
—Yo creo que eres un chico gracioso— dijo Jeannette.
—Y yo creo que eres una hermosura— escuché decir a mi propia voz.
No. Eso no podía estar pasando.
—¿Qué tal si damos una vuelta?—.
¡Sal de mi cuerpo! ¡Aléjate de ella!
Dios, esto no podía estar pasando. Esto es un sueño. Sí, es un sueño.
Despierta. Despierta. Despierta.
El sonido de un claxon me despertó. Me había quedado dormido mientras comía.
—¿Todo bien, señor?— me preguntó Jeannette amablemente.
—¿Cuánto tiempo llevo dormido?—.
—Quizá diez minutos. ¿Necesita algo?—.
—No. Gracias—.
Jeannette se alejó y yo seguí comiendo.
¿Qué se supone que había sucedido?
Ahí estaba de nuevo su sonrisa. Ambos sabíamos que lo que sucedió en mi sueño es imposible, sin embargo, ahí estaba él intentando arruinarme la vida.
—Sabes que es imposible— le dije mientras terminaba mi desayuno.
—Así como tú, he investigado.
Levanté la mirada de mi comida justo para descubrir a Jeannette mirándome fijamente. “Aléjate de mí”, le pedí en mis adentros.
Se acercó lentamente, aún con ése ligero rubor en las mejillas.
—¿Necesita algo?—.
—Sí. La cuenta y algo para llevar—.
—¿Qué le apetece?—.
—Dame una hamburguesa de queso—.
—En un momento se la traigo—.
Segundo grado. Cabello rubio. Tímida. Rubor en sus mejillas. Jeannette Hawkin. ¡Dios mío!
Escuché una risa en mi mente y después pude ver aquella expresión suya de “Hasta que lo recuerdas, idiota”.
La escruté con total descaro intentando encontrar señas que probaran mis sospechas. Ella me vio tímidamente, y se sonrojó.
Era una locura. Jeannette siempre hablaba de mudarse a Nueva York para estudiar leyes, ¿qué se suponía que hacía en Atlanta como camarera?
—La vida es dura— escuché pronunciar en mi mente.
—Cállate— dije en voz baja y seguí con mi escrutinio.
Minutos después, una incómoda chica llegó con mi hamburguesa y la cuenta.
Mis ojos se conectaron con los de ella y todo se perdió. Era Jeannette, mi mejor amiga y primer amor.
—Jeannette…— pronuncié. Ella me regaló una de sus tímidas sonrisas.
—Hola, Patrick—.
—¿Por qué no me habías dicho que eras tú?—.
—Parecías muy concentrado— encogió los hombros.
—¿Qué haces aquí? Creí que irías a Nueva York a estudiar leyes—.
—Mis planes se alargaron un poco— hizo una mueca. —¿Vives aquí?—.
—Sí—.
—Estás diferente. Mucho—.
Tenía ganas de abrazarla y ponerme a llorar en sus brazos. Desde que abandoné la casa de mis padres, no había sentido que nadie me proporcionara el consuelo que me proporcionaba su presencia.
—He tenido ciertos asuntos—.
—Tengo que trabajar. ¿Te veo luego?—.
—Sí, claro— dije levantándome. De improvisto, me abrazó. Ella también necesitaba consuelo.
—Me alegra mucho verte de nuevo— correspondí su abrazo.
—A mí también—.
Nos separamos y, justo cuando había dado tres pasos, habló de nuevo.
—Patrick—.
—¿Sí?—.
—¿Aún tienes problemas con tu hermano?— ¿cómo lo sabía? No recordaba habérselo contado.
Encogió los hombros. –Tu madre me lo contó hace algún tiempo—.
—Sí. Aún los tengo—.
—¿Te alejarás de mí también?— percibí cierta pizca de miedo y tristeza en su pregunta. Yo tampoco era feliz con el hecho de vivir alejado de la familia que me había criado con tanto amor.
—No lo sé— dije y salí del local.
—Hijo, pero ¿qué haces?— preguntó mi madre con cierto amago de angustia.
—Me voy—.
—¿Qué dices?— intervino esta vez mi padre.
—Me voy de la casa. No quiero ser una amenaza para ustedes—.
—Patrick, hijo, podemos hallar una solución a todo esto—.
—¿Cuándo?, ¿después de que papá esté muerto ó después de que tú lo estés?— dije señalando el yeso en el brazo de mi padre. Una travesura del parásito.
—Esto no es nada, Pat, no te dejes llevar por cosas sin importancia— mi padre sonaba triste.
—Son importantes para mí. ¡Maté a un chico a los 9 años! Y, desde aquel entonces, estoy constantemente, en problemas por “hacer travesuras”. Ya no quiero seguir con eso—.
—Podemos luchar juntos, como lo hemos hecho hasta este momento— las lágrimas surcaban los ojos de mi madre.
—Los quiero, pero no soportaré ver otro incidente con ustedes involucrados. Mucho menos ahora que hay alguien más de por medio— mi mirada se dirigió al pequeño vientre de 5 meses de mi madre.
—Por favor, Patrick, cálmate. Las cosas mejorarán. Seremos más cuidadosos. Eres nuestro hijo, no queremos perderte a los 15 años— la voz de mi padre se quebró.
Cerré los ojos y suspiré. —Lo siento— y salí de la casa cerrando la puerta más fuerte de lo debido.
El sonido de alguien tocando la puerta de mi departamento me sobresalto y me hizo despertar. Yo nunca tenía visitas.
—¿Qué hiciste ahora?— pregunté mentalmente.
—¿Acaso crees que todos tus problemas los provoco yo?— su voz sonaba irritada.
Me dirigí a la puerta con cautela y miré por el ojo de venado antes de abrir.
Esto debía ser una broma.
—¡Patrick!— sentí los brazos de mi hermana pequeña rodearme justo en el instante en que abrí la puerta.
—Qué agradable sorpresa— dije con sarcasmo y, por primera vez, me percaté de que Jeannette venía con ellos.
—Necesitamos hablar— dijo Jeannette seria.
Hice a todos pasar mientras escuchaba distraídamente, los relatos de mi hermana Lisa. Verla siempre me animaba. Era como una luz en mi constante penumbra.
—Te extraño mucho, Patrick— dijo Lisa interrumpiendo su relato mientras me daba un abrazo. No supe cómo responder a eso.
—Lisa, ¿qué tal si vamos por helados?— preguntó mi padre desconcertándome.
—¡Sí!— el pequeño cúmulo de vida de 7 años comenzó a saltar entusiasmada.
—Los dejo solos— dijo mi padre llevándose a mi hermana.
Miré a las dos mujeres frente a mí. No las había visto en mucho tiempo y ahora se aparecían de la nada e interrumpían mi auto exilio.
—Hemos encontrado una respuesta— dijo mi madre.
Una risa irónica escapó de mis labios.
—No hay cura para mi condena—.
—La hay. No eres el primer caso que se reporta con tu… peculiaridad— esta vez fue Jeannette quien habló.
—¿Te mandaron a espiarme?— ella se sonrojó.
—Hemos estado investigando— dijo tímidamente.
—Yo también—.
—Contactamos con un doctor que puede ayudarte. Sólo tienes que venir y…—.
—¡Basta! No quiero seguir escuchando esto—.
—Patrick… Lisa tiene el mismo problema que tú…—.
Las palabras de mi madre resonaron como eco en mi mente.
Pude ver la sonrisa de aquel parásito formándose y supe que no podía dejar a Lisa pasar por el infierno en el que yo vivía.
—¿Cómo lo saben?—.
—Tiene cita mañana con el doctor Lake— prosiguió mi madre sin hacer caso a mi pregunta.
—Por favor, ve a ver al doctor—.
—¿Y tú, qué haces aquí?— pregunté bruscamente, a Jeannette.
—Nos ayudó a localizarte— la defendió mi madre.
—Sé que todo esto es muy difícil, Patrick. Sé que tienes miedo de que nunca termine y tus esperanzas mueran. Lo comprendo. Sólo confía en…—.
—¿Estudiaste psicología?, ¿qué pasó con las leyes?— pregunté irónico.
—Cambié de opinión—.
—¿Ah, sí?— mi humor no era bueno.
—Después de que te vi asesinar a Billy, cambiar radicalmente, alejarte de mí y abandonar tu hogar, lo hice—.
—¿Estabas ahí?— pregunté perplejo. Ese…
—Tu madre me contó todo tiempo después de que te fuiste… ¿Irás al doctor?—.
Miré a las dos alternativamente. Suspiré y comencé a retener toda mi cólera dentro.
—Es mejor que se vayan—.
Luz. Ruido. Dolor. Sangre.
Un pitido constante. Un aire acondicionado. Tela suave. Olor a hospital.
Abro los ojos abruptamente, causando un terrible dolor en la cabeza. Me llevo la mano ahí por instinto y siento un… ¿vendaje?
—Has despertado— escucho la voz de mi madre y veo cómo se acerca.
—¿Qué sucedió?—.
—Tuviste un accidente— ése brillo en sus ojos la delataba.
—Me han operado—.
—Te atropellaron— dice un poco avergonzada.
—Me han operado—.
—Lo siento tanto, hijo…—.
—¿Por qué?— le pregunto fríamente.
—Porque ya no soporto el no tenerte conmigo. Tengo un hijo muerto en vida y el no poder hacer nada me mata— comenzó a llorar.
La puerta se abrió y un doctor entró. Miró a mi madre, quien comenzó a enjuagarse las lágrimas, y se acercó a mí.
—Hola, Patrick, soy el doctor Lake. ¿Recuerdas algo?—.
—No—.
—Está bien. No te preocupes. Irás progresando poco a poco. Hemos extirpado de tu cerebro aquel “parásito”, por llamarlo de alguna manera. Comenzarás con tu terapia y, poco a poco, te volverás a readaptar en el mundo. Podrás vivir una vida normal—.
—¿Qué debo recordar?— me sentí alarmado. Que no sea lo que pienso.
—Estuviste consciente durante la cirugía, Patrick—.
Oh, Dios.
Un flash me noqueó.
Abro los ojos desconcertado. Estoy en un callejón de nuevo. Siento la bata de hospital en mi cuerpo. Veo el bisturí que sostengo en la mano derecha bañada de sangre. Lo dejo caer al suelo.
Escucho sollozos. Busco el lugar de donde provienen y encuentro a Jeannette acurrucada en un rincón. Está sucia y tiembla.
—¿Jeannette?— pregunto en un susurro y comienzo a caminar lentamente, hacia ella.
—Por favor, no me hagas nada— dice asustada sin mirarme.
—Jeannette, soy yo, Patrick—.
Levanta la mirada poco a poco y se abalanza sobre mí.
—¡Oh, Patrick!— está temblando y llorando.
—Tranquila. Ya pasó todo—.
¿Qué sucedió?
—No. Aún no termina— se separa de mí.
—¿Qué sucedió?—.
—Él salió…—.
—¿Y mi familia?— mi voz se quiebra. Jeannette comienza de nuevo a llorar.
—No lo sé. Me dio miedo y huí. Él me siguió—.
—¿Están… muertos?— no, no, no, no, no, no.
—No lo sé, Patrick… ¿Patrick?—.
Comencé a sentir cómo algo se cernía sobre mí e intentaba sacarme de mi cuerpo. No, ya no sería cobarde.
—¿Sabes por qué nunca la maté?— escuché a su voz pronuncia en mi mente mientras luchaba por no perder el control. –También la amo…—.
De un momento a otro, logré tomar el bisturí del suelo.
—¡Patrick, no!— me alejé un poco de ella y le di la espalda.
—¡Qué demonios haces!— lo escuché pronunciar colérico.
—¡Vete a la mierda!— le respondí e hice un rápido corte en mi cuello.
—¡Patrick!—.
Arrojé el bisturí lejos de mi alcance y me derrumbé en el suelo. Jeannette se acercó a mí.
—Lo siento— dije con la voz ahogada en sangre.
***
¿Debí haberle dicho?, ¿hubiera significado alguna diferencia? Oh, Patrick, no sabes cuánto te extraño.
Sé que, dondequiera que estés, nos cuidas y te alegras de que tus padres hayan salido sanos y salvos de aquel encuentro con la muerte, y que tu hermana tenga progresos muy favorables.
No sabía cuán distorsionada era tu percepción del tiempo.
De seguro ahora ya sabes que, antes de la llegada de tus padres a tu departamento, tú y yo llevábamos meses viéndonos. Por eso sabía dónde vivías.
También recordarás las promesas que hicimos de intentar luchar con todo esto.
Me aterra pensarlo, pero sé que puede ser verdad y aquel hombre con el que pasé todas esas experiencias no eras tú. Y, lo que más me aterra, es pensar que yo lo amé a él con todas mis fuerzas y le di todo el apoyo que había reservado para ti…
He salido adelante, pero me hubiera gustado hacerlo junto a ti. Prometimos formar un futuro juntos…
Le puse tu nombre a nuestro pequeño porque es idéntico a ti. Lo quiero tanto, pero a veces me duele verlo.
Lamento que las cosas hubieran ocurrido de aquella manera. Lamento que hubieras sentido que perdías la cabeza. Lo lamento tanto porque no pude evitarlo.
Enjuago mis lágrimas y miro por la ventana.
—¿Qué haces, Patrick?— pregunto, pero no hay respuesta.
Salgo de la casa y me dirijo al pequeño de 6 años que mira el suelo fijamente.
Al llegar a su encuentro, no puedo creer lo que veo. Bongo, el que solía ser nuestra mascota, está despedazado en el suelo.
Contengo las ganas de vomitar mientras el miedo cala en mis huesos y me hace temblar.
—Sólo quería jugar— dice Patrick y me mira. Y ahí está de nuevo aquella sonrisa.
No.
Fin
Muchas gracias a Gloria por esta historia y le deseamos mucha suerte en nuestro concurso.
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