La Cueva del Lobo

La Revolución Agrícola

Retorno al Desafío del Nexus con una historia propia, bastante tarde como se ha hecho costumbre, pero esperando que les guste:

Golden rice terraces in Mu Cang Chai, Yen Bai, Vietnam 

La Revolución Agrícola

Autor: Vladimir Vasquez F.

La República Popular Simoniana promueve la “pureza” de la agricultura orgánica, pero ¿es realmente en beneficio de sus ciudadanos? Darío, un profesor de genética no lo cree así, pero ¿será solo una exageración de su parte?

Con la aprobación de aquel decreto ley, la República Popular Simoniana se convertía en el primer estado del mundo que activamente promovía la agricultura orgánica.

«La derecha fascista nos obligaba a alimentarnos con esas semillas asesinas, diseñadas para envenenarnos y convertirnos en esclavos de las franquicias farmaceuticas con cancer, sida y nuevas enfermedades nunca vistas, pero ahora nuestro país da el primer paso para desarrollar una agricultura pura, natural, sana, como la de nuestros abuelos y tatarabuelos, ¡el retorno al conuco mismo pues!»

Darío apagó la televisión, aquello era peligroso, si esa era la tónica que el gobierno iba a asumir, la situación asumía un cariz muy diferente de lo que él había pensado en un principio.

Llamó a Hilda:

—Tenemos que salir del país.

—¡¿Cómo?!— La muchacha no lo podía creer; ya estaba Darío con otro de sus arranques.

—¿No escuchaste el discurso del ministro por televisión? La ingeniería genética es la peste, y los genetistas hemos colaborado con la ultra malvada derecha para enfermar a la gente con cáncer…

—¡¿Qué?! No Darío, estás sacando las cosas de proporción, estoy segura que estás malinterpretando, yo no creo…

—Hilda, los chivos expiatorios vamos a ser los cuatro genetistas idiotas que todavía quedamos en el país, ¿a quién carajo le importamos? Somos el blanco ideal, nos van a acusar de lo que sea y se van a salir con la suya. ¿Quién conoce realmente nuestras investigaciones? Tenemos que salir cuanto antes.

—No Darío, yo tengo familia aquí, no los puedo abandonar.

—Metida en una cárcel acusada de causarle cáncer a la mitad del país no les vas a ser muy útil a tus familiares, vámonos Hilda, vámonos antes de que sea demasiado tarde.

—¡Pero Darío! ¿No te das cuenta que todavía tengo la carrera? ¿Quieres que tire la maestría por la ventana?

—¿Y qué vas a hacer Hilda? ¿Vas a sacar una maestría en genética? ¿No te das cuenta que eso en este país ahora equivale a graduarse de criminal?

—¡Suficiente Darío! ¡Deja de decir esas cosas! Eso es imposible, no pueden ser tan ignorantes, Ni que yo fuese la única que se va a graduar en esa maestría. ¿Qué van a hacer meternos presos a todos?

—No necesariamente, pero sí meterán presa a la novia del tipo que estaba experimentando con las semillas…

—Ay no Darío, me hartaste con tu locura, después hablamos.

Le colgó. Darío sintió como las lágrimas le invadían los ojos. Pero no era momento para eso. Tenía que concentrarse, tenía que salir del país, ¿pero cómo?

Desde hacía unos años salir de la República Popular Simoniana se había convertido en toda una pesadilla, no estaba prohibido, solo que la inmensa burocracia lo había convertido en un caos colosal, debía comenzar a moverse rápido; pero el principal problema como siempre sería el dinero, ¿de dónde iba a sacar los recursos para salir del país?…

Pero por más que lo intentara evitar, sus pensamientos siempre volvían a la chica, estaba realmente enamorado de Hilda, como no se había enamorado en años; pero lo peor era que aunque no era una relación fácil (ni en un millón de años) ella le correspondía, ¿cómo iba a convencer a Hilda para que se viniera con él? O peor aún ¿tendría el valor de irse sin ella?

Los siguientes días fueron una suerte de agonía para el genetista, tal como él lo había supuesto se estaba convirtiendo a la genética en el mayor mal de todos los males, prácticamente la causa de la muerte y el sufrimiento de todos los habitantes del país. Y mientras La República continuaba hundiéndose lentamente en el caos, en los canales del estado se entretenía a la población mostrando «testimonios verídicos» de gente que había sido envenenada con los alimentos transgénicos.

«Mi madre murió víctima de la transgenética, cuando los médicos le hicieron la autopsia le descubrieron un cáncer enorme, y eso es imposible porque mi madrecita siempre fue una mujer muy sana, pero esos transgenéticos con sus venenos, sus pesticidas e insecticidas, me la mataron, me mataron a mi mamita.»

Luego la mujer se ponía a llorar desconsoladamente.

Los alimentos modificados genéticamente parecían ser la única causa de cáncer últimamente, la herencia, la vida sedentaria, la edad, etc. eso no importaba, o al menos eso era lo que le hacían ver a la población en los canales del estado.

—Pero chico, pensar que tres años atrás este gobierno otorgó becas para que la gente estudiara genética en el extranjero y ahora asumen esta actitud. ¿Qué se supone que haremos con nuestros títulos y conocimientos?

El que así hablaba era Humberto, otro de los pocos genetistas que aún quedaba en el país.

—¿Enrollarlos enrrolladitos y metérnoslos en el… Bolsillo?

—Darío, Darío, tú siempre tan cínico. Pero en serio, ¿qué será lo que pretenden en las altas esferas? Yo comprendo que se hayan dejado invadir por la moda de la comida orgánica, pero ¿será que de verdad creen que se puede alimentar al país de ese modo?

—Como si eso tuviese alguna importancia, tu y yo sabemos que en este país la mayoría de los alimentos se traen del extranjero, con ponerle una etiqueta de «orgánico» en el puerto basta y sobra, el golpe va a ser para la pobre industria agrícola del país, ya bastante golpeada está, ahora imagínate con esto.

—¿Y si esa precisamente es la intención? —Sugirió Humberto con una mirada cómplice— Terminar de sacar a los pocos empresarios agrícolas y hacerse ellos con el control de las fincas y granjas…

En ese momento Darió pensó que Humberto era un sujeto astuto, veía las cosas no como eran si no como podían ser, se daba cuenta la dirección hacia donde se estaba moviendo la corriente.

—Puede ser, pero volvamos a lo que te estaba hablando antes, ¿qué piensas hacer tú? ¡Es el momento de partir! Todos nuestros colegas se marcharon hace tiempo, ¿cuántos quedamos en el país? ¿Cuatro, cinco? Tenemos que irnos Humberto.

—No exageres, todavía somos dos o tres docenas de biólogos y genetistas. Salir del país no es fácil. Yo tengo familia, y tú también, ¿qué dice tu familia?

—Mi familia dice lo mismo que yo, me prefieren en el extranjero y libre que en el país pero en una cárcel.

—No exageres Darío, no creo que nos vayan a meter presos, ¿de qué nos van a acusar? ¿De pensar? ¿De hacer experimentos? ¿De jugar con semillitas?

Una lástima, resulta que Humberto también era un inocente, ¿es que acaso no se daba cuenta?

—Piénsalo un poco Humberto, si en la televisión le están diciendo a la gente que los alimentos transgénicos causan cáncer, quienes creamos esos alimentos evidentemente somos asesinos…

—Pero todo el mundo sabe que eso no es verdad.

—Eso no importa Humberto, ellos necesitan unos chivos expiatorios para que el circo continúe en función ¿has visto la cantidad de recursos que se están movilizando para desarrollar la agricultura orgánica en el país? Esto es enorme, colosal, ¿te imaginas el tamaño de la corrupción y las estafas? para poder actuar a sus anchas van a necesitar una distracción, ¿qué mejor que quemar unos cuantos malvados científicos en la hoguera?

Fue como si la claridad se hiciera en la mirada de Humberto, pero solo fue por un instante, sacudió la cabeza y cerró los ojos, negándose a aceptar lo que el mismo sabía que era cierto.

—Exageras Darío, este gobierno no puede continuar por ese camino, no puedo creer que jueguen de esa manera con la alimentación de sus ciudadanos.

Estaba solo, Humberto era la última esperanza de Darío de conseguir un aliado.

—Yo sí me voy Humberto.

—¿Te vas a ir? ¿Y la muchachita? ¿Qué vas a hacer con Hilda?

—No me toques esa tecla.

Hilda, Hilda, Hilda, no había manera de sacársela de la cabeza y de paso la gente se empeñaba en recordársela, como si él necesitara ayuda.

Durante unas semanas la situación continuó casi igual, empeorando poco a poco, tan lentamente que si uno cerraba un poco los ojos o volteaba el rostro, era como si casi no estuviese pasando nada. Pero Darío lo veía, no podía evitarlo, igual que los demás, él también lo había negado mucho tiempo, pero ya era imposible.

Había enviado solicitudes de trabajo a cuanta transnacional había podido, a cuanta Universidad recordó, a todos lados con la esperanza de que alguien lo ayudara a salir de la República, pero curiosamente la solución vino del lugar más inesperado, El Departamento de Genética de la Universidad de Nueva Delhi; la India, un país que había conocido el hambre; no era de extrañar que sus investigaciones hubiesen llamado la atención en aquel país.

—¿Entonces me dejas? —Las lágrimas de Hilda fluían como un torrente. La mano que sostenía la tableta con el email de Nueva Delhi parecía como muerta.

—¿Por qué dices eso? ¿Leíste el correo completo? Me invitan a participar de su investigación, tendré un sueldo fantástico, me darán una residencia en donde podremos vivir los dos con tranquilidad, ¡vámonos Hilda! ¿Cuál es el problema?

—Mi familia, mis estudios, ¡mi futuro! —Meneó la cabeza mientras se secaba las lágrimas— ¿quieres que abandone todo eso para convertirme en tu esposita?

—¿Pero de que estás hablando? ¿Crees que vas a poder terminar tus estudios en prisión? ¿Por qué razón no vas a poder continuar estudiando en la India? ¡¿Qué futuro tiene una Genetista en este país?! ¡Nosotros somos el enemigo!

Se levantó de la mesa sin mayor respuesta que continuar meneando la cabeza.

—Hilda, ¡Hilda! ¡¡¡HILDA!!!

Pero ella no se detuvo, cuando salió por la puerta aquel restaurant del centro se sintió tan vacío, la ciudad se sintió vacía, el mundo estaba vacío…

No supo cómo llegó a su casa, solo recordaba que había estado escuchando a Karen Carpenter y que sus ojos estaban mojados…

Esa misma semana cuando su familia lo despedía en el aeropuerto se sintió tan distinto, los besos, los abrazos, las palabras dulces, era como si no le estuviese pasando a él. Mientras el avión despegaba y su tierra natal, su familia y su vida, quedaba atrás, Darío sintió que se convertía en otra persona; la persona que era antes no hubiese podido soportar aquello. Nunca imaginó que el síndrome de Asperger fuese tan útil…

La llegada a Nueva Delhi lo golpeó, pero no de la forma en que él había pensado, imaginó que las extremas diferencias entra las dos naciones serían difíciles de soportar, pero fue al contrario, lo que más le pegó fueron las similitudes, la gente, la forma de los ojos, las sonrisas, el idioma era distinto, pero los gestos, el énfasis que ponían en las palabras, la forma en que caminaba la gente. Era como si el avión hubiese aterrizado en una versión amplificada de su propia patria, ¿o acaso era que no podía dejar de compararlo todo con su propia gente?

Se sumergió en su trabajo desde el primer día, cada momento de descanso era una oportunidad para recordar, para anhelar, para llorar; no quería eso, no quería pensar en ella…

El trabajo de los Indios era fascinante, y variado, abarcaba desde semillas hediondas para repeler a los insectos, roedores y demás plagas (y así evitar que las robaran o se las comieran) pasando por el desarrollo de plantas resistentes a largos períodos de sequía, hasta frutos que podían aguantar más tiempo almacenados sin dañarse. Todas aquellas mejoras representaban avances significativos que reducirían el coste de la inversión en agricultura y dispararían los beneficios de los agricultores y por supuesto mejorarían la economía y la nutrición en general.

En un principio el trabajo de Darío fue más el de un botánico antes que el de un verdadero genetista, clasificar, verificar, clasificar, verificar, ad nauseum, pero aquella monotonía le servía para perderse, para no pensar.

Pero con el tiempo le dieron mayores responsabilidades, sus comentarios creativos, su metodología precisa, y su tenacidad a toda prueba le valieron grandes elogios entre sus compañeros de laboratorio. En apenas unos meses era Darío el que estaba dirigiendo los instrumentos y decidiendo cuales eran los brotes que continuarían investigando y lo que sería desechado (los terrenos de la Universidad no eran infinitos a pesar de que Darío lo deseara mucho).

Casi sin darse cuenta sus aposentos de se habían convertido en un centro social para la enorme comunidad de científicos de la Universidad, a toda hora y sin respetar el día o la noche sus habitaciones estaban llenas de gente, hasta el punto que Darío se acostumbró a quedarse dormido con toda la gente rodeándolo y conversando. Una noche mientras se relajaban alrededor del infinito té que Darío no tenía ni idea de donde salía, la conversación derivó hacia «La República»:

—¿Y cuál es tú opinión de los sucesos que están ocurriendo en tú país? —le preguntó Marissa, una profesora, mirándolo con aquellos ojos hermosos y profundos.

—Eventualmente, el gobierno de La República se va a arrepentir de la forma en que corrió a quienes solo deseábamos mejorar la alimentación de nuestros conciudadanos, pero lamentablemente por el momento su política le está rindiendo grandes dividendos y popularidad; pero cuando la gente comience a pasar hambre dentro de unos años…

Los invitados a la mesa intercambiaron miradas extrañadas.

—¿Hace cuanto que no mira las noticias de su país Doctor Darío? —Le preguntó Natesh, uno de sus estudiantes.

—¿Qué quiere decir?

De inmediato alguien le pasó una tableta con un video de un canal de noticias internacionales.

La Universidad Central de Simonia, la capital, estaba en llamas, ver aquellos edificios que le eran tan familiares y tan queridos ardiendo, los irremplazables libros de las bibliotecas perdidos para siempre.

«Esta supuesta Universidad que lo único que ha traído a nuestra gloriosa nación populo-revolucionaria es muerte y dolor, que se purifique de todos sus pecados en la luz del fuego que todo lo sana, ¡así también deberían arder todos sus economistas, biólogos, matemáticos, doctores, y demás profetas del desastre! ¡Revolucionarios y revolucionarias olvidemos las mentiras de la ciencia y la tecnología y volvamos a nuestras raíces! Retornemos a la naturaleza»

Así declaraba una mujer encapuchada con un rifle Ak-47 colgando de su hombro mientras lanzaba otro coctel molotov a las instalaciones universitarias.

Para Darío fue como si mil años de represión rompieran un dique, y las lágrimas fluyeron, sin importar que estuviese rodeado de gente. Lo primero que hizo fue revisar los estados de su gente en las redes sociales.

«Estoy bien.»

Era lo único que ponía el status de Hilda, pero esas simples palabras le bastaron para tranquilizarse, continuó revisando y todos sus amigos tenían estatus similares, el único gran ausente era Humberto.

No sería hasta unos días después que Darío se enteraría del paradero de su amigo.

Como siempre la noche lo había agarrado clasificando nuevos brotes; un reciente avance en la tecnología de trazado genético había vuelto el mapeado de genes lo suficientemente barato como para permitirles clasificar las plantas en un detalle mucho mayor, y descubrir patrones en la forma en que las mutaciones se acoplaban a las modificaciones genéticas. Así que habían decidido reclasificar prácticamente todas las plantas con las que estaban trabajando.

Pero desde que recibió las noticias de Simonia siempre mantenía una pantalla a la mano para mantenerse enterado, y en aquel momento una noticia capturó su atención:

La policía de Simonia se llevaba detenido al genetista Humberto Delgado, acusado de crímenes contra la humanidad. Ver a su amigo esposado como un criminal fue un duro golpe, pensar que él se lo había advertido, pero ¿de qué valieron las advertencias? El pobre Humberto era un hombre bastante maduro ya, y los policías lo maltrataban. Darío sabía que lo pasaría terrible en las infernales cárceles de La República. «Chivo expiatorio» fue el pensamiento que de inmediato vino a su mente.

Ese día no pudo continuar trabajando, se excusó con sus amigos y regresó a sus habitaciones, intentó ponerse en contacto con la familia de Humberto pero inútilmente porque como era evidente en aquellos momentos estaban ocupados en cualquier otra cosa que no fuese responder una llamada de la India.

Esa misma tarde mientras rumiaba su tristeza, tocaron a su puerta, no tenía ningún deseo de hablar con nadie, pero cuando escuchó la voz del Doctor Pradeep, cabeza del departamento de ciencias saltó disparado como un resorte.

—Ante todo quiero informarle que tendrá todo el respaldo de la facultad, ya he hablado con el rector y él ya está en conversaciones con los funcionarios de nuestro gobierno.

—Me disculpa decano pero, ¿de qué me está hablando?

Pradeep era un sujeto moreno, bajito y delgado; se mordió los labios, se pasó una mano por el rostro y no supo a dónde mirar por un instante, pero finalmente le dijo:

—El gobierno de su país a puesto una orden de captura en contra suya con la Interpol, le acusan de crímenes contra la humanidad…

Darío tuvo que sentarse, no podía creérselo, ¿hasta dónde llevarían esa farsa?

—Pero tranquilícese Darío, si bien su gobierno ha subido la solicitud al I-Link de Interpol, todavía está por confirmarse si la organización responderá a la solicitud, sin embargo creemos que lo mejor es que se ponga en contacto con un abogado; pero le repito, tranquilícese, el gobierno de su país es conocido por realizar estas solicitudes a la Interpol de forma irresponsable, así que es seguro que se lo tomarán despacio. Además la India no tiene tratado de extradición con ellos.

Las palabras del decano hicieron poco por tranquilizarlo. Él que pensaba que al estar en la India había dejado toda aquella locura atrás, pero incluso allí se las ingeniaron para alcanzarlo.

Los días posteriores fueron terribles, efectivamente consiguió un abogado, pero eso no le salvó de una catarata de trámites burocráticos; el decano del departamento de ciencias siempre estuvo a su lado apoyándolo en todo momento, explicando a los altos oficiales la importancia del trabajo que realizaba Darío y las razones por las que el gobierno de La República lo acusaba.

Eventualmente aquella locura terminó, con la misma rapidez con la que se había iniciado. La Interpol despreció la solicitud de La República y todos los trámites que Darío había hecho se volvieron innecesarios.

Cuando finalmente tuvo algo de tiempo para actualizarse sobre las noticias de su país, descubrió que su amigo Humberto había sido asesinado en la cárcel por una horda que lo acusaba de haber envenenado a sus familias.

Aquello lo golpeó muy fuertemente, pero no lo sorprendió, él sabía que las cárceles de La República eran infernales, y Humberto se había convertido en el símbolo del enemigo, la fuente de todas las frustraciones que la población había acumulado por tantos años.

Al regresar al laboratorio el trabajo se había acumulado, pero en lugar de quejarse por la nueva carga, agradeció la oportunidad de sumergirse nuevamente en su rutina y dejar toda aquella locura atrás.

Aquellos fueron unos días de trabajo enfebrecido, parecía prácticamente un autómata, docenas de miles de mapas genéticos pasaron por sus ojos durante aquél tiempo; y de pronto comenzó a percibir un patrón, una variación que se repetía una y otra vez en todos los organismos que se adaptaban mejor a las modificaciones. Si podía descubrir cual era la base de esa adaptación, aquello significaría un salto mayúsculo en genética. Pero la evidencia era minúscula, era prácticamente una intuición, nadie le creería si intentara explicarlo porque ni siquiera él mismo estaba seguro de lo que estaba viendo. Necesitaría que alguien mas pasara por todos aquellos mapas genéticos para que corroboraran su idea. Pero eso era imposible. A menos que lo hiciera una máquina…

—No profesor, esas son demasiadas variables, no tengo ni idea de por donde comenzar a programar algo así.

Natesh era un buen programador, pero era un biólogo, no un ingeniero en informática.

—Pero es lo que nuestras máquinas hacen todo el tiempo ¿no es cierto?

—Sí, pero solo porque usted las está guiando, ¿por qué piensa que necesitamos el ojo humano? Si dejamos que las máquinas realicen la clasificación por sí solas los errores comenzarían a acumularse, todavía no existe una computadora con memoria suficiente para conservar todas esas variables y luego ser capaz de compararlas unas con otras.

—y ¿si reducimos el número de variables? ¿Si reducimos el tamaño de la muestra?

—Si reduce el número de variables a 16 y consigue reducir la muestra al 0,1% necesitaríamos a todas las Computadoras de la facultad trabajando durante tres días…

Le tomó un mes, ¿cuáles eran los genes que él consideraba realmente importantes para probar su hipótesis? ¿Cuáles eran las plantas que habían mostrado una mejor adaptación? Al final lo consiguió; después tuvo que convencer al directorio de la Universidad de la importancia de su hipótesis para que le permitieran utilizar intensivamente las computadoras de la Universidad, le dieron las ocho horas nocturnas, pero le garantizaron todas las máquinas de la facultad, pero Natesh se equivocó, las computadoras no tardaron ni nueve ni quince días, casi tres meses tardaron las computadoras procesando todo aquello pero al final no hubo ninguna duda, una y otra vez se repetía la misma combinación de genes que resultaban en mejores resultados tras haber insertado nuevos genes en la planta.

—¿Pero por qué? Ninguno de estos genes había mostrado una interacción importante en el pasado ¿de donde están saliendo los resultados que nos está mostrando? —Preguntó la profesora Marissa.

—Hay algo llamado experiencia empírica mi amigo, y se hace claro como el agua que la interacción está allí, no recomendaría que nos ciñéramos a experimentar solo con las plantas que presenten esta combinación de genes, pero sí diría que deberíamos dedicarles mucho más tiempo.

—Yo iría mas allá, —apuntó Phanindra, otro profesor— ¿por qué mejor no insertamos esta combinación de genes en otras plantas y vemos qué pasa?

Lo que pasó fue la revolución en genética más grande e inesperada, aquella sencilla combinación de genes consiguió adaptar los organismos a las modificaciones más insospechadas. La agricultura India se convirtió en una de las más poderosas del planeta, poco a poco otros países se fueron adaptando a la nueva tecnología, el último en aceptarla fue un pequeño país llamado La República Popular Simoniana…

Eventualmente el descontento popular fue mayúsculo después de venderle a su población la agricultura orgánica como el mayor de los bienes, la economía de La República se fue por la cloaca cuando todos los países vecinos comenzaron a producir alimentos a precios más competitivos; pero lo peor vino cuando se descubrió que estaban engañando a la población tal y como Darío había predicho tanto tiempo atrás, marcaban los alimentos importados del extranjero como si fuesen producidos en el país producto de la agricultura orgánica. Pero cuando los granos, frutas y vegetales se mantuvieron frescos y sin dañarse por enormes períodos, la gente comenzó a sospechar.

Cuando se descubrió la verdad el pueblo acusó al gobierno de querer asesinarlos, la agricultura orgánica se había vuelto un artículo de fe. El gobierno cayó y por un tiempo el país vivió en la anarquía más terrible, pero con el tiempo la razón regresó. No fue fácil convencer a la gente que el gobierno les mentía, tampoco fue fácil conseguir que aceptaran la comida modificada genéticamente, pero a medida que los precios de los alimentos disminuían, hasta los mas acérrimos fueron cediendo.

Cuando Darío volvió a su país lo encontró muy cambiado, mucha gente estaba descorazonada, pero habían grupos que tenían grandes esperanzas. Hilda era una de ellas.

—Vamos a reconstruir la Universidad, docenas de arquitectos ya están aportando sus ideas. —Hilda ni lo miraba a los ojos.

—¿Conseguiste graduarte?

—Aún no, pero lo haré. Cuando reconstruyan la universidad, seré la primera en terminar mis estudios. —Hilda había cambiado, al igual que el país, estaba herida, no una herida física si no mental. Pero tenía esperanzas.— Vamos a necesitar profesores.

Darío sonrió.

FIN

No creo que sea mi mejor historia, pero espero que les haya gustado al menos un poco. Si así fue recuerden que yo también estoy participando en el Desafío del Nexus y que pueden votar por esta historia pulsando el botón “Me Gusta” de facebook.

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