Nos llega desde Buenos Aires Argentina, la última historia de nuestro Sexto Concurso, se trata de una obra de la autora Maria Celeste Grispo:
La Peste
Voy a contarles como empezó todo, tengo que hacerlo mientras aún pueda, mientras aún esté sano. Vos, que seguramente (yo realmente lo espero) algún día leas esto, vos tenes que saberlo, tenes que estar advertido. Esto que escribo te va a llegar de un modo raro, extraño. Viene de otro tiempo, del futuro si queres. No es exactamente así pero no tiene importancia darle vueltas. Lo importante es que soy el último ser humano que queda, y vos tenes que leer esto que yo escribo.
Si, el último. Claro que en cierto modo… no es que no queden ya homo sapiens dando vueltas por el planeta. No. De hecho, está infectado de ellos; el planeta está tan sobre poblado que cuesta creerlo. Una colonia de hormigas parece un hermoso jardín al lado de las metrópolis. Homínidos hay de sobra: Lo que faltan son hombres. O Humanidad, para ser más precisos. Tal vez haya aún muchísimos, millones de hombres, pero yo soy toda la humanidad que queda.
¿Es posible acaso un hombre sin voluntad y sin conciencia? Un hombre sin apercepción, sin memoria, sin orgullo o conciencia de clase, ¿puede acaso seguir adjudicándose el mote de hombre? Hombre es, como decía Protágoras, aquel que mide, el que es la medida de todas las cosas. No tengo el tiempo para hacer historia en esta carta, pero me alcanza para decirte que Protágoras fue un hombre con todas las letras.
Prosiguiendo, los homínidos de hoy tampoco tienen sensación. Tienen pulmones, corazón (mecánicamente hablando), ojos, extremidades, pero nada más. Son autómatas, autómatas que comen, defecan, se sientan y duermen. Se sientan y duermen casi todo el día, lo juro. La humanidad entera está condenada. Yo, no voy a aburrirme ahora explicándote como, hui a los bosques. En un acto de lucidez o de estupidez extrema fui lo suficientemente rápido para llevarme un cuaderno y unas cuantas lapiceras. Quién soy y lo que hice en mi miserable vida esta vanidosamente anotado en las primeras veinte o treinta paginas del cuaderno del cual saque las hojas en las que escribo esto mismo. Ese cuaderno y esta carta son el único documento existente que prueba que hubo hombres: Son la memoria de la humanidad.
El hombre es animal con razón y con lenguaje. Esta carta prueba que yo aun poseo ambas y, si bien no en perfectas condiciones, puede decirse con toda solemnidad que yo aun soy un ser humano.
¿Qué le sucedió al resto? Bueno… en cierto modo no es para preocuparse: Todos están aún ahí, en las ciudades. Siempre están en las ciudades, principalmente en los edificios y en los sótanos. También en los grandes auditorios y en los teleteatros. Las plazas y las calles están constantemente desiertas, pues los móviles proveedores se encargan de tanto de suministrar agua y alimento como de retirar los desperdicios diariamente. Yo sospecho que «ellos» están detrás de todo esto. ¿Ellos quienes? Bueno, no es tan sencillo. Incluso a mí, el último de los hombres, me cuesta contestar con seguridad a esa pregunta. No lo sé. “Ellos” son los otros, los que no están infectados con la peste. Yo nunca he visto a ninguno de “Ellos”, y creo que tampoco los ha visto nadie más. Sin embargo, la lógica exige que “ellos” existan. Exempli Gratia: En una pacífica aldea isleña cae un misil teledirigido. Ningún isleño ha visto el bombardero y sin embargo la razón y su instrumento lógico (orgullo de la humanidad) exigen que necesariamente deba haber un bombardero o una plataforma de lanzamiento. A un efecto dado siempre le buscamos la causa, y naturalmente la peste no puede haber comenzado por si sola; De manera que si se tiene humanidad no es necesario ver para saber que “ellos” existen.
El primer paso fueron sin duda los Teleteatros masivos. Seguramente no sepas lo que es un teleteatro. Si lo supieras, entonces de ningún modo podrías leer esta carta. Por ende, espero que no lo sepas. Un teleteatro es una maligna y grotesca ampliación del cine moderno. Imaginá inmensos espacios cerrados, enormes cúpulas blancas o grises, con sus correspondientes sótanos. Verdaderas bases militares de la estupidización. Los sótanos, claro está, eran secretos en un principio. Y esto es sin duda una prueba de que “ellos” lo planearon todo, de que lo planearon cuidadosamente durante años. Dentro de estos anfiteatros, que son redondos solo por fuera, se erigen 4 enormes paredes lisas, las cuales se cierran en un techo también cuadrado. La forma del cuarto es la de un trapecio. Cada pared, incluyendo el techo, no es otra cosa que una enorme pantalla plana de imagen tridimensional y sonido estereoscópico. El resto son gradas y gradas (todas ellas acolchonadas) y también filas y mas filas de sanitarios. Cada teleteatro tiene el tamaño de varios campos de fútbol, y hoy día se extienden sin fin en las ciudades y también en las afueras. Llegaron antes de la peste, de modo casi encubierto, mezcla de novedad de la industria del entretenimiento y de preocupación de los paranoicos conspirativos que por descarte y cálculo de probabilidades algún día iban a terminar teniendo razón. Una vez instalados los teleteatros (“una nueva experiencia en comunicación y entretenimiento”, decían los carteles de apertura), hubo muchos que presintieron lo peor. Algunos incluso lo decían en voz alta: los “extremistas” de siempre, se decía entonces. Tengo que admitir que yo no era parte de esos extremistas. Si lo hubiese sido, tal vez habría podido salvar a alguien. Tal vez a mi familia, a algún amigo… a alguien más, quienquiera que fuese. No estaría entonces completamente solo y medio muerto de frio (bueno, tal vez esto último si) en el medio la nada. No tengo que escapar: absolutamente nadie me busca. ¿Para qué me buscarían, de todos modos? Buscarme está más allá de sus posibilidades, está por encima de su condición. Estoy hablando de los enfermos, de los apestados, claro está. En cuanto a “ellos”, a los que creo que lanzaron esta maldición sobre los hombres, a ellos tampoco les tengo miedo. Estoy seguro que ellos tampoco me buscan. Es un simple principio de economía de recursos, “no uses cañón para matar mosquito” y “Pluralitas non est ponenda sine necessitate”. De hecho, he visto esta última frase grabada en los bronces de entrada a los sótanos. “Ellos” pensaron absolutamente en todo, y sospecho que tal esfuerzo colosal del pensamiento sólo puede tener un objetivo: no tener que volver a pensar jamás.
Los móviles de abastecimiento son posteriores al estallido de la peste y son para mí un misterio, sin duda muestra de una maldad y de una sagacidad sin límites, pues se encargan de mantener biológicamente vivas a las masas de sub hombres, sin ningún sentido, sin ninguna utilidad o beneficio visible más que (y aquí está la gracia y el quid de mi teoría sobre el asunto) el regodeo en contemplar esa parálisis total del pensamiento humano, el placer de ver a la humanidad en coma. También es posible esto: Que “ellos” estén también infectados. Y esto es lo que yo creo realmente, por más de que suene como una locura: Creo que ellos también están infectados, que fueron de entre los últimos en infestarse, y que lo hicieron a propósito y con total conciencia. “No volver a pensar” y “la pluralidad no se debe pensar sin necesidad” son una y la misma idea: sencillamente eliminaron todas las necesidades y con esto borraron de un golpe toda situación en la que pensar se torna obligatorio. No es necesario mucho: alcanza con móviles de suministro, con teleteatros y con la peste.
La peste… cierto es que aun no te he hablado de ella. Fue casi inmediatamente después de la apertura de los primeros teleteatros a nivel mundial. La fecha precisa es imposible saberla, pues es seguro que varios focos estallaran en simultáneo en varios lugares con total ocultamiento de los medios. El primer foco de conocimiento público fué en alguna ciudad China. El hecho de que la peste haya aparecido primero en un pequeño espacio aislado y luego casi desenfrenadamente en todo el mundo es otro hecho significativo que apoya mi teoría finalista de una funesta mano invisible detrás de las grandes catástrofes. El punto más oscuro, sobre el que no puedo pronunciarme con seguridad, es sobre la naturaleza intrínseca de la peste misma. “¿Qué es y cómo actúa?” Es obviamente la pregunta que mas me he realizado y la única que no he podido responderme desde entonces. Pero puedo decir que se propaga a través del aire, de forma electromagnética seguramente, que es algún tipo de onda de carácter hipnótica y con influencia neuronal. Esto, claro está, son supuestos. Empíricamente, la cosa es mucho más fácil: la peste emana de las pantallas. En las televisiones de última gama había algo nuevo, cierta función de incremento perceptivo… el recambio fue mundial y su precio era casi regalado.
Cada televisión prendida era una boca de infección, un cañón listo para ser disparado cuando la señal satelital enviara la orden.
Ahora veo que todo era parte del paso final de una impecable cadena de acontecimientos totalmente programados, de un proceso teleológicamente orientado que no podía finalizar sino con la total y (casi, pues mi caso es la excepción) perfecta estupidización de la humanidad.
Como antes te decía, hubo algunos que oscuramente presintieron el final: eran los mismos que venían presintiéndolo desde la época de la televisión monocromática. Estos intuyeron en el presente lo que luego solo puede lamentarse a la luz de la historia; En estos “paranoicos” el instinto aún funcionaba. Pero no podían hacer nada, puesto que “ellos”, los de la mano invisible, habían dejado correr el tiempo hábilmente, y ya nadie tomaba en serio a los paranoicos y a los descontentos. El ataque fue brillante: no hay mejor forma de desacreditar a alguien que dejarlo hablar sin consecuencia a través de los años. Los más grandes ideales se agotan a sí mismos cuando no pasan a la acción, y llegan estos luego incluso a repugnarnos. Pero estos paranoicos tenían fundamentos bien claros para su persistencia y para su miedo al parecer irracional, pues como reza una viejo proverbio: “todo lo que puede ocurrir, indefectiblemente ocurrirá”. El principio de plenitud nos advierte acerca de esta característica terrible. Leibniz (otro hombre) dedujo, en un mundo gobernado por dios, que del principio de plenitud se deducía entonces que vivíamos en el mejor de los mundos posibles. Este mismo principio arroja resultados terribles cuando vivimos en un mundo gobernado por los hombres, y más aun en un mundo gobernado por “ellos”. Cine, Televisión e Internet no fueron sino pasos que, según este principio, nos iban llevando por el camino de las posibilidades hacia el peor de los mundos posibles, en donde toda miseria posible se hacía efectiva con precisión matemática.
La evolución tecnológica, hecho accesorio obligado para el desarrollo del plan, debía iniciarse sin dudas ni retrocesos: cinemática, SECAM, PAL, NTSC, IPTV, de lo analógico a lo digital, la unidad tenebrosa de los satélites: toda una red que inaugurara la edad de las pantallas, de las siniestras comunicaciones virtuales y de los displays de cristal liquido. La última sombra de advertencia fué la prefiguración y el avance de los teleteatros… y entonces ocurrió: Medusa abrió los ojos y la humanidad se transformo en piedra.
Estoy seguro que la activación fué satelital y progresiva. Primero Asia, luego Europa, luego América: las bombillas del razonamiento apagándose una a una, sincronizadas en una sinfonía cuidadosamente ejecutada. Los medios de comunicación aislaban la zona elegida para el ataque, y ya no se sabía mas nada de ella. Para cuando algunos nos dimos cuenta, ya era demasiado tarde y la peste asolaba las calles o mejor dicho, los livings y comedores de cada casa.
Como dije, la peste emanaba de los televisores. No había manera de saber que televisor contagiaba la peste y que televisor no. Estoy seguro de que los teleteatros eran focos masivos de infección intencionada, un arma biológica; Mejor dicho un arma neuronal, psíquica. La peste fué sin dudas el primer ataque psíquico en la historia de la humanidad. También fué sin dudas el último pues, que yo sepa, no hay mas humanidad que la que reside en mi persona. El resto solamente duerme, come, defeca y mira las pantallas. Seguramente te preguntes, ¿Que es lo que pasan por las pantallas? bueno, lo interesante es que cualquier cosa: Desde viejos programas de la era de la televisión monocromática hasta tendency’s y reality’s shows de 20 horas de agónica duración. De hecho, en casi el 70% de las pantallas, sencillamente no se ve nada: hay un fondo azul o sencillamente interferencia, simple electricidad corriendo por la pantalla, simple radiación o emanación de la peste.
Debo, ante la importancia de los hechos, repetirme: creo de modo febril que la peste es cierta enfermedad transmitida radioeléctricamente o por frecuencia. No tiene que ver con el contenido de la pantalla, sino con la pantalla misma. Para la época en que se inicio el ataque, había un promedio de tres televisores por hogar, y prácticamente no había edificación que no tuviese una boca analógica o digital de televisión. Y con solo mirar por unos segundos una televisión infestada, el observador quedaba privado para siempre del uso de su razón, quedaba estupidizado, hecho un idiota sin voluntad. Era imposible razonar con un hombre infestado, pues prácticamente perdían el habla y parecían resumirse a sus funciones primarias y a mirar la pantalla. Yo lo he visto personalmente: en estos tiempos la gran masa de homínidos miran la pantalla hasta caer desmayados de sueño o hambre. Economía, arte, estado: todo queda sumergido a una obediencia no cuestionada. Huxley y Bradbury son, yo sé lo que te digo, mucho más grandes que Julio Verne. La realidad, por más irónico que sea decirlo ahora, se ficcionaliza, tiende a la falsificación.
Dado lo inmediato de los efectos de la peste las regiones aisladas e infestadas sucumbían en cuestión de horas sin que nadie (salvo “ellos”, claro) supiesen lo que estaba pasando. Imagino que la mayor parte de la población mundial cayó idiotizada sin siquiera saber lo que ocurría. Ese es el modus operandi que tienen, históricamente, las grandes masas para vivir los grandes acontecimientos: En la completa y más cándida de las ignorancias. Nuestra última gran catástrofe fue una hipnosis progresiva y simultánea a nivel global.
Estoy seguro que cierta frecuencia es introducida en la frecuencia cerebral normal, y que a esto le siguen todo un desencadenamiento de endorfinas, encefalinas, hormonas y demás secreciones glandulares y químicas. También, es posible que muchas de estas sustancias desencadenadas por la frecuencia cerebral no sean naturales, sino introducidas por décadas y décadas de progresiva alimentación a base de productos procesados con todo tipo de químicos y venenos encubiertos y agentes que hasta el día de hoy son completamente desconocidos. ¿Posible? No, nuevamente la lógica nos exige honestidad, y entonces me enmiendo y te digo que esto último no es posible sino necesario, exigido por la lógica interna de la serie: Sin dudas fué un paso más en el plan maestro. Estoy seguro, pero no puedo explicar cómo. Lo que sí puedo hacer y en gran parte he hecho todo este tiempo, es especular. Especulo, ergo sum hominem.
Siempre existe, cuando sucede alguna catástrofe o algo marcha mal, una irrefrenable tendencia al escepticismo o al positivismo, la cual puede resumirse en el sintagma «esto es un error», que luego se transforma en «esto debe ser el error de alguien». El chivo expiatorio, en fin. También suele sencillamente negarse la realidad. Antes de la peste, yo usaba también esas dos artimañas para escapar al terror de las desgracias. Ahora pienso diferente. Si el universo es algo totalmente ordenado en donde reina el principio de razón suficiente (que dice que todo hecho tiene una razón de ser) entonces en el reino del hombre, cada hecho humano a gran escala esta también causado según una razón. Las grandes tragedias también tienen un sentido, un objetivo. No son de ninguna manera un error, sino que son hechos ordenados en una cadena que tiene un fin directriz. No son errores, sino aciertos fríamente calculados de un sapo que salta con previsión estratégica. La peste es (esto es solamente una especulación, pero al ser una especulación del último de los hombres, adquiere alto valor) una medida eugenésica de proporciones casi increíbles. Su resultado más notorio es algo que no figuró ni en la más obtusa de las imaginaciones literarias: el sexo, ese gran motor de la vida y del arte y de la muerte, ha quedado lamentablemente abolido. Los seres humanos ya no se reproducen.
En algunos años (soy realista, como le corresponde a un ser humano, y como tal se que en este estado miserable no duraré mucho tiempo mas) la humanidad estará extinta. No hay palabras para expresar la tristeza de semejante hecho: que la humanidad, esa creadora de bombas atómicas y novenas sinfonías desaparezca junto con mi muerte. Si existe algún consuelo, además de esta carta, es el hecho de que el resto de los homínidos, de los idiotas, de los autistas, de esos impotentes sub hombres que viven en butacas y son alimentados por móviles, se extinguirán algunas décadas después. Si, se extinguirán: Realizaran el místico pasaje de la vida a la nada en un completo estado de imbecilidad. Morirán sin conciencia de su muerte, y esto (si aun hubiese hombres) daría lugar a discusiones éticas de una enormidad solo comparable a sus resultados inútiles. La sub-humanidad se extinguirá, y entonces el planeta entero quedará despoblado. No crean que pienso que «ellos» lo dominarán todo, pues, ¿que quedaría por dominar? ¿Son esta continuidad de yermos desiertos y ríos secos, de montañas voladas, reducidas a infectos agujeros, de mares tóxicos y de homínidos inútiles acaso dominios que valga la pena tener y administrar? ¿Qué provecho brinda acaso dominar a esta enorme masa de millones y millones que hoy llena inerte los teleteatros y los titánicos rascacielos? Tengo que confesártelo: No se si “ellos” aún existen… pues, la razón exige que la peste haya tenido una causa, y de ahí que sea necesario que exista un plan maquiavélico a través de los siglos. De la existencia del plan puede deducirse que hay estrategas, que hay planeadores y, en fin, que ellos existen. Todo desarrollo exige un agente desarrollador. Pero, si conoces algo de lógica, sabrás también que todo desarrollo y todo plan tiene un objetivo, un fin, al cual se orienta y por el cual todo el proceso tiene sentido y finalidad. Bien: Yo creo que la peste fue el paso final de este plan: El golpe de guadaña, la bajada del telón de la obra que se venía representando a base de medicina farmacéutica global, globalización masiva, acceso e imposición de la tecnología y destrucción progresiva de los recursos naturales. Ninguna imprudencia, ninguna ignorancia, ningún error. No puedo seguir siendo ingenuo o permisivo: Todos pasos calculados, todas acciones dentro de un planeamiento, todos efectos pensados para ser lo que fueron. El lucro fué aquí el error. Entendeme bien: no es que haya sido el lucro una causa errónea, sino que el error estuvo en pensar que el fin que “ellos” perseguían era el lucro. Sus acciones generaban lucro y destrucción, y entonces los pesimistas (que en el fondo eran demasiado optimistas) pensaron que era la destrucción para el lucro. Ahora yo veo, aunque ya demasiado tarde para protestar, que era el lucro con fines de destrucción: Si las acciones destruían era porque el fin era precisamente destruir. Si idiotizaban, el fin era idiotizar, no lucrar. Esto, que a vos puede parecerte una teoría descabellada, me muestra que estas lejos del paso final del plan que en tu época se está trazando, pues en toda época se traza un plan, y eso mismo la historia. Por lo demás, mi teoría queda suficientemente probada por el fin alcanzado: Este mundo en el que vivo, por decirlo irónicamente, es sin duda el fin logrado por su plan; y es un fin que no les reporta lucro.
Según mi modo de pensar, ocurrió esto: Luego de haber puesto un tiro virtual en el cerebro de cada ser humano, ellos realizaron un harakiri gnoseológico: Encendieron sus propios televisores, o tal vez se fueron a algún teleteatro de lujo, y todos juntos miraron por la última y más moderna de las pantallas (infestada por la peste, claro está) un largo e infinito video; Este no mostraba otra cosa que un paneo, en tiempo real, del mundo ideal, que era el mundo que su plan había logrado: El de una colmena ascéticamente televidente. Esto, por estúpido que parezca, tiene tanto su sentido natural como su sentido lógico. Respecto del natural, es sabido que la abeja y el escorpión mueren luego de usar su aguijón; y también es sabido que el último paso de la evolución es la extinción. No cabe duda de que en términos de poder y entendimiento, «ellos» fueron sin duda los seres humanos más evolucionados. No cualquiera traza semejante plan de eugenesia y exterminio a lo largo de dos siglos. «Ellos» no eran para nada unos improvisados, y hay que reconocerles que su dedicación e ingenio sólo es comparable a la parálisis religiosa del Medioevo. Respecto a su sentido lógico, solo diré que finalizado el desarrollo o el plan, nada exige que el agente o planeador deba seguir activo. De ahí se infiere, mi querido lector y última esperanza, que si bien puede ser que ellos aún estén vivos (con esto me refiero a que puedan aún pensar, a que no estén contagiados), nada lo exige y, en última instancia, yo no tengo manera de saberlo. ¿Pero yo estoy aquí, escribiendo esto, verdad? he observado las ciudades desde la periferia del bosque, y no parece haber llegado ninguna patrulla militar o paramilitar de reconocimiento, de modo que a nadie le interesa o le preocupa ver los resultados del plan de cerca. Entonces o una de dos, o «ellos» son demasiado soberbios y confiados, tanto como para no verificar cara a cara los resultados del plan (quizás tengan cámaras satelitales) o tal vez es que ellos estén también apestados y estupidizados, mongólicos, pudriéndose poco a poco en alguna butaca de teleteatro.
Así las pantallas, con su patético fondo muerte de tonalidad verde o azul, continuarán encendidas, regando la peste en oleadas de ondas de radio. Regarán, mientras reciban suministro eléctrico, continuamente la peste, en la búsqueda de algún ser pensante como yo, que por error o por astucia haya escapado al plan. Continuarán eternas captoras del pensamiento, esperando la evolución de los monos o de los ratones.
Fin
Muchas gracias a maria Celeste por esta historia, y mucha suerte.
