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Hijos de Oggun

Vuelve a nuestras páginas nuestro amigo Narzoglius quien nos ha regalado con varias historias interesantes en el pasado. Con esta historia está participando en el Desafío del Nexus de Mayo:

En el salón subterráneo del enclave Fort Guaso donde entrenaban las Tropas Especiales, se llevaba a cabo el examen de graduación de combate cuerpo a cuerpo. Era aun de madrugada. Treinta y siete soldados de un inmaculado uniforme gris permanecían firmes en una formación rectangular dentro de la cámara.

El salon era tan espacioso como el hangar donde almacenaban los aviones. En el suelo de metal se observaban huellas de esteras de tanques. Las paredes enchapadas en acero formaban una superficie curva. El aire frio y húmedo olía a combustible.

A unos metros del pelotón de soldados unos diez oficiales estaban sentados detras de una mesa improvisada.

—Teniente Romero Ignacio! resonó de pronto una voz inarmoniosa y muy clara, a través de un altavoz —Preséntese!— exclamo el más viejo de los oficiales mientras observaba con detenimiento el expediente del aspirante.

Del conjunto de soldados salió un joven mulato de mediana estatura y cuerpo delgado. Lo seguían miradas y murmuraciones positivas de aliento.

—¡Teniente Romero! —repitió el muchacho. Luego se acerco a unos pasos del anciano y ejecuto el tradicional saludo militar.

—Escriba su nombre completo —agrego el hombre, esta vez cubriendo el micrófono mientras le extendía un papel impreso al soldado.

El teniente se aproximo a la mesa y comenzó a leer en voz baja el documento.

—Es el acuerdo de responsabilidad —Intervino impaciente otro de los oficiales. Tenía cara de intelectual y llevaba en el brazo de la camisa la añorada etiqueta Hijos de Oggun.

El muchacho tomo entonces un bolígrafo de entre un puñado que había dentro de un vaso y escribió su nombre en el espacio destinado a la firma. Luego el anciano reviso el papel.

—Escoge una de las boletas —volvió a interrumpir el oficial de la esquina.

El teniente asintió y tomo una boleta de entre una docena dispersas sobre la mesa. Un código de barras se extendía al dorso. Sin perder un segundo se la extendió al impaciente oficial de la Orden Orisha.

—Doce B —dijo el oficial mientras apuntaba con el laser de un pequeño dispositivo electrónico al código de barras.

Ignacio se retiro entonces hacia una de las puertas en el muro lateral. Un oficial con cara de aburrido lo esperaba dentro de lo que parecía un pequeño almacén.

 

—Adelante, vamos a vestirte adecuadamente para la ocasióndoce B —murmuro

Un cuarto de hora después regreso al salón. Iba vestido con una milenaria armadura de acero. Los ojos de todos se posaron sobre él. Se movía más despacio y firme.

—Hoooaaa! —Grito alzando una espada corta con la que luego comenzó a golpear el escudo de metal que llevaba en su brazo derecho.

—Hoooaaa! —Todos los soldados gritaron

Desde el laboratorio de ingeniería, en alguna de las habitaciones laterales, se activo el manipulador de cuerdas espacio-temporales y un silencio cósmico envolvió el recinto. El muro trasero se volvió difuso como un espejismo y el muchacho corrió hacia él, disolviéndose en una nube de vapor.


Del otro lado había un valle entre dos montanas. Le tomo unos segundos acostumbrarse a la luz intensa del sol. Debía ser medio día. Fue entonces que escucho las voces bajar de las elevaciones. Dos ejércitos yacían en las cimas. Una Guerra se estaba gestando.

Y empezo a salir de los campamentos de los filisteos un campeón por nombre Goliat de Gat, de una altura de seis codos y un palmo. Y había sobre su cabeza un yelmo de cobre, y llevaba puesta una cota de maya, de escamas superpuestasY había grebas de cobre más arriba de sus pies y una jabalina de cobre entre sus hombros

El teniente apretó la espada, golpeo el escudo y corrió hacia el gigante que gritaba un desafío

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