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Crónicas del Viajero: Amerit y Fibrit

El último escritor en obsequiarnos un relato para nuestro Desafío del Nexus de este mes, es Gabriel Muñoz T. Quien nos escribe desde Chile, y nos complace con una clásica historia de Fantasía:

Crónicas del Viajero: Amerit y Fibrit

Adghar es una región de densos bosques templados. Al norte, colindante con las montañas es común ver abetos y cipreses conviviendo con grandes arbustos que mantienen el verdor a lo largo de todo el año. Bajando hacia el sur y siguiendo la rivera del arroyo se coronan helechos y sauces, cada uno por su propio lado del río como si hubiesen escogido bandos hace décadas y continuasen una silenciosa tregua. En cierto punto, donde la sierra parece rendirse, el río se separa en dos afluentes que conectan con el mar y separan las tierras en 3 reinos, donde el tercer actor no es otro que el pino. A diferencia del resto de la región este sector no posee un bosque propiamente tal, sino que una plantación de la que dependen Amerit y Fibrit, los dos pueblos que habitan ese sector. Si visitan ambos pueblos lo notarán de inmediato en sus cabañas, su carpintería, su ebanistería, su artesanía, su papel y sus pequeñas embarcaciones, las cuales no pueden aventurarse muy lejos de la costa limitando la pesca y la exportación debido a que, como todo, están fabricados con pino. El pino puede ser fantástico en muchos aspectos, pero no en todos ¿Entonces por qué no utilizar la riqueza de sus bosques para suplir las debilidades del pino?

Esto se debe a un tratado mediante el cual se les permitió a los humanos vivir en esas tierras gobernadas por elfos, y a pesar de que hace décadas no se ven elfos en esas tierras ni los peligros que llevaron a los humanos a buscar refugio, seguía respetándose el acuerdo de no internarse en esos bosques, mas los humanos comenzaban a sentirse ahogados, inconformes y atados a un pacto en el que ya no veían beneficios.

Deben entender que la vida humana no es más que un suspiro en el tiempo para los elfos, por lo que un tratado que sigue fresco en sus memorias, para nosotros puede llevar generaciones secándose en el olvido. Es por ello y debido a las noticias de pueblerinos que se aventuraron a los bosques y fueron hallados muertos que mis pies recorrieron esos parajes. Necesitaba interferir.

Verán, vivimos una época de aparente armonía y prosperidad, que ha permitido que los humanos nos multipliquemos, creando una falsa ilusión de seguridad y gobierno sobre las tierras que pisamos, olvidando que en tiempos de paz las otras razas de seres -al igual que la mayoría de los animales- solo se dedican a sus asuntos en sus tierras y hogares, y que no seamos capaces de verlos no significa que debamos asumir que dejaron esta región o se extinguieron. No iba a permitir que creciera un rumor que debilitara la alianza entre los humanos y las criaturas mágicas… así que evítenme volver a hablar de cómo deben gobernar y déjenme iniciar el relato.

Después de darle tregua a mi montura, baje la montaña siguiendo el río, internándome en los salvajes bosques, pero sin alejarme del afluente, el cual al igual que los lagos es tratado como territorio neutral en regiones élficas y siendo el viajero solitario que era no tenía intenciones de alejarme de la única fuente de agua que conocía en aquellas tierras. Los dos días que recorrí el “reino” de los sauces me llamó la atención la falta de sonidos animales, como los trinos de las aves y la creciente floración cuando aún estábamos en épocas lluviosas. Si algo caracteriza a los bosques elfos, es la sensación de estar congelados en el tiempo, como si compitiesen con ellos mismos por cual de ambos eran más eternos, por ello estos detalles me hicieron temer lo peor, dado que no solo los elfos podían estar en peligro o sencillamente se habían ido, si no que los pastores del bosque permitirían por omisión o intencionalmente que se perdiera gran parte del sotobosque por su descontrolado crecimiento o falta de depredación… Levanté mi improvisado campamento para continuar el viaje, mi curiosidad me había hecho perder un día entero y con pesar debía dejar atrás ese misterio. A medida que los pinos comenzaban a alzarse del otro lado del arroyo el fenómeno que creí ir dejando atrás no hacia otra cosa, sino que volver a presentarse llevándome a lucubrar un sin sentido de teorías donde la presencia del hombre podía o no explicar el comportamiento. Entonces, distraído en mis pensamientos me encontré lejos del río, en un sector sin florecimientos y donde los musgos bajo los árboles indicaban que la tierra estaba siendo envenenada. Que torpeza la mía y que falta de sensatez al culpar de inmediato a los hombres por un crimen donde no tenía pruebas, sino que solo mis prejuicios, mas no tuve tiempo de desarrollar mi hipótesis, dado que a lo lejos un pequeño grupo agitado llamó mi atención. De inmediato conjure el Feth Fiada, una suerte de camuflaje que me permitió acercarme lo suficiente para dar con ellos, los causantes del envenenamiento: Fomoris. Una raza de guerreros aún más arcaicos que los elfos y que si se temía que estos últimos estaba desapareciendo, los Fomori ya deberían estar extintos.

Estaba impactado e incrédulo, pero no podían ser nadie más que ellos; Las pieles oscuras, las tribales marcas rojas en brazos y pecho, las grandes espadas negras, los más de 2 metros de altura de cada uno de ellos y por supuesto su caminar descalzo… Las tierras pisadas por los Fomori perdían su fertilidad y vida. En fin, el grupo era pequeño, solo seis de ellos y no podía ser más grande que eso, de otra forma el bosque estaría más muerto, así que permanecí escondido extendiendo mis sentidos tanto como pude a través de la vegetación con tal de no acercármeles, y es que desconocía cuan efectivo podía ser mi camuflaje en ellos. Entonces sentí a otros dos seres junto a ellos, quienes habían escapado de mi vista y apenas y los alcanzaba, pues la vida se les escapaba como a mi la oportunidad de ayudarles.

Antes de que se me adelanten, no, no eran humanos y si, los Fomori habían estado causando las muertes de los pobladores, aunque ni Amerit, ni Fibrit eran sus objetivos o corrían peligro alguno… al menos hasta ese entonces.

Los guerreros cargaron a sus rehenes y comenzaron a caminar hacia el interior del bosque, lejos de los sauces a una zona donde claramente su tóxica presencia no había sido sentida aún. Les seguí lamentándome a cada tanto por no dar con algún ave que sirviera para mis propósitos o no tener trato alguno con las criaturas feéricas y fatuas que pudiesen habitar el lugar, aunque el fin de los Fomori me era claro; Buscaban a los elfos. Para ser exacto, buscaban la ciudad, pero hasta ese momento no había visto que sus rehenes y suerte de guías era un par de vigías elfos.

Después de un largo camino los árboles se abrieron frente a mi formando un hermoso claro en el bosque, que sin duda y en cualquier otra ocasión invitaba a la lectura estelar. Abandoné el trote en ese momento, rodeando a las criaturas mientras torpemente escalaba un abeto, lugar que me permitió ver a lo lejos y vestidos bajo brillantes armaduras a un escuadrón de elfos armados, quienes sin darle tiempo alguno a sus enemigos dispararon sus flechas. Las saetas luminosas atravesaron el cielo nocturno opacando a las estrellas más débiles hasta alcanzar los cuerpos de sus objetivos donde se extinguieron sin causar daño alguno. La gruesa piel de esas criaturas conocía pocas cosas que fuesen capaz de herirlas. Entonces los Fomori cargaron, sin gritos de batalla, sin abandonar a sus rehenes que llevaban atados al cuerpo y sin crear aberturas entre ellos. Sin duda eran guerreros de Elite, sin duda los elfos estaban en problemas.

Desde mi escondite observé como esos gigantes atravesaban el claro en cuestión de segundos a pesar de tratarse de cientos de metros de separación, observé como un grupo de la armada se adelantaba para recibir la carga formando un triángulo con sendas lanzas como quien recibe a la caballería enemiga. Observé como dos de los Fomori lanzaban a sus rehenes contra el comité de bienvenida antes de caerles encima. Entonces me erguí, el claro tenía la forma de un prisma y los macizos árboles se apiñaban los unos con los otros impidiendo que cuerpos tan grandes como los de los invasores pudiese huir hacia los costados. El misterio de los Pastores de Bosques estaba resuelto, pero la forma que le habían dado al lugar planteaba otra interrogante. Descendí y corrí como pude hacia el vértice más lejano, llevado por un impulso que asfixiaba mi pecho, como si algo captado por mis sentidos empujase a mi subconsciente hacia ese lugar, hacia esa batalla. Dudé y temí -con justa razón-, ya que un Bard no es adiestrado para tales hazañas, y si bien portaba una espada y podía defenderme, mi maestría estaba al nivel de una pelea de bar… pero continúe hacia el frente, atravesando los árboles, adentrándome en una trampa que no era para mí, albergando una esperanza que pendía de un hilo, pues no quería hacer enemigos en ninguno de esos dos temibles bandos.

En ese instante, la vi. Mis esperanzas se convirtieron en temor y mis temores en esperanza, y es que al otro lado del prisma se encontraba Anianka Tokarev, una de las más grandes sacerdotisas del reino de los elfos, protagonista de épicos cánticos de esos que de retoño te ayudan a conciliar el sueño. Otro misterio resuelto me dije luego, dado que el apresurado crecimiento de un lado del bosque era resultado del combate de Anianka con el veneno Fomor, mas en ese instante donde mi cuerpo se movía por sí solo, mi consiente viajaba al pasado, a otras tierras donde un mocoso entrometido, similar al que corría hacia su muerte esa noche, presenciaba un rito de pureza y oda a la Luna, una ceremonia sagrada cuya intromisión se pagaba con sangre, sangre que fue derramada de la blanca y etérea piel de un sacerdotisa elfa, quien al ver al chiquillo, el que sin malicia o mala intención terminó en el secreto lugar, salvó su vida… ¿Cómo no prendarse de un ser casi divino que vulnera su inmortalidad por un simple mocoso?

La armada élfica estaba casi derrotada y a mis ojos el ritual estaba incompleto. Anianka necesitaba tiempo, así que me envalentoné canalizando la energía aun latente en la tierra lanzando hacia los gigantes un conjuro de luz para luego esgrimir mi espada con el que me pareció el más cercano a la sacerdotisa… Mi heroico acto duró tanto como mi espectacular entrada, ya que solo instantes más tarde mi arma quedó hecha añicos y mi pecho se tornó en un geiser que se fue apagando lentamente, así como fue consumiendo la oscuridad a mi conciencia.

Desconozco si desperté la tarde siguiente o si fueron días los que estuve sumido en sueños, lo único claro es que estaba fuera de peligro y los Fomori habían sido derrotados. Como no, si al despertar me encontré en el río, en un sector donde las aguas formaban un pequeño embalse muy cerca de los asentamientos humanos, alimentado y con mis heridas cicatrizadas. Por supuesto que luego de visitar los pueblos, contarles mi historia y mediar por la fidelidad al tratado -con promesas de modificación- fui al bosque de los sauces encontrándome con que rebosaba de vida y poseía esa característica de que todo se movía a un ritmo tan lento que aletargaba mis sentidos. Sin duda alguna la vida humana se hacía notoriamente más corta estando ahí. Lo que confirmó mis iniciales sospechas del resultado de esa noche. ¿Elfos? No volví a ver ninguno en toda la región ¿Fomoris? Aún quedaban vestigios de su paso, pues habían acampado por semanas asaltando vigías y guerreros, pero no volví a saber de ellos y espero que siga así.

¿Por qué les cuento todo esto y con tantos detalles? Depongo de mis labores y beneficios y como ya os dije… puedo ser un suspiro en la vida de ella, pero para mí ese suspiro durará una eternidad. Además, cuando desperté encontré una invitación, un pañuelo de élfica costura. Volveré a encontrarla mañana o en diez años… no importa cuánto tarde.

Siempre seré su chiquillo entrometido.

Fin

Autor: Gabriel Muñoz T.

Muchas gracias a Gabriel por esta historia, me trajo gratos recuerdos de otras aventuras similares que leí o jugué ya hace tiempo.

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