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Colosal de Rafael Figueredo

Colosal

Desde Caracas, Venezuela, nuestro amigo Rafael Figueredo nos envía su historia «Colosal» que quedó finalista en el concurso Sweekstars. Espero que la disfruten:

Colosal

Autor: Rafael Figueredo

 

Era en verdad grande, muy grande. Tan grande que medía unos cuantos megaparsecs y sus grotescos tentáculos podían llegar a extenderse hasta los confines más remotos del universo. Acababa de despertar de un pesado sueño de seis mil millones de años. Y aunque le dolía la espalda por la incómoda postura en la que había decidido hibernar; al menos esta vez no lo embargaba la culpa, como en otras ocasiones en las que sin fijarse se había dado la vuelta durmiendo, y había acabado con centenares de mundos y civilizaciones. Al principio se sintió un poco fuera de forma debido al sedentarismo, pero como por ahora no podía hacer mucho al respecto decidió postergar ese tipo de preocupaciones. Tenía hambre, muchísima hambre. No comía bien desde que el universo era más joven: hace algunos billones de años, cuando se dio cuenta de que dentro de esa inmensa cantidad de suculentos cúmulos de galaxias existía una innumerable diversidad de formas vivientes. En ese entonces decidió renunciar a alimentarse de galaxias y comenzó a hacerlo, si acaso, de las nubes de polvo interestelar. Pero eso apenas le calmaba el apetito; y por ello profetizaba que, en el fin de los tiempos, llegaría un día en el cual perdería el control por completo y terminaría devorando a todo el universo.

 

Ser tan grande tiene sus desventajas; por ejemplo, nunca estás del todo seguro que ocurre con las partes más alejadas de tu cuerpo. A veces, cuando se le quemaba la punta de un tentáculo, podían pasar millones de años hasta que se daba cuenta; y aunque sus reflejos eran muy rápidos, tardaba muchos millones de años más para moverlo de posición. La simple presencia de su cuerpo afectaba la dinámica de los grandes conglomerados de galaxias, y su masa deformaba al mismísimo espacio-tiempo. Cuando era joven le aterraba pensar que, por culpa de su tamaño, la expansión cosmológica se frenaría y el universo terminaría colapsando. Hoy, en cambio, le parecía trivial afirmar que la expansión del universo continuará, y que se hará cada vez más rápida hasta que todo lo que exista, incluso él, termine disgregándose para siempre en el vacío. Al final sólo quedará un mar de fotones muertos apagándose.

 

Tenía la certeza de ser la criatura más grande del universo —El Gran Atractor, lo llamaban algunos—, había buscado por todos los confines y no había encontrado a ningún otro ser comparable a su tamaño. Sin embargo, sospechaba la existencia de una entidad superior la cual habría creado el universo por un acto fortuito. ¿Pero con qué propósito? Si existía alguno no lo había logrado descubrir. Civilizaciones enteras, provenientes de muchas galaxias, descartaban sus argumentos ante la falta de evidencia de una hipótesis tan radical, pero no sería la primera vez que habría demostrado tener la razón con proposiciones igual de improbables incluso ante seres con múltiples inteligencias más evolucionadas que la suya. En cierta ocasión, por ejemplo, propuso que era plausible la existencia de vida basada en Carbono, y muchos lo tomaron con incredulidad: “¿De Carbono, dices? ¿Materia hecha de protones y neutrones? ¡Es imposible! Es evidente que la radiación destruiría a cualquier intento de formación de un organismo”. Mientras que algún otro interlocutor  experto en el tema agregaba que:  “Hay muy poca proporción de materia bariónica en el universo. ¡Simplemente es imposible!”

 

Sin embargo, su intuición le decía que estaba en lo correcto. Y como era muy inteligente, se propuso hacer un intento de demostrarlo. Para ello, nuestro inmenso amigo decidió escoger un objeto estelar con un disco planetario todavía en transición, en una pequeña galaxia espiral que escogió al azar. Era una protoestrella que no tenía nada de particular. Logró sintetizar algunos compuestos de Carbono para enriquecer el polvo del disco planetario ¡Y listo! Sólo quedaba esperar que el paso del tiempo jugara su papel. Como le daba flojera esperar, y se sentía tan agotado después de hacer él solo todo ese trabajo, decidió hibernar por unos cuantos miles de millones de años.

 

Pasaron los años y la estrella comenzó a fusionar hidrógeno en su núcleo. Poco a poco el disco de polvo se convirtió en un pequeño sistema planetario. Los planetas interiores se enfriaron. Se formaron  atmósferas, precipitaciones y océanos. En el agua moléculas de Carbono, Oxígeno y Nitrógeno comenzaron a reaccionar. Y de repente ocurrió: ¡El primer organismo unicelular! Los años siguieron pasando y los organismos fueron evolucionando a formas cada vez más complejas. Un largo intervalo desde el paleoceno al pleistoceno, de éste al holoceno, y así consecutivamente.

 

Cuando despertó vio que no sólo había tenido razón y que su intento de crear vida basada en Carbono había sido exitoso. Quedó asombrado por sus resultados: En el tercer planeta más cercano a la enana amarilla, no sólo habían surgido miles de nuevas especies sino que incluso una nueva civilización. ¡Y a pesar de que no estaban hechos a su imagen y semejanza, consideraba a los seres humanos criaturas de las que se sentía particularmente orgulloso!

 

Aunque algunos de ellos dudaran de su existencia

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