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Castigo de Elfo (Concurso)

Elf by ~takeyourhatred on deviantART

Ya me estaba preguntando cuando recibiría el próximo cuento para el concurso, y la respuesta ha llegado a través de un escritor Cubano, el Lic en Radioquímica, Luis Enrique Asencio López también conocido como Narzoglius, y su cuento es:

Castigo de Elfo

Autor: Narzoglius

El suelo del túnel de basalto está cubierto de agua y aquello le da dificultades para caminar. Al descender por la garganta de roca la corriente se incrementa. El elfo se arrima a la orilla, al final del pasillo. La superficie está un poco resbaladiza pero no le impide subir hasta una hendidura en la pared. El agua salta al abismo desde el borde del túnel que termina en una caverna de límites indistinguibles. El espacio es tan grande que provoca la sensación de estar la intemperie, una noche sin estrellas. Él ha escuchado antes sobre este lugar que ha trascendido en el tiempo suscrito a algunas leyendas como el Estómago de la Bestia: es el Agujero de los Parias.

Solo debe descender hasta el fondo. Allá abajo lo espera la ciudad tallada de Nabuzarradan: la ciudad maldita de los exiliados; cobijo de ladrones, asesinos, bandidos,… que estarían deseosos de arrebatar la vida de un elfo.

Los dioses del bosque son los más odiados por las criaturas de la oscuridad. Precisamente ellos han expulsado a todos sus enemigos hacia el interior de la montaña, como a él. El Imperdonable con el que ha sido marcado su espíritu inspira temor, pero no puede garantizarle la vida; además, constituye una vergüenza.

Dackzoll d’ Lott es un príncipe elfo que ha sido humillado. Le han quitado su honor por asesinar a un mortal: la reina Elizabeth. Ella fue la criatura más deslumbrante, por su extrema sencillez, que el conoció. Recordarla le hace olvidar el exilio; el olor a azufre que emerge del fondo del abismo, los trabajos forzados en las minas de obsidiana…

Él había salido por unas yerbas mágicas cuando la vio por primera vez en el bosque, casi un siglo atrás. Al principio la confundió con un hada, pero distinguió su error ese mismo día. Ella no tenía alas, ni aura, sin embargo era tan hermosa como un niiffón silvestre (flor divina). Poseía unas orejas pequeñas y huía aterrorizada de un fauno, lo cual era bastante insólito. Lo primero que se le ocurrió en aquel entonces fue ayudarla. Hubiese bastado con interponerse entre los dos para que la bestia desistiera. Cualquier criatura del bosque se hubiese detenido antes que enfrentar a un elfo. Pero él no solo se interpuso. Se transformó en un elemental arbóreo y exhaló un alarido que apagó por un momento el latido de la naturaleza. El fauno despareció horrorizado.

Ella lo llevó después hasta un hueco entre la maleza, en la ladera de una pendiente. Allí encontraron inconsciente el cuerpo del segundo hombre que él vio en su vida. Estaba acostado sobre un charco de sangre negra y una flecha de Zatano (árbol venenoso) le había atravesado el torso. Él no podía curarlo, por eso lo llevó hasta el santo reino de Naradur donde habitaban los elfos. Nunca olvidaría las palabras que su mentor, el druida Drull d´ Ashmir, pronunció en élfico antiguo, al verlo entrar a la ciudad acompañado de dos mortales: ¡ak jigbarack dum! (Has insultado a la naturaleza).

Naradur era solo para los dioses…

Dackzoll d’ de Lott ya no es un dios. Fue expulsado del bosque por sus semejantes después de ser juzgado por asesinato, además de que fue marcado su espíritu como a los que merecen morir. Tiene montones de discrepancias con su conciencia pero desde el inicio estuvo de acuerdo con el castigo. Es por eso que ha venido hasta aquí.

Desde su altura, en la roca, sus pensamientos fluyen con el caudal de una tormenta.

Aquel pecado suyo salvó la vida del rey William. La sangre del monarca fue descontaminada milagrosamente y días más tarde, la pareja real fue escoltada hasta sus tierras por la cofradía de Trok, el duende.

Los hombres debían ser olvidados, pero no fue así. Dackzoll fue seducido por el amor que Elizabeth mostró hacia el rey, y deseó que ella lo amase de la misma forma. Durante muchos días y noches permaneció abstraído, contemplando el horizonte. El dolor y el amor de la reina lo habían atrapado. Fue por eso que poco tiempo después de la llegada del otoño, decidió dejar el bosque. Un pedazo de luna lo guió hasta la Ciudad Blanca donde vivían los hombres. En una de las mil torres encontró la alcoba real donde ella dormía apacible. Sin darse cuenta sus manos se deslizaron por su rostro y parte de su aura fluyó hasta el alma de la reina. Esa noche un dios tocó a un mortal.

El pecado le costó la censura de su pueblo y una remisión a la orden de Los Pastores de Unicornios, quienes debían encargarse de la corrección del elfo. La primera lección lo condujo a la montaña Migón, donde reinaban los enanos. Allí Drull d´ Asumir maldijo al rey Zabulón por esclavizar a las criaturas del territorio. El enano enfurecido asesinó al maestro con un Hacha Impura iniciando una batalla en la que murieron media docena de elfos y un centenar de enanos de la guardia real. Ese día el príncipe Dackzoll se convirtió en esclavo.

El recuerdo de las minas duele cada vez que se le presenta. Setenta años de trabajos forzados nunca se alejan lo suficiente de la memoria. En ese período lo que más lo afligió fue la sospecha de que no volvería a verla con vida. Los hombres tienen la extraña costumbre de morir.

El reino del dictador enano terminó el día del holocausto. Ese día se cumplió la profecía de Ashmir. La montaña despertó con el sol y se sacudió. El lago, emplazado en el cráter, fluyó por las laderas agrietadas de la elevación y sepultó la ciudad de obsidiana. Miles de criaturas murieron ese día. Incluyendo al rey Zabulón que fue ahorcado por unos rebeldes.

Dackzoll fue en busca de Elizabeth en cuanto estuvo libre de las cadenas que lo aprisionaban. Ni siquiera se dio cuenta de la sonrisa de la ninfa que cortó el acero hechizado. Su cuerpo estaba muy débil pero su espíritu no. Estaba cubierto del polvo de las excavaciones y de hollín de la fundición. La llaga que le dejó en el cuello la argolla estaba cubierta de sangre coagulada y jamás le sanó.

Cuando llegó al reino de los hombres se celebraba una boda en el palacio. La reina, había sido bautizada como la Dama Esplendora y estaba a punto de casarse por tercera vez. No había envejecido ni un solo día.

La ceremonia se detuvo con su llegada. Todos los presentes enmudecieron con los ojos desorbitados cuando un pájaro del tamaño de un caballo irrumpió por una de las ventanas del salón. Aún tenía plumas en el cuerpo cuando se dirigió al altar. Ella retrocedió aterrorizada mientras el novio le cerraba el paso al elfo con una espada.

Dackzoll fue rechazado por ella sin estar listo. La deseaba tanto como un enano ama un lingote de Mithril, quizás por eso no estaba dispuesto a compartirla y le quitó el hechizo frente a todos los presentes.

Ella envejeció hasta morir al instante y él regresó al bosque. Los dioses le dieron la espalda y su cuerpo comenzó a hervir. Sufrió el dolor de las llamas que le quemaron el alma hasta que se acostumbró. Hasta que su espíritu cicatrizó y le dejó el estigma Imperdonable. Estaba listo para enfrentar el castigo de las sombras sin morir, aunque ahora era un mortal.

En la oscuridad de la caverna sus manos brillan. Sucede siempre que recuerda el contacto con la piel de ella. La luz que desprende le revela la marca inducida a su identidad: el Imperdonable torna difusa su forma y da la impresión de que su cuerpo hierve.

Tan ensimismado está sobre la roca que no escucha los pasos de aquel que lo sigue. El asesino es muy prudente y se acerca en silencio. La hoja de la espada que sostiene no brilla, está envenenada con la sangre de algún demonio. Dackzoll está en peligro.

Deja escapar una tos cuando la punta de acero negro le atraviesa el tórax. Su cuerpo se desploma sobre la piedra y el dolor a penas perceptible ahora se incrementa. Crece como un río que lo ahoga. Es un dolor punzante, un latido que lo aguijonea. El rostro del asesino ahora se muestra. Se acerca al suyo hasta sentir casi su dolor. Es un hombre que llora. Sus lágrimas caen sobre la cara sucia del elfo. Lleva la corona de un rey.

Después de unos minutos el asesino se aleja. Pero Dackzoll está consciente. Su cuerpo ha muerto, pero su alma está encerrada en el cadáver. El dolor es insoportable. Ha comenzado el castigo de los dioses.

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