La Cueva del Lobo

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Nuestro amigo Antonio Caaveiro, quien es un miembro importante de nuestro comunidad y ha participado en los dos concursos anteriores, nos envía su participación para el actual concurso, con un curioso nombre en binario:
Binario
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A                                       r                                       t                               e

Aquella figura avanzaba sobre la árida llanura humedecida, indiferente a la constante lluvia que caía sobre él y empapaba su musculoso cuerpo desnudo. Mientras caminaba con paso rápido, un gigantesco tigre blanco se acercó por su espalda y al llegar a uno de sus flancos, comenzó a caminar con cuidado a su lado.
Con una inclinación de cabeza a modo de saludo Tigre dijo:
–          Llevo buscándote varios minutos, ¿por qué te has marchado de tu ciudad?
–          Si siguiese allí tendría que soportar a historiadores, psicólogos, médicos…-, respondió Hombre molesto -. No me dejarán en paz hasta que me muera.
–          No digas eso, aún te quedan muchas décadas por delante-, intervino Tigre.
–          Ya no soy joven, viejo amigo-, farfulló cansado-. No sé por qué me aferro a esta vida improductiva. Da igual lo que intente, siento como si nada de lo que haga sirva para algo.
–          ¿Y eso qué más da? Tú eres el Custodio de La Última Esencia.
–          Poética forma de decirlo-, dijo Hombre molesto-. Pero eso no cambia que hayan vuelto a denegar lo que solicité…
–          ¿Crear algo material? ¿Para qué? -, rugió Tigre intrigado-. No tiene ningún sentido y lo sabes.
Hombre lo sabía. Lo mantenían cuidadosamente enjaulado y bajo el atento cuidado de más de cien mil especialistas, los mejores en cada uno de sus campos. Lo colmaban de atenciones y comodidades, tratando de obtener de él las respuestas que tan desesperadamente se les resistían. Pero todos esos cuidados no sabían cómo satisfacer aquel peso que ni siquiera él podía identificar y que siempre lo acompañaba, pese a la medicación que sin duda le suministraban.
Se detuvo en lo alto de una loma cercana y contempló las eternas llanuras de roca y metano líquido, tal y como podían verse en Titán. Notaba indiferente como las gélidas gotas de metano resbalaban sobre su piel desnuda y percibió el amargo olor del cianuro que abundaba por doquier. Le gustaba la aridez de aquella distante luna, tal y como había sido, pero Tigre le había recordado sus inquietudes y Titán ya no era el mejor lugar para mitigarlas.
Con el mero pensamiento se vio transportado y en menos de un segundo se materializó en un floreado campo de tulipanes, con molinos de viento girando a sus espaldas. Hombre notó como el calor del sol incidía calentando su pecho y el viento refrescaba su espalda mientras el fragrante aroma de los tulipanes lo excitaba. Con otro breve pensamiento, dos de sus perfectas y sensuales muñecas se materializaron desnudas frente a él.
Mientras rodaban entre las flores, aplastándolas y levantando nubes de polen, un viejo recuerdo ocupó su mente mientras su cuerpo se movía sin control y disfrutaba de los cuerpos imposibles de sus amantes virtuales.
 
–          Me temo que soy el portador de malas noticias, Hombre-, dijo Portavoz. En su cara se reflejaba una profunda preocupación y una tristeza inconmensurable-. Mujer ha muerto.
–          ¿Qué?-, dijo Hombre sorprendido-. ¿Es eso posible?
–          Me temo que sí. Falleció mientras…
–          No me interesa-, comentó Hombre poniéndose de pie y saliendo de aquella sala virtual.
No lo pretendía, pero sin darse cuenta se encontró corriendo por las desiertas calles de la ciudad. Así lo estaban por su expreso deseo mientras que su subconsciente creó las nubes que se cernieron entre los descomunales rascacielos y descargaran el frio manto de la lluvia sobre él. Pero siguió corriendo.
Rompió bancos, escaparates y farolas. Gritó y lloró sin cesar. Corrió durante horas sin cesar. Cruzó las amplias avenidas y las estrechas callejuelas. Saltó sobre vallas y entre el abismo entre las azoteas de los edificios. Rodó por el suelo y descendió por cualquier asidero que pudo encontrar.
Pero no se cansó y siguió corriendo durante días, hasta que un chillido lastimero llamó su atención. Con las lágrimas aún resbalando por su mejilla se acercó a un callejón y, entre unas viejas cajas de cartón humedecido y casi desecho encontró un cachorro de tigre blanco siberiano.
Era obvio que se lo habían enviado como consuelo. Un gesto estudiado y meditado de sus carceleros y cuidadores. Por la mente le cruzó la idea de retorcerle el pescuezo a aquel cachorro y negarles la posibilidad de apaciguarle… de todas formas no era real. No era más que otra IA que habían introducido en el cuerpo de un felino extinto.
Pero cuando sus manos se aferraron entorno al minúsculo cuello, vaciló y comenzó a llorar de nuevo por Mujer. No sabía a donde había ido ni que le pasaría a su Esencia, pero ya no estaba con él y eso lo deprimía. El tigre giró la cabeza y con los ojos aun cerrados, le pasó la rasposa lengua por su mano.
Suspiró y las lágrimas cesaron de brotar de unos ojos que en realidad no eran suyos, y acarició con suavidad el suave pelo de su nuevo compañero mientras se trasladaba a una granja donde le consiguió leche tibia que en realidad Tigre no necesitaba.
 
Paseaba tras las almenas de la Larga Muralla De Los Diez Mil Li, tal y como había sido durante su ampliación en la dinastía Qin. Los soldados chinos desfilaban algo desharrapados a su lado, indiferentes ante su presencia y mucho más preocupados por el cansancio de la batalla que acababan de afrontar con las fuerzas de las tribus Xiongnu.
Tigre caminaba lentamente a su lado y movía la cola contoneándose indiferente y no pudo evitar comentar:
–          Nunca he entendido a tu raza, sobre todo por las sangrientas luchas sin sentido en las que se embarcaban tus antepasados.
–          Pues esta solo ha sido una escaramuza menor-, dijo Hombre sin apartar la mirada de las almenas de la muralla.
Con la mera curiosidad, su mente se llenó con los nombres, participantes, bajas y demás detalles de todas las batallas de la historia. Pensó brevemente en visitar las mayores atrocidades y carnicerías cometidas por la humanidad, pero desistió. No quería visitar de nuevo las Termopilas, Monte Casino o las ruinas de Verdún, Stalingrado o Base Tycho.
Sin embargo se materializó en medio de la Galleria dell’Accademia de Florencia y comenzó a vagar por ella mientras la historia y curiosidades de cada una de las esculturas que allí se encontraban ocupaban su mente y lo entretenían.
–          Fíjate en eso. El David de Miguel Ángel-, dijo con orgullo Hombre mientras trepaba al pedestal y palpaba la lisa superficie del mármol blanco de su pierna.
–          Eres igual que esa escultura-, dijo el tigre sin darle más importancia-. Has escogido un buen referente de la perfección humana como avatar.
–          No puedes entenderlo-, dijo sentándose tranquilamente entre las piernas de aquella perfecta representación-. Fíjate en la calidad de los detalles, la perfección de las curvas…
–          No tiene vello ni poros… no es un modelo tan perfecto como tu avatar.
–          Miguel Ángel no pretendía lograr una replicación molecular perfecta. Pero observa el conjunto, la forma y obvia el material-. Hombre tomó aliento y sin poder contener su excitación continuó-. Quiero crear algo perdurable y real, algo de verdadero peso y que resulte sobrecogedora. Pero sobre todo que permanezca incólume cuando mi decrépito cuerpo termine de pudrirse donde quiera que esté.
–          Ya creas obras impresionantes con frecuencia-, intentó consolarlo el tigre tumbándose plácidamente en uno de los duros asientos de la sala y tras bostezar enseñando sus colmillos-. Las exposiciones de tus obras tienen billones de visitas al año.
–          ¡Me da igual!-, gritó Hombre furioso haciendo temblar el escenario y desmaterializándolo con su cólera. Inmediatamente se encontraron frente a la pirámide del patio del Louvre-. No entendéis lo que veis, como tampoco tú puedes entender la belleza que encierra este museo.
–          Me agrada la armonía que encierran las formas geométricas de las pirámides de cristal-, dijo acercándose a uno de los lagos artificiales de la plaza y bebiendo con lentitud-. Pero no comprendo que ves en este lugar para que ínsitas en visitarlo tres o cuatro veces al año.
–          No lo entiendes-, dijo Hombre dando la vuelta y caminando hacia la desierta entrada del museo.
Sobre su tonificado cuerpo bronceado se materializó un chaqué perfectamente ajustado y mientras se internaba bajo la pirámide de cristal reluciente recordó la primera vez que se había internado en aquella simulación.
 
Los pasillos del museo estaban algo transitados, pero Hombre sabía perfectamente que no eran más que las sombras de sus cuidadores que intentaban no molestar a la vez que creaban cierto ambiente. Había buscado a Mujer durante casi veinte minutos en infinidad de lugares, tiempos y variaciones de sucesos históricos, pero había tenido que encontrarla en un viejo museo.
Era la primera vez que estaba allí, pero notaba cierta tensión inexplicable en la nuca. Una extraña sensación que nunca antes había experimentado y que, sin embargo le encantaba. Caminaba entre los enormes cuadros de las exposiciones, pero pese a la evidente maestría de los artistas y los minuciosos detalles que exhibían sus obras, no acababa de impresionarme aquellas representaciones bidimensionales de la realidad. Por muy lograda que estuviesen.
Pero un pequeño retrato llamó su atención. Allí estaba la cara de su hermana, o por lo menos la que había escogido como avatar y no había cambiado desde hacía varios años. Pero aquella imagen tenía una peculiar sonrisa que jamás le había visto exhibir a Mujer.
–          Por mucho que lo intente nunca consigo esbozar esa sonrisa-, dijo Mujer desde su espalda mientras intentaba por enésima vez conseguirla.
Hombre no tenía el aspecto del David por aquella época y exhibía sin embargo, un rostro genérico y anodino interpolado de todas las razas humanas, que se modificaba y cambiaba cada pocos segundos dándole un aspecto variable y siempre nuevo.
–          Tienes razón, te aproximas bastante, pero no es igual-, confirmó con cierta curiosidad Hombre-. Llevo buscándote mucho tiempo. ¿Qué estabas haciendo?
–          Pintar-, respondió escuetamente Mujer. Y al comprobar la incredulidad de su hermano no pudo más que continuar-. Estoy intentando pintar con oleos, pero resulta complicado coordinar los movimientos de mis manos y dedos.
–          ¿Y por qué no visualizas el resultado? Sin duda sería más rápido y sencillo.
–          Lo placentero es crear algo con tus manos, no solo pensar en ello-, dijo condescendiente mientras se sentaba tras un enorme lienzo en una de las esquinas de la sala.
–          No te entiendo.
–          Lo sé. ¿Qué querías?
Hombre dispersó con educación a las figuras que paseaban y detuvo el aire de la sala, creando un ambiente de extrema intimidad.
–          Quería preguntarte sobre Portavoz. ¿Has notado algo raro en él?
–          Son imaginaciones tuyas, siempre actúa igual-, dijo sin dejar de pintar-. Eres tú el que ha cambiado y ahora percibes cosas que antes pasabas por alto.
–          ¿Cómo qué?
–          Como que te excitas sin motivo, que obtienes regalos que no pides y que aún no sabes que necesitas… básicamente que no tienes el control de tu vida.
–          Yo no lo hubiese dicho así, pero…
–          Pero es exactamente eso-, terminó Mujer repentinamente seria-. Sé que recuerdas cuando entraste en este limbo… ¿Cuánto hace ya?
–          Doce mil cuatrocientos noventa y ocho días-, supo casi al momento.
–          Y sin dormir, o sentir hambre, sed o ningún otro tipo de necesidad que te obligue a crear o producir nada… Únicamente tienes todo el mundo para explorar y estudiar-, dijo. Pero tras unos instantes de silencio, continuó con pesar-. Solo que no es real y ambos lo sabemos.
Mujer se elevó unos pocos centímetros y se desvaneció en una bola de plasma incandescente que destruyó el Salón de los Estados y redujo a cenizas los cuadros que allí se habían expuesto. Hombre siguió cambiando indiferente al fuego, los gases tóxicos y a la estructura que se desmoronaba a su alrededor, pero miró con pesar a donde había estado el retrato de su hermana y deseando contemplarlo de nuevo se materializó en una nueva reproducción virtual del Louvre en su máximo esplendor.
 
Tigre se encontraba semidormido en una pequeña cesta, al lado de Hombre mientras contemplaba la Gioconda y mentalmente diseñaba como realizar la escultura de aquella extraña criatura. El extraer un modelo tridimensional de aquella modelo no era lo difícil, su enigmática sonrisa sin embargo posiblemente entraría en el campo de lo imposible.
Habían pasado varios días desde que se encontrara a Tigre y finalmente se había decidido a esculpir en barro la imagen de su hermana. No se parecía a ella y lo sabía. No tenía la habilidad de los grandes artistas que allí habían expuesto, pero perseveró. Durante días continuó incansable perfilando los rasgos y gestos de aquel torso insondable y del enigmático gesto de su boca.
De vez en cuando los encargados de su salud y cuidados lo interrumpían con preguntas inoportunas o tentaciones diversas bajo la forma de antiguos espectáculos, sucesos históricos o seductoras amantes, pero dejó de prestarles atención y se centró en la precisión de su obra.
La sonrisa le atormentaba, solo se entreveía como era en el cuadro durante unos pocos instantes y desde una posición específica. Eso no era lo que deseaba. A Hombre le atormentaba que tal sonrisa fuese tan fugaz, tenía que perdurar incólume e inmutable, como en el lienzo.
Finalmente lo consiguió y el busto de su difunta hermana se alzaba en las tres dimensiones de aquel bloque de arcilla solidificada. Hombre se enorgullecía de aquel logro artístico y de ser el único que era capaz de comprenderlo y apreciarlo en toda su complejidad. Sin embargo, oculto en su interior sabía que no era más que una mera réplica de la obra de un verdadero genio. Y los vacios halagos y falsos cumplidos con los que los visitantes lo atosigaban no hacían más que frústralo aún más de lo que ya estaba.
Hombre había finalizado su primera obra hacía casi un siglo y ahora realizaba obras propias, de materiales y tamaños tan diversos como su imaginación le permitía. Barro primigenio, madera de las especies más exóticas que alguna vez existieron, mármol de una pureza imposible, hielo azulado de las profundidades del sistema solar… gases incandescentes, agua líquida, moléculas dispersas de distintos elementos. Todo le servía para crear bellas formas en los dominios que ahora le pertenecían en exclusiva.
Pero aunque simulaba a la perfección el mundo real, Hombre sabía que no lo era.
 
Frente a ellos la última escultura resplandecía con luz propia. Los gases iridiscentes flotaban entre campos magnéticos kilométricos, que emanaban de la infinidad de manos de la descomunal mole de granito verde que conformaba aquel conjunto escultórico. Tigre y Hombre estaban tumbados sobre el regolito lunar, contemplando como la Tierra se alzaba entre los brillantes gases de la escultura.
–          ¿Cuánto hace que comenzaron a deliberar? -, preguntó Tigre.
–          Casi cuatro horas-, dijo claramente en el vacío.
Las reuniones más reñidas nunca se habían prolongado más allá del minuto y medio, pero aquella duraba más allá de lo imaginable entre seres que median en tiempo en nanosegundos. No obstante el aviso llegó y Hombre supo que habían accedido a su inédita solicitud.
Tras tan solo unos pocos minutos se materializó a solas en una eterna sala gris con una puerta metálica en medio de la nada. Se quedó indeciso frente a ella y tras inspirar varias veces, se decidió y cruzó el umbral.
Infinidad de tubos, cables y rayos curvos de luz multicolor se apelotonaban por doquier. Mientras avanzaba inmaterial entre ellos, contemplaba cada detalle de aquella prodigiosa maquinaria, tanto la mecánica, la biológica o la electrónica. Tras avanzar varias decenas de metros por aquella máquina, llegó a un punto donde vio un pliegue de pálida piel arrugada empapada en una mucosidad transparente. Su autentica piel.
Continuó avanzando lentamente y descubriendo poco a poco su verdadero cuerpo, envuelto, entrelazado y fusionado con aquel ingenio que sabía lo mantenía vivo. Durante horas permaneció contemplando y estudiando cada detalle de su verdadero rostro. La bolsa de carne y piel que era su cara estaba completamente oculta tras las sondas, tubos y rayos de luz solidificada que recorrían la húmeda mucosidad que lo recubría.
Era patética. Flácida y sin fuerza. Los músculos parecían gelatina y eran incapaces de levantar tan siquiera su propio peso, sus huesos eran delgados y de aspecto quebradizo, su piel estaba hinchada, arrugada y manchada por la edad. Por primera vez, miró con desprecio su perfecto avatar y con un leve esfuerzo lo transformó en el decrépito viejo que en realidad era.
Aunque conservaba toda su fuerza y movilidad, se sintió viejo y cansado. El antes fuerte brazo blanco había quedado reducido a una mera parodia de brazo sin apenas grosor y la piel colgaba elástica y marchita por la edad. Sintió curiosidad y colocó aquel inmaterial avatar en la misma posición y lugar que la simulación de su cuerpo, contemplando la terrible visión de lo único que lo sustentaba aún vivo.
Y pese al terror que sentía, se dejó caer en la realidad y la corporeidad.
No pudo respirar y notó como le insuflaban el aire en los pulmones. La sangre se enfriaba a la salida de su cuerpo y la notaba hirviendo al retornar a sus decrépitas venas. El palpitar del corazón era débil y percibía como la presión de la sangre hinchaba sus venas gracias a la ayuda externa. Apreciaba la piel hormigueando y las sondas insertadas en sus orificios que alcanzaban su interior.
Y Hombre no lo resistió. Abandonó la vida dejando que La Última Alma Humana desapareciese mientras en el mundo real su cuerpo esbozaba una tenue sonrisa de satisfacción.
 
Tigre ya no se encontraba en su forma felina y era tan solo un amasijo de datos sin substancia que flotaban en las simulaciones que había visitado otrora con su amigo y mentor. A su lado múltiples amasijos de información como él se reunieron y rozaron sus bordes en una animada discusión llena de recriminaciones, críticas y lamentos.
Se había perdido la Última Esencia Conocida, lo que los seres humanos habían llamado Alma. Los pocos clones que se mantenían con vida en el mundo real, seres replicados a partir de los genes combinados de los últimos humanos con Esencia, ya no la tenían y no eran más que sanguinarias bestias carentes de ética, moral o el más leve atisbo de creatividad.
Pero no era la pérdida de la diversidad biológica lo que lamentaban las conciencias de aquella perfecta sociedad digital, sino la pérdida de aquella Esencia desconocida. La obsesión por obtener un alma propia era casi patológica y casi toda su sociedad estaba consagrada a ello. Y ahora aquellos entes estaban repentinamente mucho más alejados de su objetivo.
Tigre se quedó a solas en uno de los innumerables núcleos de datos que existían por todo el mundo, en ese en particular, se emplazaban datos de referencia que casi toda la población usaba en uno u otro momento. Tigre comprobó que no había nadie y llevado por la frustración, lo hizo. Intercaló entre aquellos datos esenciales insertó el equivalente digital de un grafiti. Entre los crípticos caracteres cambiantes del código, escribió en el obsoleto y estático lenguaje primigenio.
11000010 10100001 01010010 01100101 01110011 01100101 01110100 00100000 01111001 01101111 01110101 01110010 01110011 01100101 01101100 01100110 00100001 00001101 00001010[1]
Y sin que nadie supiera de su intervención, el primer ser digital con esencia propia se desplazó por toda la vasta red, propagando y creando en secreto nuevas obras subversivas contra aquel régimen perfecto, estático y sin belleza.
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[1] NdA. ¡Reset yourself!
Autor Antonio Caaveiro. Puedes leer los otros cuentos de Antonio revisando esta etiqueta.

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